Cuaderno de viaje: Malaisia, el rey y yo
Querido diario:
Nunca sé si mi tío viaja por placer o huye del FBI, pero siempre se mueve por lugares enviadiables. Me acaba de enviar esta postal.
Querido sobrino:
Para resucitar "Ana y el Rey", esta leyenda tailandesa de occidentales, eligieron Malaisia. Jodie Foster aplica el romanticismo realista de una joven viuda y maestra competente por dos paraísos de Oriente: Langkawi y Perak. Me traslado, sobrino, para reencontrarme con las junglas crecidas en estos mares del Sur hace 130 millones de años.
Sobrevuelo el estrecho de Malaca, uno de los más transitados del planeta, que baña la región de Perak (estaño en Malayo). La ciudad de Ipoh es una capital joven poblada con mano de obra china, destinada, hace un siglo, a trabajar en las minas de estaño más ricas del mundo. Es comercial e incansable. Veo discutir a los dueños de dos coches lujosos y vulgares por conseguir comida en uno de los muchos restaurantes callejeros, cuya calidad sorprende.
Elijo el satai, el platillo más popular del país. La hoja de bambú ha protegido los trozos de cordero y pollo conservando el aroma de las especias, reforzando los sabores de la piña, el pepino y la salsa de cacahuete.
Voy de Ipoh al Clear Water Santuary Golf Resort, donde se conservan algunos recuerdos del rodaje. Deseo ver los 30.000 metros cuadrados donde levantaron los edificios que reproducen el palacio real de Bangkok para recibir a Jodie y resucitar la vida en la corte. Todos hablan aún de los muchos meses de trabajo para cientos de obreros que han construido un escenario de proporciones olvidadas por el cine desde el rodaje de Cleopatra.
Lagkawi es una de las cuatro islas pobladas de un archipiélago de más de cien, rodeada de playas finas como el polvo y con azules no soñados por Rafael. "Hay que viajar a Oriente para obtener la belleza de Oriente" es una simpleza aparente del productor ejecutivo de la película, que sólo se comprende en esta costa elegida para ambientar el único instante de pasión entre el rey y la joven viuda. Su majestad rompe por sensatez, el encanto que aproximaba sus bocas, la pantalla sume al público en la pena y el único consuelo es que el no-beso se haya producido en este paraíso donde sobreviven las leyendas. Una princesa, me cuentan, sobrino, fue condenada a muerte injustamente por adulterio, pero antes de morir maldijo a la isla profetizando que quedaría dormida durante siete generaciones. La fecha se cumplió en 1980 y desde entonces este lugar ha pasado de 30.000 a dos millones de visitantes cada año.