20 años no es nada: Verano de 2000
Querido primo Teo:
El verano de 2000 fue una época de transición dentro de un año que tenía un pie no ya en cada década, sino en cada siglo. Quedaban apenas doce meses para que el 11-S lo cambiara todo, y si bien a finales de 1999 ya se estrenaron varias películas que parecían presagiar el cambio de tono que el cine acabaría adoptando en la década entrante (mucho más nihilista, oscuro y desesperanzado), lo cierto es que los títulos estrenados en España durante este trimestre seguían manteniendo las formas e inquietudes propias del cine de los 90.
El pistoletazo de salida a aquel verano lo dio Tom Cruise con "Misión imposible 2". La primera entrega de la saga había dejado cerca de 300 millones de dólares de beneficios en las arcas de Paramount así que, cuatro años después, su secuela era la película estrella de la temporada. El escogido para ponerse a los mandos en esta ocasión fue John Woo, que tras el exitazo de "Cara a cara", también para Paramount, se había convertido en el fallero mayor de Hollywood. El objetivo inicial de Cruise para con esta saga era que cada una de sus entregas se convirtiera en un artefacto para que cada uno de sus respectivos directores se luciera realizando un blockbuster con su estilo más personal. Así que John Woo entregó un primer montaje de tres horas de duración y rated "R", algo que debió provocar mucha risa en las oficinas del estudio porque hay que ver este chino, qué cosas tiene, si es que no se entera de nada. Nunca sabremos cómo sería la película resultante de ese montaje, pero el caso es que la que se estrenó en cines no gustó a casi nadie, aunque recaudó más de 500 millones de dólares. "Misión imposible 2" es un disparate excesivo, una reinvención de "Encadenados" repleta de máscaras, palomas, explosiones, motos, cazadoras de cuero, coches de lujo y cámara lenta. En la actualidad es recordada en España por mezclar la Semana Santa y las Fallas de Valencia, pero es una lástima que semejante bonsái no nos permita apreciar el demencial bosque en el que se convierten sus 123 minutos de duración. Cabe señalar, eso sí, el único efecto positivo que nos dejó esta película: dar inicio a la espiral de locura de Tom Cruise realizando sus propias escenas de acción. En este caso, con una secuencia inicial en la que el actor realiza escalada libre a más de 500 metros de altura. Probablemente, el mejor momento de toda la película.
La otra secuela que nos llegó ese verano (un verano con tan solo dos secuelas en la cartelera, algo que hoy en día parece imposible) fue un proyecto tan atípico como "Fantasía 2000", una especie de revisión y ampliación del clásico Disney de 1940, ideado para ser proyectado en IMAX y que rescataba dentro de su metraje el segmento de "El aprendiz de brujo" de la película original. "Fantasía 2000" fue un descalabro económico que hizo perder más de 40 millones de dólares a la compañía del ratón, y el primer aviso de que la década que tenía por delante no le iba a resultar especialmente plácida. Personalmente, disfruto viendo "Fantasía 2000" y considero que tiene segmentos muy brillantes. Pienso en el de Donald y el Arca de Noé, el de Nueva York a ritmo de Rhapsody in blue o el de los flamencos con el yoyó. Pero lo cierto es que si bien la "Fantasía" original es un clásico imperecedero, casi nadie recuerda ni reivindica ya esta tardía secuela.
Bien distinto es el caso del otro fracaso comercial del cine de animación de aquel verano: "Titan A.E"., la película con la que se estrenó la proyección digital en alguna sala de España y que supuso unas pérdidas de casi sesenta millones de dólares para 20th Century Fox. La catástrofe fue tal que supuso que Don Bluth no haya vuelto a dirigir ninguna otra película veinte años después. Lo cierto es que, con el tiempo, "Titan A.E." ha ido reclutando una serie de defensores, no demasiado extensa en número, pero sí prolija en sus alabanzas a la película. Y creo que las merece. Más allá de unos cuestionables interludios musicales al más puro estilo de los que años después serían sello característico de las producción Dreamworks y de una difícil convivencia en lo estético entre la animación tradicional y la digital, "Titan A.E." es una "space opera" dignísima, trepidante e imaginativa. Quizás su principal pecado fuera no tener demasiado claro el target de sus espectadores, resultando demasiado adulta para los más pequeños y no sabiendo captar a los adolescentes, que en ningún momento se vieron seducidos por su narrativa o su línea de animación.
