Escalofríos de cine: “Misery”, o ¿me firma un autógrafo, por favor?...
Querido Teo:
Suele ocurrir que al comprar en los nuevos formatos uno de aquellos grandes clásicos del cine de terror, y tras su enésimo visionado, nos aborde la duda de si lo que tenemos entre las manos es propiamente una peli de terror o es puro y duro suspense hitchcockiano. El dilema se agiganta porque, además, servidor debe decidir en qué apartado de la estantería colocar el Blu-Ray en cuestión… ¿Terror? ¿Suspense?... Al final la cabra acaba por tirar al monte y, en esta ocasión, a aquel en el que Paul Sheldon escribe su última novela, desde aquella preciosa cabaña, y no nos queda otra que, en honor al sufrimiento del pobre James Caan, seguir engordando el estante dedicado al género de los géneros, en detrimento del ocupado por el gran Hitch, y su legión de seguidores, con todas aquellas formidables películas forjadoras de su propio subgénero cinematográfico… ¡Hitchcockiano!
La millonésima adaptación de una novela de Stephen King (ignoro si quedará alguna de sus obras por llevar al celuloide) con la que, al parecer, no quedó demasiado descontento, lo cual no deja de ser anecdótico por lo raro, se convierte en un viaje a través de la psique de la protagonista femenina, Annie, y de las fluctuaciones emocionales que un fanático (tomaré nota) atraviesa cuando lleva al extremo aquello que le apasiona. Como decía, a menudo suspense y terror se enmarañan, llegando incluso a pulular en el ambiente el manido terror psicológico, al estilo de "El resplandor", en esta ocasión la confusión radica en el desgaste que la peli va produciendo en el espectador metido de lleno en el pellejo del desafortunado Paul, pues si bien al principio de la historia se atisba lo que puede llegar a sobrevenir, a medida que la trama transcurre surge el suspense, que irá in crescendo hasta convertirse en claustrofóbico, terrorífico… Asfixiante para ambos, protagonista y desdichado televidente que observa tamaña fábula envuelto en un halo tan tenso, tan absorbente, que no puede hacer otra cosa que asirse a los brazos del sillón suplicando la clemencia que el infortunado Paul no obtiene.
Paul Sheldon, afamado escritor de novela rosa al estilo “Jazmín”, acaba de escribir su último libro aún sin título (que en la novela de King es sobre “Coches rápidos”). Lo hace en aquella idílica cabaña situada en las Montañas Rocosas de un perdido pueblo de Colorado, en la que tantas veces dio vida a Misery Chastain, personaje que le proporcionó fama y dinero. Ahora, al verse encasillado, decide romper para siempre con ella, y escribir sobre algo completamente distinto. Craso error. Abandonada la cabaña sufre un accidente de coche que casi le cuesta la vida, hasta que es “rescatado” por Annie Wilks que decide llevarle a su casa, consciente de quién se trata, para curarlo y apropiarse de algo más que de su último éxito. Su desdicha empezara cuando la peculiar Annie descubre que el afamado escritor ha matado a Misery, tras comprar “El hijo de Misery”, que es la última novela publicada por aquel. Al tiempo que obliga al postrado autor a incinerar su obra todavía no publicada, rescatada del accidente junto con él, le exige que resucite a Misery… ¡¡¡a su Misery!!! En este momento, Paul toma relevancia de lo que ocurre, entiende que es cautivo de su pasado, llamado Misery Chastain, a quien había decidido enterrar para siempre. De su presente, en forma de fanática desquiciada que llevará hasta el extremo su obsesión por el personaje. Y de su futuro, pues se ve conminado a retomar aquello que ya había muerto para él, y a hacerlo en unas condiciones insufribles.
