Cannes 2016: Los Dardenne a medio gas y la histérica reunión familiar de Xavier Dolan
Querido Teo:
Día completo con 5 películas en un momento en el que parece que se van fraguando el ramillete de títulos marcados para salir de esta edición como lanzadera para convertirse en películas muy destacadas de la temporada. Hemos visto dos películas a concurso; de los clásicos hermanos belgas (los Dardenne, poseedores de 2 Palmas de Oro) y de Xavier Dolan , ese “l´enfant terrible” del que parece que es sólo cuestión de tiempo que le veamos con el máximo galardón del certamen. También hemos visto en Una cierta mirada “Inversion (Varoonegi)” de Behnam Behzadi, “After the storm” de Hirokazu Kore-eda y “La tortuga roja” de Michaël Dudok de Wit.
Los Dardenne siempre estarán marcados por esas 2 Palmas de Oro de las que son poseedores a pesar de que su filmografía no parece que de para tanto. Consiguiéndolas, además, en años en que parecía haber muchas mejores opciones para premiar que las “Rosetta” y “El niño” de turno. En “La fille inconnue (The unknown lady)” los hermanos ofrecen más de lo mismo en una historia muy de ellos, social y nuevamente con una mujer como protagonista, pero que se antoja como desganada y hecha a cuatro trazos. La cinta no mantiene el interés y termina aburriendo presentando a una joven doctora ambiciosa y bastante seria, con poca empatía con los demás, que acaba inmersa en una trama casi detectivesca cuando se entera de que se ha encontrado cerca de su consulta cerrada en horario de consulta a una mujer muerta sin identificar, justo la noche en que no atendió la llamada del timbre lo que le hace sentirse en cierta manera culpable. Un drama sin duda menor, con el estilo de los hermanos, pero poco cuidada, dejando cabos sueltos y contribuyendo a hacer poco vibrante la historia a lo que tampoco contribuye la interpretación de una Adèle Haenel que por mucho a la que algunos hayan puesto bien a nosotros nos parece bastante poco desafortunada no logrando hacerse con el alma (si lo tiene) del personaje.
Xavier Dolan es uno de esos directores convertidos ya en icono y, por ello, ha estado muy complicado poder acceder al pase de su nueva película. “Juste la fin du monde (It’s only the end of the world)” es su nuevo trabajo tras hace dos años llevarse el Premio del Jurado por “Mommy”, que para muchos sigue siendo su película más redonda. Desde luego su nueva cinta no está a su altura pero tiene algunos aspectos muy interesantes que conviene resaltar, así como el nombre que se ha granjeado y que a pesar de ser todavía un veinteañero le imprime un gran respeto y fans dentro del sector. El primero de esos motivos es por como triunfa en la adaptación de la obra teatral de Jean-Luc Lagarce sobre un reencuentro familiar que tiene mucho con el nivel de histerismo de “Agosto” o el de violencia latente (verbal y física) de “Un tranvía llamado Deseo”. Un joven escritor vuelve al hogar familiar 12 años después dispuesto a comunicar a su familia que pronto morirá, pero desde luego esa revelación no será fácil de llevar a cabo teniendo en cuenta el hervidero de griterío, reproches y desquicios que se acaba provocando en el quinteto de personajes (él, su madre, hermanos y la mujer de uno de ellos) que acaba confluyendo sobre apenas la hora y media de película que destaca por la fidelidad del texto sin renunciar al estilo videoclipero, de primeros planos y de referencias musicales entre lo snob, lo naif y lo petardo de la playlist de Dolan (atención al Dragostea Din Tei del grupo O-Zone) así como una fotografía entre desenfocada y color miel. Una reunión familiar desquiciada en una puesta en escena que a veces se le va de las manos a Dolan ante la complicación de poder ser revolucionario y vistoso como es él en algo tan pulcro en resolución teniendo en cuenta que prácticamente toda la película se desenvuelve alrededor de una mesa y de un salón.
