Centenario Visconti: El fotógrafo, el artista y el bello
Querido sobrino:
Tu tía Claridge duerme en estos momentos en el pequeño palacio que he alquilado en Venecia. La noche es tan húmeda y fría como cabe esperar de este mejillón barroco con rincones llenos de belleza.
Hemos finalizado el día visitando la Academia porque deseaba ver uno de los dibujos más populares del mundo, "El hombre de Vitrubio", El más famoso de los estudios de proporciones humanas realizadas por Leonardo. Se ha convertido en su logotipo. El «Hombre de Vitruvio» es un dibujo a pluma y tinta, en una hoja grande de papel (34 x
24 cm.). Encima y debajo hay textos escritos a mano. El de arriba comienza: Vitruvio, el arquitecto, dice en su obra sobre la arquitectura que la Naturaleza distribuye las medidas del hombre de la manera siguiente: 4 dedos hacen un palmo y 4 palmos hacen un pie; 6 palmos hacen un codo [un antebrazo, del latín cubitus, codo]; 4 codos hacen la altura de un hombre...
Al dejar que mi mirada se enviciase en la hermosura de este cuerpo, al recordar la homosexualidad de Leonardo, he pensado una vez más en Visconti, su preferencia por la belleza masculina.
Luchino también estuvo ante este hombre perfecto en una de las muchas ocasiones en que viajó a Venecia. No fue la Venecia crepuscular y decadente, de los "canales negros como la tinta", lo primero que percibió en su primera visita de niño. Tampoco la Venecia donde se citaban todos los homosexuales que, como en ninguna otra parte, escapaban aquí a la reprobación, y a los que Paul Morand veía deambular, "ensortijados y arrullándose como las palomas de San Marcos".
Como tantos homosexuales, Visconti era un gran mujeriego, se sentía halagado, sorprendido y encantado de su atractivo, pero la pasión sexual era para sus amantes. Tuvo muchos. El primero de los "importantes" fue un fotógrafo alemán que trabajaba parte de su tiempo en Nueva York para Vogue, pero que viajaba con frecuencia a
París. Una noble parisina los hizo coincidir para un almuerzo, justo el día en que Luchino salía para Roma. Resultó un flechazo junto a una chimenea. Horst, así se llamaba el alemán, se fijó desde el primer momento en el joven italiano, distante, increíblemente apuesto y del que sólo le han hablado como de un riquísimo play-boy amante de los caballos y de los coches de carreras. Cuando Luchino expresó su pesar a la anfitriona por tener que marcharse, para no perder el tren, el propio Horst ha recordado como! "me escuché de pronto a mí mismo interrumpir su despedida formal y decirle con tono firme: "Usted no dejará París esta tarde. Mañana a la una almuerza en el bar del Crillon conmigo". Para mi alborozo, él hizo una señal de asentimiento y se fue. Y al día siguiente, cuando a la una llegué al bar del Crillon —sin muchas esperanzas, pero nunca se sabe...— él estaba allí, esperándome. Almorzamos juntos como estaba previsto. Luchino permaneció una semana o dos en su hotel y nos vimos todos los días».
Pasada la pasión, sus viajes y trabajos les ayudaron a mantener la relación viva muchos años.
La distancia no existió en el caso de su siguiente gran amor, Franco Zeffirelli. Los medios han aprovechado para hacer que no recordaban las relaciones entre Visconti y Zeffirelli, ahora que acaba de sacar su libro de memorias. Así pueden vender mejor otro de sus pírricos escándalos, sobre algo que era vox populi en toda Italia a finales de los años cincuenta.
Son muy distintos. Franco es cortés, menos dado a los arranques. Cuando pasa de "protegido" de Luchino a tener voz propia comienzan los problemas, celos y resentimientos, ante la predilección que la Callas manifestaba públicamente por Franco, que acababa de triunfar en la Scala con una puesta en escena espléndida.
La caída en desgracia de Zeffirelli parece confirmarse en una noche en la que nevaba copiosamente, cuando los dos amantes enemistados se encuentran frente al Piccolo Teatro de Milán. Comienzan con mordacidades, siguen palabras agrias, y hasta llegan a las manos.
Pero al verano siguiente se han reconciliado y viajan juntos a España, para asistir al bautismo del hijo de Lucía Bosé. Envían postales a los amigos y las firman juntos. Maria Callas conservó algunas de ellas.
"Ayer y hoy visitamos Toledo y hasta asistimos a una corrida de toros. Mañana proseguiremos nuestro viaje por Andalucía; me muero de impaciencia. La sombra de Carmen planea por encima de nosotros. Luchino y yo pensamos a menudo en ti. Rodamos de aquí para allá, siempre con la esperanza de repetir el maravilloso golpe de suerte del año pasado, cuando una noche, durante una violenta tempestad en el norte de Francia, la radio nos brindó la retransmisión de tu Norma ".
La relación con Franco se fue enfriando y no pasó mucho para que Visconti conociera al hombre del resto de su vida.
Ocurrió a finales de la década siguiente. Luchino se había quedado desconcertado por el fracaso de crítica y público que había tenido "El extranjero", adaptación de la novela de Marcel Camus. No conocía el fracaso y, de hecho, no volvió a conocerlo. En ese momento conoció al actor austriaco Helmut Berger, que se convirtió
inmediatamente en su amante.
Luchino se enamoró locamente de Helmut. Pero no sucedió nada más. Lo que ahora puede parecer la cosa más natural del mundo, en esa época fue motivo de escándalo.
Berger era un joven bellísimo, actor mediocre pero no tan malo como para anular el talento de Visconti. Lo probó en "Las brujas", en 1967, y le pareció aceptable rebajar su exigencia habitual a cambio de tenerlo cerca.
"La caída de los dioses", implacable disección del hundimiento del régimen nazi, confirmó la impresión sobre el austriaco, pero contenía escenas de sexo un poco subidas de tono para la época, y su interpretación pasaba desapercibida.
No le encontró lugar en "Muerte en Venecia", pero en la siguiente, "Luis II de Baviera", ya en 1973, Berger pudo al fin esbozar algo parecido a una interpretación seria. Su personaje, el rey Luis II de Baviera, famoso por sus excesos sexuales, mentales y artísticos y por no saber, ni querer gobernar su propio país, le permitió protagonizar ese inmenso fresco histórico de más de cinco horas.
Lo cierto es que la vida común de Visconti con Berger duró hasta la muerte de Luchino, y aunque las películas que hicieron juntos no fueron las mejores, Helmutt acompañó a su amante hasta el final. Su foto era una de las que miró hasta el último momento.
La noche comienza a convertirse en bruma gris, amanece sobrino, las barcazas que introducen las frutas y verduras por los canales ya deben estar descargando. Te escribiré en otra ocasión. Deseo conseguir unas naranjas y unos dulces de almendra para nuestro desayuno.
Tu tío Anibal L.