Enfermera con un pasado tan oscuro como tétrico, Annie somete a Paul a un deterioro físico y emocional, tan extenuante y sibilino, del que uno no puede evitar contagiarse, que el desenlace no puede ser otro. Si bien demasiado obvio, no por ello carente de emoción, y aunque la peli beba demasiado de las artes del mago del suspense (el personaje del sheriff, su construcción y finiquito es exageradamente parecido al Arbogast de "Psicosis" ), resulta tan poderosa y turbadora por sí misma como para lograr hacerse un hueco entre nuestras pelis favoritas.
“…Tú… tú… cerdo asqueroso… ¿Cómo te has atrevido?... no puede morir… ¡¡¡Misery Chastain no puede morir….!!!
Aunque, como ya se ha dicho, la peli dirigida por Rob Reiner en 1990 no supuso un antes y un después para el género, como ocurrió en la mayoría de las ya comentados en este serial, sí reúne un buen puñado de elementos que la hacen perdurable en el tiempo y que la convierten en una de esas películas imprescindibles en nuestro espectro cinematográfico y, por tanto, digna merecedora de asustarnos de vez en cuando, como pudieran serlo alguna de sus míticas escenas. La del mazo, en la que Annie macabra y despiadadamente destroza los pies de Paul para que este no escape de la habitación en la que está recluido, o aquella otra en la que le presenta a Misery, una enorme cerda que tiene como mascota. Escenas que vienen a demostrar la ambivalencia de la perturbada enfermera… O como pudiera ser la apabullante personalidad que todavía seguía irradiando la encantadora Lauren Bacall en pantalla, en el papel de la agente del novelista. Pero, sin duda, y aunque James Caan no desentona demasiado frente a semejante compañera de reparto, la película es, fue y será Kathy Bates.
Y es que la oronda y entrañable intérprete de pelis como “A propósito de Schmidt”, “Revolutionary Road”, “Titanic” o “Midnight in Paris”, en “Misery” atolondró a propios y extraños con el trabajo de su vida y por el que, sin duda, será siempre recordada… y temida. Encarnó magistralmente el papel de tarambana andante, combinando momentos de extremada chifladura provocada por la fogosidad con la que siente a Misery, con otros de ternura para con su rehén a quien, a su forma, venera e idolatra, convirtiendo a Annie Wilks en una de las féminas psicópatas más apabullantes de la Historia del cine, como lo atestiguó el American Film Institute en su lista de los 100 mayores héroes y villanos (sabida es la pasión de los americanos por hacer listas para casi todo) en el puesto 17, valiéndole el Oscar y el Globo de Oro, como no podía ser de otra forma.
Aquellos ojos interminablemente abiertos, inquiriendo a la cámara en primerísimo plano “Soy tu fan número uno…” son testimonio de lo anterior y, a su vez, legado inmortal, por lo menos para siempre, para todo amante del cine de congoja.
Estupefacto, con los ojos como platos y con toda la ilusión que rezuma un crío en Juguetelandia, se enfrenta uno, de cuando en cuando, a la interminable hilera de DVDs y Blu-Rays de los imperiales centros comerciales que Callao ofrece, dirigiendo plegarias a lo más alto, a Don Béla Ferenc Dezsö Blaskó por supuesto, para que, aludiendo a Harry Callahan, magnum del 44 en mano en la estupenda “Impacto súbito”, nos alegre el día con algo nuevo que llevarnos a la boca. Algo que, tantos años después, nos haya pasado inadvertido, aún por revelar, y que hoy, todavía hoy, nos haga sentir, de nuevo, la indescriptible emoción que supone disfrutar por primera vez de uno de aquellos grandes clásicos del cine de terror. Con la misma sensación de inquietud que Paul le narra su tormento a la viuda de Bogart, decidimos que el riesgo no lo sea tanto y, junto a aquella peli, quien sabe si merecedora de pasar a engrosar nuestro selecto club de grandes clásicos, nos acompañará Annie Wilks, esta vez en rayo azul, muy similar al que debió parecerle a Paul que le partía, cuando de aquella camarera volvió a escuchar aquello de “I am your number one fan…”
César Bela