Todo lo contrario que lo que le sucedió a "South Park: Más grande, más largo y sin cortes", la gamberrada perpetrada por Trey Parker, que consiguió recaudar más de 80 millones de dólares en todo el mundo contando con un presupuesto de apenas 20. Yo pude verla en una sala de multicines a media entrada en la que los espectadores disfrutaban con cada una de sus gamberradas, pero cuenta la leyenda que, al menos por toda España, fueron legendarias las escapadas de padres arrastrando a niños pequeños fuera de la sala tras comprobar que aquella película de dibujos animados era de todo menos familiar e inofensiva. El caso es que, vista veinte años después, resulta encomiable el esfuerzo denodado de Stone por hacernos creer que lo que estamos viendo es una sarta de chorradas y provocaciones más bien propias de adolescentes cuando lo cierto es que es una película política mucho más cuidada de lo que parece en lo formal (ahí están las magníficas canciones de Marc Shaiman que incluso les valieron una nominación al Oscar) y con un discurso profundamente coherente.
Aunque, si de éxito comercial hablamos, la película de animación del verano no fue otra que "Evasión en la granja". El primer largometraje de Aardman, en la que todos los personajes estaban hechos de plastilina. "Evasión en la granja" era un indisimulado homenaje a "La gran evasión", en la que un grupo de gallinas comandado por un vanidoso gallo con voz de Mel Gibson, trataban de escaparse de su corral antes de acabar convertidas en pastel de gallina. Cabe señalar que en España se tomó la decisión de que dos personajes secundarios, una pareja de ratones, fuera doblada por Gomaespuma, muy populares por aquel entonces en nuestro país por conducir el morning show de M-80. Aunque esta decisión, como pasa tantas y tantas veces, resulte sumamente cuestionable veinte años después. La cinta fue acogida con los brazos abiertos por crítica y público, aunque, al igual que ha pasado con tantas películas de la productora, da la sensación de que aquel apoyo popular no ha terminado de pervivir en el tiempo y hoy está mucho más olvidada de lo que sus buenos números pudieran hacernos pensar.
No fue "Evasión en la granja" la única película que estrenó Mel Gibson aquel verano. "El patriota" era un proyecto orquestado en torno a su figura (su cara ocupaba el 80% del tamaño del póster) en el que daba vida a un héroe americano de la Guerra de la Independencia. Lo cierto es que entre "Braveheart" y "El patriota" da la sensación de que ni siquiera los balcones de Baleares han matado a tantos ingleses como Mel Gibson en los 90. Tras las cámaras estaba Roland Emmerich, en un proyecto muy alejado de lo que por aquel entonces (y todavía ahora) podíamos considerar como la especialidad del director alemán (esencialmente, hacer explotar cosas). El resultado fue una película épica monumental, de casi tres horas de duración y una escala muy estimable y, probablemente, el mejor trabajo de su director. "El patriota" es violenta, emotiva, entretenida y muy bella de ver (arañó una nominación al Oscar a mejor fotografía). Una película que, a ratos, incluso pudiera parecer dirigida por el propio Gibson. Y eso no es poca cosa.
Los que no dejaron dudas de su autoría fueron los hermanos Farrelly en "Yo, yo mismo e Irene". La comedia, protagonizada por un Jim Carrey desatado en su doble papel, incurre en tantas incorrecciones por minuto que da la sensación de que, al menos hasta la llegada de Sacha Baron Cohen, jamás una "major" (en este caso la Fox) había invertido tantísimo dinero en un proyecto tan ofensivo para tantos. Lo cierto es que en una maravillosa pirueta final, de esas que demuestran que ninguna película tiene un guionista mejor que la realidad, la relación amorosa entre Jim Carrey y Renée Zellweger, que se inició durante el rodaje, se vio truncada porque ella le abandonó por el torero Morante de la Puebla. Pudiera parecer una más de las situaciones absurdas que se dan en la historia de "Yo, yo mismo e Irene", plagada, además, de dardos dirigidos contra absolutamente todos los colectivos: el hombre blanco heterosexual, los albinos, los enanos negros, los animalistas… y pareciera que cada barbaridad tuviera como único objetivo superar a la anterior. Al final, lo que queda es una comedia irregular, con una primera media hora brillante pero con los problemas habituales del cine de estos directores: un exceso de duración (116 minutos) y un desaliño formal que acaba pasando factura al conjunto.
