Mr. Pinkerton y los corazones rotos de película

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¡Hola muchacho!

¡Cuánto tiempo sin saber de ti! Siento que te metieran en la celda de castigo por escaparte al cementerio de noche y organizar allí un falso casting para “MasterChef”… ¡Es que eres muy gamberrete cuando quieres! Te preguntarás qué he hecho en todo este tiempo. Ya sabes que me mantengo con los casos aburridos y habituales, tipo seguimiento a esposos infieles, adolescentes con vida perniciosa, políticos… pero lo que de verdad me da vida son esos casos que te llegan como si nada y que acaban regalándote una vivencia excepcional.

Y así prometía el caso que me llegó el 1 de Mayo. Me citaron en la manifestación convocada por los sindicatos. Me dijeron que me integrara en ella, y que no me preocupara, que ellos se encargarían de localizarme. Así que eso hice. Estuve durante dos horas alzando el puño y gritando lemas antigubernamentales hasta que noté una mano posando sobre mi hombro, una mano que pertenecía a un hombre que llevaba una máscara sarcástica de la Merkel. “Mr. Pinkerton, el compañero y líder Méndez tiene detrás suya una señora, una ex novia del instituto y que, a pesar de los años, sigue loquita por sus barbas. Ya no sabe qué hacer, por eso recurre a usted, para que trate de hacerle ver que no hay nada que hacer, que jamás podrá será correspondida por él”.

Muchacho, quién me iba a decir que yo iba a acabar de consejero sentimental. Pero allí me vi, con la foto de la buena señora, la cual estaba, por supuesto, a pocos metros de Méndez, siguiendo sus pasos. Me puse a su lado como si nada, pero pronto le di conversación. La ficha sobre su vida que me enseñó el tipo ayudó bastante. Me bastó cinco minutos de conversación para que me hablara sobre lo mucho que deseaba al líder sindical. La miré a los ojos y me recordó a Natalie Wood en “Esplendor en la hierba”. Ni te imaginas lo celosa que se mostraba… hablaba como si aquella relación estudiantil hubiese sucedido ayer mismo, ¡y habían pasado cuarenta años!

Conseguí sacarla de la manifestación y la invité a tomar un café. Allí comencé a hablarle de amigos míos solteros. Sabía que me invitaba en un lío si la señora se hubiese decantado por alguno de ellos. Es algo que un amigo nunca te perdonaría. Pero en ese momento tenía que intentar algo. Nos acercamos a la tienda donde trabaja uno de ellos, pero me dijo que no le gustaba su nariz. Le enseñé fotos de otros tantos, pero siempre les encontraba algún fallo físico: demasiada nuez, demasiadas paletas, demasiados pelos en las orejas… vamos, ni que Méndez fuese un adonis. El único que le gustó era un amigo gay. Nos acercamos al Museo Thyssen, donde trabaja. ¿Qué más daba que fuera gay? Quizás la relación podía funcionar por un tiempo, como en “Sobreviviré”. Pero el encuentro no duró ni tres minutos. Mi amigo me cogió del cuello de la camisa, me llevó al baño y me dijo que en qué narices estaba pensando. Y era verdad, aquello era un caso imposible, y ni siquiera era algo propio de un detective profesional como yo. Parecía el psicólogo del protagonista de “No sos vos, soy yo”, con la diferencia de que no era un profesional del coco, sino alguien que aceptaba dinero con tal de que se desenamorara del sindicalista.

La miré, y me dio pena, mucha pena. Tantos años dedicados a un amor platónico, un amor imposible hacia Méndez, como el de Charlotte Rampling con el mono Max en “Max, mi amor”. Así que me olvidé de mis obligaciones y simplemente fuimos a dar un paseo por el Retiro. Luego comimos en el Hard Rock Café, vimos una peli en Gran Vía, y conseguí que durante unas horas se quitara a Cándido de la cabeza. Pero claro, muchacho, pasó como en “Sueños de un seductor”, y la señora acabó enamorada de mí, con el tipo que le buscaba un novio. Por suerte no le llegué a dar mis datos verdaderos. Para ella yo era Mario Postizo, un importador/exportador de gatos chinos, y supongo que aún me estará buscando por todo Madrid. Pero lo importante es que se olvidó de Cándido Méndez, me pagaron por haber conseguido mi objetivo, y supongo que la pobre Leonor (que así se llamaba) estará sufriendo menos por no ver todos los días a su amor platónico en la televisión. O no.

¡Un saludo!

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