Queridos testamentos
Querido diario:
Un reportaje, el que te chuto al final de estas líneas, me ha abierto los ojos y voy a empezar a redactar mi testamento. Ya lo se, siempre se aconseja y casi nadie lo hace porque da juju. He pensado: ¿Cuál ha sido la herencia más chunga del cine?
Pues sin ninguna duda diario, la de Howard Hughes. De hecho a día de hoy no se ha encontrado el testamento de un tipo que no dejó de redactarlos y cambiarlos desde que era casi adolescente y heredó una de las mayores fortunas del planeta.
Howard se rodeó en sus últimos años de mormones, y mientras toda una legión de abogados se desvivía por encontrar un testamento aceptable, apareció en el cuartel general de la iglesia mormona, en Salt Lake City, un documento escrito a mano con su última voluntad.
En aquel documento de tres páginas en uno de los cuadernos amarillos que utilizaba Hughes (marca de la casa), y con un total de 261 palabras plagadas de faltas de ortografía (no tan marca de la casa), se legaban cantidades importantes al “Instituto Médico Hughes”, a un familiar, y nada menos que un dieciséis por ciento de la herencia, una cantidad multimillonaria, a Melvin Dummar, empleado de una gasolinera en el estado de Utah.
Dummar enseguida saltó a los medios de comunicación, donde contó una historia alucinante y sin embargo verosímil, dada la excentricidad del personaje, sobre un encuentro que había tenido con el multimillonario. Afirmó que le había recogido en una carretera desierta de Nevada en 1968 y que lo había llevado a Las Vegas, en donde el industrial le pidió prestados 25 centavos y le rogó que lo dejara a la entrada del Hotel Sands, que era de su propiedad.
El «testamento mormón» fue desenmascarado y tachado de fraudulento, pero sus responsables nunca llegaron a juicio y la historia de Melvin Dummar pasó a formar parte de la tradición usamericana, y hasta dio pie a una película rodada en Hollywood en 1980 con el título de Melvin and Howard, en la que Jason Robards hacía el papel de Hughes. El propio Dummar hizo un papel estelar en la película.
En nuestros días todavía hay gente que cree a pies juntillas en el cuento de Dummar. Las personas que más cerca estuvieron de Hughes sostienen que Howard dejó testamento, pero jamás se ha encontrado un documento con validez legal.
Suzanne Finstad que dedicó seis años a comprobar quiénes eran los auténticos parientes de Hughes, como empleada de un bufete de abogados de Houston, escribió su experiencia en el libro “Heirs Not Apparent”. Quedó convencida de que hubo un testamento pero que fue destruido o suprimido, o se “perdió” porque alguien estuvo interesado en ello».
El dinero es lo que más corrompe, lo que más oscurece la verdad, estamos todos de acuerdo con esto diario, pero el dinero fue también el móvil de la lucha por la herencia y el medio para ir descubriendo como había muerto Howard Hughes.
Se publicaron entonces los resultados de la autopsia, que algunos intentaron ocultar. En ellos se ponía de manifiesto la existencia de una enfermedad crónica de los riñones y ciertos síntomas de sífilis terciana. Y los rayos X mostraron que en los brazos destrozados de Hughes había restos de jeringuillas rotas.
Al principio los forenses no supieron precisar cuál había sido la causa de la muerte. Se hicieron eco de las afirmaciones del doctor Víctor Montemayor, de México, el último profesional que le vió, en el sentido de que «este hombre no tendría que haber muerto así». «Hughes estaba literalmente muerto de hambre», dijo un patólogo de Houston llamado Jack Titus, que repasó a fondo los informes toxicológicos sobre el multimillonario en busca de una respuesta clara y concisa. El asunto de la desnutrición era tan evidente que dejó de piedra a la persona que identificó el cadaver:«¿Esto es el cuerpo de Howard Hughes?», dijo.
Estaba tan delgado que los codos y las rodillas le habían atravesado la piel. Tenía los dientes sueltos en las encías y una cavidad en la frente, donde había un tumor; la espalda la tenía llena de escoriaciones, y en los brazos y en los muslos presentaba abundantes señales de que se le había inyectado muchísimas veces.
