Centenario Wilder: "El apartamento", la escena
Querido diario:
Fue en 1960 y después de muchas y grandes escenas que pasaría a la posteridad, cuando Wilder alcanzó la cumbre de su carrera y el gran reconocimiento de la industria. A lo largo de este recorrido estas viendo, querido cinépata, las grandes dificultades que tuvo para ser valorado por la industria y el público, y además continuando siendo fiel a su estilo.
Con "El apartamento", la crítica, el público y la industria acabó rendida a Wilder y le encumbraron como el autor más destacado del momento. Gracias a esta película, se convirtió en la persona en recibir tres oscar en una misma edición, como productor, director y guionista.
Wilder logró retratar más que fielmente el ambiente oficinista de Nueva York de comienzos de los 60, recibiendo infinidad de cartas de trabajadores que se mostraban encantados de cómo Wilder había llevado al cine el día a día de esos amplios pero poco reconocidos lugares de trabajo, sobre todo situando como protagonista a un hombre corriente y servil que deja las llaves de su apartamento a sus superiores, con el objetivo de ser más valorado y poder ascender en la empresa. Un hombre bueno, que busca agradar y que los demás estén satisfechos con él.
"El apartamento" ha sido considerada como una comedia por gran parte del público, pero es algo más de eso y querer encuadrarla en esa palabra es un error. Tiene momentos de risa, pero también escenas muy agridulces y desesperantes en el que las personas pasan de ser hormigas que forman parte de la cadena de trabajo de día a ciudadanos insatisfechos y con una vida que no se corresponde con la que hubieran deseado.
Uno de los trucos de la película se puede ver en el decorado que representa a una amplia sala en el que todos los oficinistas realizan sin descanso su labor. Para dar la sensación de una oficina inmensa, el decorador Alexander Trauner realizó un truco que se basaba en la perspectiva. Detrás de la mesa de despacho situada en primer plano construyó muebles de oficina más pequeños, cada vez más pequeños, hasta alcanzar un fondo dibujado, lo que creaba un amplio acortamiento de la perspectiva.
Para la película, Wilder contó con Jack Lemmon al que decidió darle el protagonista absoluto después de estar encantado con su interpretación en "Con faldas y a lo loco". Para hacer de la chica había que buscar a alguien que mezclara desparpajo con inocencia por lo que se hizo con los servicios de Shirley MacLaine. Los tres se llevaron muy bien durante todo el rodaje, creando escenas tan sentidas como la que sigue conocida como la de el espejo roto.
A pesar de todo, no podemos decir que la idea sea completamente original, ya que Wilder vio como su bombilla se encendía al ver "Breve encuentro" de David Lean. La figura del apartamento, le cautivó y a partir de ahí trenzó la idea para configurar la película que nos ocupa.
Una película inolvidable y con grandes momentos, como esta escena final en la que el año uevo aparece como metáfora de la nueva vida que esta por venir, del triunfo del hombre corriente y también del amor por encima de todas las cosas, en quizás uno de las conclusiones más "happy end" del cine de Wilder.