Cannes 2024: Yorgos Lanthimos vuelve a sus inicios pero se pierde en sus ganas de incomodar y provocar
Querido Teo:
El prolífico Yorgos Lanthimos llega a Cannes con “Kinds of kindness” pudiendo aspirar a la proeza de conseguir en una misma temporada el León de Oro del Festival de Venecia y la Palma de Oro del Festival de Cannes. Se antoja difícil ya que el regreso de Lanthimos al estilo de sus tan sugerentes como inclasificables trabajos ha desconcertado en una jornada que está evidenciado que los grandes nombres de esta edición no están terminando de convencer con sus trabajos.
“Kinds of kindness” (Yorgos Lanthimos) // Sección Oficial
“Kinds of kindness” es una fábula en forma de tríptico que sigue a un hombre sin elección que intenta tomar el control de su propia vida; un policía alarmado porque su esposa, desaparecida en el mar, ha regresado y parece una persona diferente; y una mujer decidida a encontrar a alguien específico con una habilidad especial, que esté destinado a convertirse en un líder espiritual prodigioso. Un caleidoscopio con el que el director vuelve a trabajar por tercera vez con Emma Stone (tras “La favorita” y “Pobres criaturas”) en un reparto en el que destaca especialmente Jesse Plemons y en el que también están Willem Dafoe, Margaret Qualley, Hong Chau, Joe Alwyn y Hunter Schafer.
“Kinds of kindness” ha sido calificada de retorcida, irregular y, sobre todo, fallida por llevar el director a sus personajes a la deriva en una cinta que es puro humo provocador que se queda más en la pose pretendiendo que el desbordante imaginario del director pueda con todo. No parece haber sido el caso en una cinta entre la intriga, el humor, la mordacidad y la sordidez más preocupada de provocar y ser repulsiva que de asentar su mensaje sobre el poder, el control de la identidad y la sumisión de los cuerpos.
El director vuelve al festival que le dio a conocer (ganó en la sección Una cierta mirada con “Canino” en 2009) y volvería tanto con “Langosta” (Premio del Jurado en 2015) y “El sacrificio de un ciervo sagrado” (mejor guión en 2017). Tras asentar su estatus en Hollywood (sus últimas dos películas fueron catapultadas de Venecia a los Oscar) ha vuelto a colaborar con el guionista Efthymis Filippou adentrándose en los aspectos más oscuros de la condición humana, en el libre albedrío y en hasta qué punto condiciona nuestro entorno.
Una película que desagrada e incomoda con la que el director ha pretendido hacer algo más naturalista y contemporáneo pero en la que hay más veleidades de autor encantado de conocerse que otra cosa, perdiéndose en una alambicada maraña filosófica de referencias tanto de la mitología griega como existenciales, entre lo grotesco y lo tétrico, sobre la perversión moral a la que nos somete la sociedad, el poder alienante, el amor sacrificado, la fe desatada y hasta dónde somos capaces de llegar para no perder nuestro lugar en el mundo.
Lanthimos esta vez atesorará más detractores que fans al no llegar a afinar (algo que su estilo tan personal necesita para no terminar desesperando) ni a mostrar cierta contundencia en un ejercicio que casi hay que ver como un perturbador juguete con el que el director ha destilado a borbotones distintas temáticas experimentando con los tonos, contando como aliados con la música atonal de Jerskin Fendrix, la iconoclasta fotografía de Robbie Ryan y con unos intérpretes dispuestos a todo, pero sin lograr evitar que estemos ante una propuesta larga, agotadora y fallida. Un provocador al que aquí se le ven las costuras por falta de cocción.
"Tres kilómetros hasta el fin del mundo" de Emanuel Parvu // Sección Oficial
El cine rumano no puede faltar en Cannes y la película representante de esta cinematografía es el cuarto trabajo como director del habitual actor Emanuel Parvu. Una cinta que sin dogmas y con la habitual naturalidad, sobriedad e impactante sutilidad del cine rumano explora las oscuridades de una sociedad sustentada en el machismo moral cuando un joven, perteneciente a una familia humilde de una comunidad conservadora y rural del Delta del Danubio, es brutalmente agredido cuando se le ve dándole un beso a un turista. Un chico frente a su entorno y unos padres que tienen que inhalar el amor que sienten hacia su hijo para evitar caer en la inercia de lo que para la sociedad habría que esperar de él.
