Querido Teo:
Las primeras películas de Chaplin no convencían a nadie en la Keystone, pero el conservadurismo de Mack Sennett se rindió cuando los compradores empezaron a pedir historias con aquel nuevo cómico. Al finalizar su contrato le ofrecieron más dinero, pero no la independencia que buscaba. Ya se sentía capaz de hacerlo todo él, interpretar, escribir y dirigir. Aceptó una oferta de la Compañía Essanay, de Chicago.
En la primavera de 1915, Chaplin empezaba el rodaje de las seis películas que le faltaban para cumplir el contrato con su nueva Compañía. Desde la primera de esta nueva serie, pudo poner más cuidado en su trabajo. Las Keystone se rodaban generalmente en una jornada, a veces en unas pocas horas. En cambio, para la serie de la Essanay, pudo emplear varias semanas.
"Charlot vagabundo" exigió tres semanas y “Carmen” requirió ocho semanas.
Chaplin sabía que el sentimiento trágico es más valorado que el cómico, la lágrima más trascendente que la carcajada, y se consideraba capaz de ofrecer también eso en sus historias. En ese mes de mayo de 1915, emprendió la realización de una película dramática en seis partes que había de llamarse “Life” (La vida). Le dedicó cuatro semanas, pero fue tal la presión de los compradores y del público para que siguiese con sus comedias, que tuvo que abandonar su proyecto y no volvería a él. Los fragmentos que había rodado, los pudo usar en parte, para “Las aventuras de Charlot”, aunque en realidad el título de estas películas, no incluían todavía ese nombre.
Pasados cuatro años desde que se
vistió de vagabundo, su personaje ya era reconocido en todo el país y comenzaba a serlo en otros. Mientras Chaplin hacía estos trabajos, Europa se desangraba desde hacía casi un año por la I Guerra Mundial. Al principio todo el mundo había creído que aquello no duraría más de seis meses. Muchos hasta se sintieron contentos porque podrían dar una lección a los alemanes. En esos seis meses se agotó el romanticismo, empezaron a pesar los muertos y los lisiados.
Chaplin rodaba en Los Ángeles con su nueva Productora la segunda serie de su personaje, mientras en París, al mismo tiempo, Jacques Haik salía a sus visitas de negocios, vender películas mudas a las salas. En su cartera hacía ya semanas que metía siempre una bobina de las primeras películas de Charlie. Enseñaba la película a los dueños de las salas, pedía poco más de un franco por metro, y la respuesta siempre era la misma: «Eso no gustará.»
Jacques no se desalentó porque a él le parecían muy divertidas, pero ante su poco éxito, consiguió el permiso para pasar alguna gratuitamente antes de las sesiones en un cine importante, y el público volvió a contradecir la falta de visión de los industriales. El éxito fue tal, que en pocas semanas llovían los pedidos.
Aquel pequeño vagabundo apareció en el momento en que más podían valorar lo que aportaba a los ociosos soldados de permiso, a los heridos convalecientes y a civiles que querían olvidar por un instante el ambiente permanente de inquietud. En unos pocos meses se hizo más popular que la Madelon; la gente contaba sus bromas, imitaba su silueta.
Las películas del vagabundo comenzaron a circular por Francia y el resto de Europa, el empresario francés ya no tenía problemas para venderlas, las titulaba lo mejor que sabía, hasta que pensó en bautizar al héroe de aquellos pequeños «sketches», y entonces fue cuando registró el nombre de Charlot, que había de recorrer el camino de todos conocido.
Jamás ningún nombre había crecido con tanta rapidez. Algunos testigos, soldados anónimos o posteriormente reconocidos en diversos aspectos, contaron sus recuerdos en una publicación francesa, «Chroniques du Jour» .
“Charlot, Charlot, Charlot. decían por todas las chabolas y, por las noches, les oíamos reír aún en el fondo de las trincheras. A derecha e izquierda, y a lo largo de toda la línea de los soldados por detrás nuestro, la gente se retorcía de risa: Charlot, Charlot, Charlot. Un día me tocó, por fin, el turno de marchar de permiso. Llegué a París. ¡ Qué emoción al salir de la estación del Norte; al sentir bajo mis botas un buen pavimento de madera y al ver, por primera vez desde el comienzo de la guerra, unas casas no demasiado maltratadas!. Después de haber saludado a la Torre Eiffel, me precipité en un cine de la plaza Pigalle. Vi a Charlot. Era él; aquel pobre estudiantillo con el que había compartido un cuartucho en Londres hacia 1911, aquel pobre estudiantillo de medicina que leía Schopenhauer durante todo el día y que, por la noche, soportaba patadas en el trasero en un elegante «music-hall» donde Simón Kra, hoy editor, triunfaba entonces como campeón del mundo de diábolo, y donde yo mismo hacía prestidigitaciones con las dos manos, pues, entonces, todavía tenía mis dos manos...”
Charlot fue un consuelo ante todos los gestos que aquellos soldados habían tenido que reprimir, la rebeldía que habían tenido que tragarse ante los mandos y sus decisiones. El vagabundo luchaba contra el destino armado únicamente con un alma ingenua de niño. Despistaba a los policías, cortejaba a la hija del amo, subvertía toda la oficialidad y les vengaba de todos los puntapiés que no habían dado en muchos traseros que los merecían.
Los sociólogos del cine, los historiadores, creen que sedujo a su primer público francés por aquella independencia. El personaje de sus primeras cintas es miserable, torpe, ambicioso, vengativo y pusilánime, pero también era audaz y libre, una cierta anarquía individual en un momento de orden obligatorio, forzoso y forzado. Era la respuesta a una necesidad, que explica una popularidad nunca vista antes en un mundo de comunicaciónes lentas. Chaplin sabía lo que estaba haciendo. No era empático, no se metía a la gente en el bolsillo, pero de niño había vivido la miseria, leía en los rostros porque era el mejor mimo de su tiempo, no creía en el hombre pero si en la humanidad.
“Si he de ser perseguido por un agente, yo hago siempre que el policía sea pesadote, torpón, mientras que yo me deslizo por entre sus piernas y aparezco así ligero y acróbata. Si he de ser maltratado, lo soy siempre por un hombre colosal, de modo que, por contraste con mi pequeñez, obtenga yo la simpatía del público y trato así siempre de hacer que lo serio de mis modales contraste con lo ridículo del incidente. Evidentemente es una suerte que yo sea pequeño y pueda así utilizar sin esfuerzo estos contrastes. Pues todo el mundo sabe que el individuo pequeñito perseguido cuenta siempre con la simpatía de la multitud. Y como yo conozco esta inclinación hacia el débil, me las arreglo para acentuar mi debilidad juntando los hombros, haciendo una mueca lastimera y adoptando un aire miedoso. Todo lo cual, naturalmente, pertenece al arte de la pantomima, pero lo cierto es que si yo fuese un poco más alto, me costaría más trabajo hacerme simpático… tal como soy, el público, incluso cuando se ríe de mi apariencia, siente simpatía por mí.”
Aquella simpatía creció hasta convertirse en adoración mundial. El cine creaba su primer mito, la primera gran estrella.
Carlos López-Tapia