Personajes chillones, absorbentes y algo psicóticos en los que destaca la sobriedad y vulnerabilidad de Gaspard Ulliel (que abandonó el hogar 12 años atrás para vivir libremente como él se sentía volviendo ahora tan lacónico como tierno y derrotado), la verborrea y locura de Nathalie Baye (el director sigue cuidando especialmente a la figura materna), la rabia animal de Vincent Cassel (presumiblemente del recuerdo siempre en un pedestal de su hermano), la imprevisible Léa Seydoux y la más desfavorecida (tanto en interpretación como personaje) de una nerviosa y frágil Marion Cotillard que desde luego se ha marcado un Cannes para olvidar con su doble presencia en la sección oficial con trabajos poco destacables para bien. Las críticas para la cinta de Dolan han sido mixtas, siendo su principal problema que el tensar tanto el calibre actoral puede provocar irritación y rechazo en el espectador ante semejante choque de trenes, pero nosotros nos ponemos en un bando a favor, por su acierto a la hora de retratar tanto el amor como el reproche, lo que se dice y lo que no y, en definitiva, debido a ello, la banalidad del entorno que construimos siendo bastante llamativo que en el pase al que hemos asistido la recepción haya sido de indiferencia con ni aplausos ni pitos lo que la aleja de poder ser una opción de Palma de Oro.
En Una cierta mirada han tocado hoy tres películas. La primera “Inversión (Varoonegi)”, tercer trabajo de Behnam Behzadi en el que el director cuenta ya con actores profesionales en una cinta de mayor empaque internacional y para el que ha contado con estrellas del cine iraní como Sahar Dowlatshahi o Ali Mosaffa. Una historia en la que debido a los problemas respiratorios de la madre de la protagonista ante la polución de Teherán tendrá que plantarse y reafirmar su situación ante la familia. Eso sí, obligada por una familia que le impone que ocupe ese rol de cuidadora de su madre al no estar casada ni tener hijos. Un patriarcado que se lava las manos ante la vejez y que condiciona la vida de los demás a su conveniencia. Un drama correcto, de historias mínimas y familiares, pero con la solidez necesaria.
Después de que con “Nuestra hermana pequeña” nos diera la impresión de que Hirokazu Kore-eda se había almibarado peligrosamente, ahora el director coreano recupera el tono de “Nadie sabe”, “Still walking”, “Kiseki (Milagro)” o “De tal padre, tal hijo”. En esta ocasión se centra en "After the storm" en una familia desestructurada por la mala cabeza del padre de familia, separado de su mujer y de su hijo de 11 años al que no puede pasar la pensión debido a que se gasta en las carreras sus intermitentes ganancias como detective privado. Un tifón en la ciudad provocará que padre, madre, hijo y abuela tengan que confluir en la casa de esta última una noche en la que el protagonista intentará volver a ganarse la confianza de sus seres queridos. Una película amable, tierna, efectiva y resultona que conquistará al público fiel del director en una propuesta que es una de las más sencillas del director pero también de las mejor definidas y, sobre todo, divertidas de Kore-eda debido al tono ingenioso, esperanzador y redentor que tiene en todo momento. Una delicia gracias entre otras cosas a ese punto de canalla perdedor de buen corazón que le pone el protagonista así como la frescura y gracia de la abuela de la familia.
“La tortuga roja” es la primera coproducción entre Ghibli y la empresa Wild Bunch en esta época de incertidumbre en la empresa de Miyazaki y Takahata. La historia reinventa el clásico de Robinson Crusoe con un naufrago que llega a una isla con aves, cangrejos y tortugas. Tiempo después llegara otro personaje y establecerán una vida satisfactoria y marcada por la importancia de la naturaleza y la simbología. Un trabajo de animación sencillo pero sobrio alejado del estilo más vistoso de la compañía pero que mantiene varios elementos habituales como es esa relación hombre y entorno paisajístico, el naturismo y simbolismo, un importante valor de la banda sonora y la emoción necesaria. Una cinta que sin destacar especialmente ni en técnica ni en calado de la historia se ve muy bien y podría abrir una posibilidad de vigencia para un Ghibli entre la barricada ante los problemas económicos y el talento desbordante como arma para que la voz del Estudio no cese.
Nacho Gonzalo