Un descorazonador retrato que sin dramatismos innecesarios pero sí contundencia diáfana muestra a una sociedad homófoba y corrupta en el que las “fuerzas vivas” (empresarios, policías, religiosos, etc...) imponen su ley de manera autoritaria y en la que la tradición, la religión y la tolerancia pasa por encima de cualquier derecho en favor de la víctima. Una historia que sin muchos medios sabe contar lo que quiere con esa sencillez característica del cine rumano en el que todas las conversaciones, encuentros y escenarios rezuman verdad llevándonos a ser casi “voyeurs” de un pedazo de la vida de esa sociedad.
Un trabajo correcto y digno, sin la brillantez de otros tótems del cine rumano, pero que sin sorprender sabe manejar la tensión en ese escenario rural en el que el que viene de fuera es el que hace sembrar la discordia en una comunidad que no entiende al diferente y en la que en ese plano de formato ancho y opresivo asistimos a las diatribas y discusiones de unos personajes que, tanto por acción como por omisión, tienen que tomar partido frente a la injusticia intentando que o bien las cosas cambien y se apoye a la víctima para no privarla de su futuro o bien se mire a otro lado para no tener problemas frente a los que mandan.
“Oh, Canada” (Paul Schrader) // Sección Oficial
Tras su trilogía de la redención el director Paul Schrader explora sus propias tortuosidades en “Oh, Canada” colocando a Richard Gere como su propio alter-ego. Un afamado documentalista canadiense concede una última entrevista a uno de sus antiguos alumnos para contarle toda la verdad sobre su vida. Una confesión filmada delante de su mujer en la que con cierta atonalidad melancólica propia de la amargura del final habla de cómo enfrentarse a ese momento en un ejercicio de memoria y de arrepentimiento frente a la mortalidad.
Un nuevo prisma sobre la redención centrada en la entrevista final llevada a cabo por un cineasta de izquierdas dispuesto a revelar todos sus secretos, entre ellos su deserción a Canadá para no combatir en la Guerra de Vietnam. Con más de 70 años, y diagnosticado con un cáncer terminal, se prepara para una entrevista filmada a cargo de su ex alumno estrella, Malcolm MacLeod, rodeado de su mujer y sus máximos colaboradores que serán testigos de su confesión.
“Oh, Canada” ha sido calificada de no tener la fluidez necesaria en un puzzle poco atrayente en el que el personaje no termina de despertar ni el carisma ni el atractivo necesario para mantener el interés de esa letanía conversacional en un ejercicio de pulso amorfo y con un existencialismo desesperante en el que el protagonista intenta confesar a su mujer desde hace 30 años aspectos desconocidos de su vida mientras la culpa le invade y el cáncer golpea a la puerta. La mente de un enfermo, afectado por los vagos recuerdos y la medicación, que no hace más que confundir al espectador.
Una cinta que se desarrolla en flashbacks (Jacob Elordi es la versión joven del personaje pero ese desertor activista del 68 no logra atraer en una huida en la que parece haber más allá de vacío existencial que de compromiso) y que más que tratar el contexto de la época (el carácter de objetor de conciencia de la Guerra de Vietnam) prefiere poner el poco en sus infidelidades y en el abandono de su hijo en la que es la adaptación de la novela "Foregone" de Russell Banks (al cual ya adaptó Schrader en “Aflicción”) y que falleció dos años después de la publicación de la novela.
Un testimonio de un moribundo con sabor a despedida y con eso de poner las cosas en orden aunque Paul Schrader sea incapaz de hacer interesante desde el punto de vista cinematográfico más allá del reclamo de su reencuentro con Richard Gere 44 años después de "American gigoló".
Nacho Gonzalo