Precisamente de exceso de duración fue de algo de lo que acusaron a "La tormenta perfecta", la gran apuesta de Warner para la temporada veraniega (140 millones de presupuesto, el más elevado de entre todas las películas comentadas en este artículo) que sufrió la reiterativa cantinela de que su primer acto se alargaba en demasía, al centrarse en los tópicos que caracterizaban a cada uno de sus personajes. Lo cierto es que, vista desde la distancia que nos proporcionan estos años, todo el tiempo que dedica a definir a esos personajes está bien empleado, porque es precisamente eso lo que hace que empaticemos con ellos una vez la catástrofe se cierne sobre su barco. Uno de los principales problemas del cine actual es que el tercer acto de las superproducciones cada vez dura más, canibalizando el tiempo que debería dedicarse a los dos primeros. Como los desenlaces acostumbran a ser espectaculares, consideramos contingentes a la presentación y el nudo. "La tormenta perfecta" obtuvo casi 50 millones de dólares de beneficio. Y mereció todos y cada uno de ellos, por humana y por espectacular. Un bellísimo homenaje no ya a la gente del mar, sino a los profesionales que se juegan la vida en el transcurso de su trabajo.
Y algo de eso también tiene "Frequency", una historia que comienza como un remedo de "Llamaradas" para, a continuación, convertirse en un melodrama paternofilial de base fantástica antes de pasar a ser, en su tercer acto, en una película de psycho killer. Una locura que a pesar de tocar tantos palos consigue acertar en la mayor parte de ellos. Y es que lo que todos los espectadores estaban pensando en el momento de su estreno es que si alguien pudiera comunicarse con Dennis Quaid desde el futuro, el peligro más inminente del que debería advertirle no era otro que Russell Crowe. "Frequency" es un ejemplo de ese cine de clase media que tan bien funcionaba en los 90. Un gran "high concept", un par de actores solventes, un director artesanal y 30 millones de dólares de presupuesto que servían para que la productora ganara 10. Y, veinte años después, sigue funcionando maravillosamente bien en todos y cada uno de sus pases televisivos. Hubo un tiempo en el que el cine era algo tan sencillo como esto.
Aunque lo cierto es que las películas basadas en high concepts no siempre resultaban tan baratas. "60 segundos" era el remake de una película de los años 70 que había basado todo su encanto en mostrar una gran cantidad de coches de lujo que el protagonista debía robar en una sola noche. La película costó 90 millones de dólares, que debieron gastarse en los distintos vehículos de alta gama, el salario de Nicolas Cage y la peluquería de una Angelina Jolie rubia y con rastas. Y te parecerá un magnífico entretenimiento si no tienes el graduado escolar y consideras buena idea tatuarte tu propio nombre en el antebrazo. La película hizo ganar en torno a 50 millones de dólares a Walt Disney Pictures y supuso un éxito más de la factoría de Jerry Bruckheimer.
Y no sería esta la única película que terminaría dejando beneficios en las arcas de esta asociación, puesto que "El bar Coyote" terminaría por ser un éxito inesperado que reportó otros 25 millones de dólares a la compañía. La historia era una habilidosa mezcla entre "Cocktail", "Footloose" y "Showgirls", y estaba tan bien construida que acabó convirtiéndose en una película muy generacional: a ellos les gustaban las chicas como objeto de deseo y a ellas como espejo de triunfo y liberación. El director, el debutante David McNally, nunca volvió a verse en otra así (tres años después estrenó "Canguro Jack, trinca y brinca", película que por lo que fuera pondría fin a su breve carrera cinematográfica) pero supo dotar de un buen acabado a la película y sacar lo mejor de un conjunto de jóvenes actrices que en sus manos parecían destinadas a convertirse en estrellas. Pero no lo consiguieron.