En privado, los tres médicos que tomaron parte en la autopsia dijeron a los periodistas que Howard Hughes no tendría por qué haber muerto. Tenía el corazón, los pulmones, el hígado e incluso los riñones en condiciones más que aceptables.
En realidad Hughes murió a resultas de una ingestión tremenda de codeína «administrada entre seis y ocho horas antes de que su corazón dejase de latir». 1,9 microgramos de codeína es una dosis letal, y en la sangre de Hughes se encontraron restos superiores del analgésico. En los primeros momentos este dato no salió a la luz. Los ayudantes de Hughes habían dado deliberadamente pistas erróneas a los médicos sobre el nivel que había alcanzado la adicción de su jefe. El informe toxicológico que se redactó en el Hospital Metodista de Houston dio una lectura inicial del nivel de codeína ingerida que resultó equivocada. Cuatro años más tarde, otro médico declaró ante un tribunal que «la codeína en sangre era mil veces superior de lo que había supuesto en principio.
A pesar de todas las declaraciones escritas en sentido opuesto, a Howard lo mató una inyección de codeína, cuando no la precisaba para nada porque ya llevaba veintiséis horas inconsciente. Alguien administró una dosis letal de analgésicos a un individuo comatoso… que obviamente no necesitaba semejante cantidad de drogas. Dos doctores calcularon que la última y definitiva dosis tenía una potencia de cuarenta y cinco a cincuenta miligramos de codeína pura.
El médico que preparó la «autopsia psicológica» de Hughes para el estado de Nevada, apuntó que «el nivel de codeína en el cuerpo del señor Hughes excedía el de cualquier otro caso de muerte por exceso de codeína registrado en los anales de la ciencia.” De hecho, era el nivel más alto que se haya visto en el campo de la medicina clínica».
Se dio por sentado que alguien, quizás uno de los ayudantes, tal vez un médico, mató a Hughes por accidente o deliberadamente.
Al repasar las dos décadas de estudios dedicados a los últimos años de Howard Hughes, resulta verosímil que los ayudantes del multimillonario le administrasen la última inyección de codeína para callar definitivamente al único testigo de sus abusos y su negligencia. Cuando se dieron cuenta de que por fin tendrían que llevar a su jefe a un hospital, su único recurso fue hacerlo enmudecer.
Según la Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos, la máxima dosis de codeína permitida es de 471 miligramos al día. Durante los últimos cinco años de su vida, Hughes llegó a recibir incluso 1.171 miligramos diarios, aparte de siete Valiums, tres cápsulas de Librium y de vez en cuando Seconal. A lo largo de cuatro años, el doctor Thain extendió más de 5.500 recetas. El otro médico de Hughes, el doctor Norman Grane, cumplimentó otras 1.006 recetas de codeína y Valium. La mayor parte de estas recetas fueron extendidas a nombre de los ayudantes.
Un jurado federal de Las Vegas emitió una denuncia contra el doctor Norman Grane y el ayudante John Holmes, a los que se acusaba de haber administrado drogas a Hughes de forma ilegal durante nada menos que veinte años. Los dos alegaron «silencio legal» y fueron puestos en libertad condicional. También testificaron en contra del doctor Wilbur Thain, principal suministrador de drogas durante los dos últimos años de la vida de Hughes. El médico, mormón para más señas, fue juzgado y puesto en libertad en el estado de Utah. Thain también sería acusado más adelante de una estafa de 50 millones de dólares. Finalmente, las partes llegarían a un acuerdo extrajudicial.
En el pleito por la herencia, un sobrino de Howard afirmó que su tío «fue obligado» a dar su aprobación a diversos contratos laborales muy favorables para los miembros de su guardia pretoriana (cuyos salarios llegaron a rondar los 100.000 dólares anuales), ya que los médicos habían amenazado con cortar el suministro de codeína del que dependía Hughes.
Mientras Howard flotaba en su fumadero de opio particular, los ayudantes se concedieron un paquete de 10 millones de dólares, que se gastaron en la adquisición de varias residencias de verano en Florida, una flotilla de aviones particulares, limusinas con chófer y un rascacielos en el valle de San Fernando.
Desde luego diario, este es el caso testamentario más largo y escandaloso relacionado con el cine, pero las herencias plagan las pantallas y nunca faltan los personajes que puedes escuchar aquí...
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