Quienes ya eran estrellas más que consagradas en aquel verano de 2000 eran los protagonistas de "Space cowboys". Clint Eastwood, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y James Garner se lo pasaron en grande rodando esta especie de versión geriátrica de "Armageddon" en la que daban vida a una cuadrilla de astronautas jubilados que jamás habían podido salir al espacio, y logran resarcirse cuando, ya jubilados, son requeridos para tratar de evitar la reentrada en la atmósfera de un viejo satélite. "Space cowboys" es una película de espíritu netamente hawksiano que mezcla acertadamente aventura y comedia y que está dirigida con la habitual solvencia mostrada por el Eastwood de los 90. La crítica la minusvaloró (por no decir que directamente la ignoró) y el público acudió a verla en la cantidad justa para no darle un disgusto a la gente de Warner.
Otra de esas películas que consiguió recaudar lo justo para no dar pérdidas fue "El hombre sin sombra". Y eso no era poca cosa teniendo en cuenta que Paul Verhoeven, su director, venía de dos descalabros tan monumentales como "Showgirls" y "Starship Troopers". De todas formas, y a pesar de no fracasar comercialmente, la producción de "El hombre sin sombra" fue tan complicada (el estreno de la película llegó a demorarse un año) que sería la última vez que el realizador holandés trabajaría en Hollywood. Como venía siendo habitual en los últimos estrenos de Verhoeven, la crítica destrozó sin piedad "El hombre sin sombra". Y, como es habitual en las películas de Verhoeven, dicha recepción fue muy injusta. Es cierto que existe un desequilibrio claro en "El hombre sin sombra", y cualquier espectador puede intuir el momento en el que es el Estudio el que toma el control de la narración apartando al director. Pero esas dos películas no conviven especialmente mal: el estudio sobre las perversiones eróticas y de poder (valga la redundancia) del científico con un poder absoluto y el "slasher" más o menos convencional de su tercer acto están bastante bien emplastadas y, sorprendentemente, la mezcla no se corta.
Y no fue "El hombre sin sombra" la única película de terror que estrenaría Kevin Bacon en España a lo largo del verano de 2000. Porque, a principios de Julio, casi con un año de retraso desde su estreno americano, llegó a las carteleras españolas "El último escalón". Y recalco lo del año de diferencia entre estrenos porque uno no puede entender por qué, si las comparaciones con "El sexto sentido" fueron uno de los principales hándicaps de la película para tener una gran carrera comercial en Estados Unidos, no se aceleró la premiere española con el objeto de adelantarse a la película de M. Night Shyamalan. Y es que lo cierto es que es una lástima que las (más que superficiales) comparaciones entre películas acabaran dañando tanto al segundo trabajo de David Koepp detrás de las cámaras. "El último escalón" es una perturbadora historia sobre la obsesión, la vida en los suburbios y las relaciones familiares disfrazada de cuento de fantasmas. Es una lástima que la carrera posterior de Koepp no estuviera a la altura de sus primeras películas como realizador.
Algo parecido a lo que le terminaría sucediendo a un Jonathan Mostow que por aquel entonces estrenó "U-571", una película de submarinos de reparto coral pero orquestada para ser un peldaño más en el ascenso hacia el estrellato de Matthew McConaughey, su prometedor protagonista. "U-571" es una de esas películas de clase media, rodada con solvencia, de las que tanto se echan de menos en las carteleras de hoy en día. En ella aparecen grandes actores, veteranos con prestigio y jóvenes promesas, la acción se toma su tiempo para desarrollar a los personajes, el director pone su talento al servicio de la historia y durante el tercer acto es muy difícil despegar la vista de la pantalla, sin necesidad de que los actores chillen, la música abrume o exploten cosas. Una gran mediana película. Hace veinte años se estrenaban varias de estas al mes.
Y así pusimos fin al verano cinematográfico del año 2000. Tres meses ejemplares en los que se estrenaron películas de todo tipo, y el público respondió, acudiendo a las salas y disfrutando del último verano antes de que todo cambiara definitivamente. Pero aún quedaban doce meses para que aquello sucediera, y el otoño en el que nos adentrábamos también estaba plagado de grandes películas que sirvieron para descubrir a un puñado de directores que estaban destinados a acompañarnos durante bastante tiempo…
Daniel Lorenzo