Cannes 2024: Francis Ford Coppola desmorona su legado y Andrea Arnold retrata una adolescencia marginalidad que no quiere renunciar a soñar

Cannes 2024: Francis Ford Coppola desmorona su legado y Andrea Arnold retrata una adolescencia marginalidad que no quiere renunciar a soñar

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Querido Teo:

Un Francis Ford Coppola arrollado por la edad, la añoranza de las personas queridas que se quedan en el camino y el ambicioso proyecto de "Megalópolis" ha vuelto a Cannes erigiéndose como el título acontecimiento de esta edición con una epopeya romana en la América moderna en la que hay más medios e ideas que buenos resultados. No sólo por lo que supone el nombre del director, ganador de 2 Palmas de Oro y con una carrera mitificada a sus espaldas, sino por el hecho del enigma que ha rodeado siempre a un proyecto costoso y azaroso que con el empujón de la visibilidad festivalera parece que sí que podrá llegar a las salas ante el temor de las distribuidoras por la escasa rentabilidad de lo que pueden tener entre manos.

“Megalópolis” (Francis Ford Coppola) // Sección Oficial

Francis Ford Coppola no sólo vendió sus viñedos para obtener financiación para un presupuesto de 120 millones de dólares sino que confesó que tuvo que reescribir más de 300 veces el guión de la película desde el origen de la idea hace cuatro décadas. "Megalópolis" cuenta la historia épica de ambición política, genio y amor en conflicto siguiendo en un futuro no muy lejano a un arquitecto que quiere reconstruir una versión utópica de la ciudad de Nueva York después de un desastre devastador.

La ciudad de Nueva Roma debe cambiar, lo que provoca un conflicto entre César Catilina, un artista genio que busca saltar hacia un futuro utópico e idealista, y su oposición, el alcalde Franklyn Cicero, que sigue comprometido con un modelo regresivo. El "status quo", que perpetúa la codicia, los intereses especiales y la guerra partidista, tiene como elemento de unión a Julia Cicero, la hija del alcalde, cuyo amor por César ha dividido sus lealtades, obligándola a descubrir lo que realmente cree que la humanidad merece.

“Megalópolis” es una mirada desoladora a un Nueva York en ruinas impregnado por la decadencia del Imperio Romano en el que entre dorados, fastos y egos sólo hay descomposición por un capitalismo que ha raído toda moralidad pasando del imperialismo a la más absoluta deriva. Algo de lo que Coppola ya dio buena fe en su filmografía a la hora tanto de hablar como la de la familia como de América, conceptos presentes en un ejercicio libre, irregular, desaforado, caótico y patético pero, no por ello, exento de valentía siendo lo que más se ha alabado de una cinta condenada a recibir los palos necesarios que la pueden engrandecer en un futuro como película de culto.

“Megalópolis” evoca a los clásicos griegos (de Marco Aurelio a Cicerón), y especialmente a la venganza del patricio Caitilina frente a la República, en una especie de gran novela americana que habla de corrupción y sed de poder entre bacanales, “fake news”, populismos y la lucha abnegada de un visionario contra todos, la de un arquitecto contra un sistema, la de un Coppola frente a un cine aborregado y tendente a historias mascadas potenciando con esta cinta el juego de formatos e incluso el hacer partícipes los espectadores en un determinado momento potenciando como muchos de su generación la experiencia en salas.

Francis Ford Coppola azota a la América cada vez más envilecida y extremista negándose a dejarse tragar por una espiral que arrasa todo dejando en la lucha de determinados hombres y en la unión con los suyos la capacidad de hacer cambiar las cosas. Un intento ilusorio de creer todavía en un mundo mejor a pesar del artificio pero sufriendo ser un grotesco disparate con mucho de pomposidad guiñolesca y también de pretenciosidad caduca e indigesta ante semejante circo de tres pistas alucinógeno.

Un salto sin red con todas las consecuencias aunando la desbordante creatividad de un genio que nunca ha querido demostrar nada a nadie (ahora menos) con los excesos más desatinados fruto de la excentricidad de un desbordante revoltijo de ideas y propuestas visuales (más efectivas que cuando se ponen las luces largas) que dinamitan todo un legado y que, en el caso de no estar ante Coppola, todavía hubiera encendido seguro mayores iras. Un capricho inclasificable, descontrolado y único tanto para bien como para mal que queda resumido en una de las frases de la película cuando se dice que se lucha por lo que se ama pero que eso no siempre implica ganar.

“Bird” (Andrea Arnold) // Sección Oficial

“Bird” es la consabida mirada de Andrea Arnold a los marginados de la sociedad, un cine que la directora británica ya ha hecho definitorio en la cinematografía contemporánea sabiendo aunar ese tono de rebeldía, libertad, desesperanza y frenesí musical que atesora la propia juventud, esa enfermedad que se cura con el tiempo y a la que Andrea Arnold retrata siempre con cariño y lucidez en su explosión de “carpe diem” aunque la violencia o la precariedad pongan el mundo cuesta arriba. Una directora que tiene tomada la medida al certamen ya que en sus últimas tres participaciones salió siempre con el Premio del Jurado.

Bailey, de 12 años, vive con su padre soltero Bug y su hermano Hunter en una casa ocupada del norte de Kent. Bug no tiene mucho tiempo para sus hijos y Bailey, que se acerca a la pubertad, busca atención y aventuras por su cuenta. Un viaje alegórico y sensorial en el que Bailey conoce a la persona que da nombre al título de la cinta, un adulto en busca de la familia de la que se le separó cuando sólo era un niño. Un recorrido doloroso pero en el que también habrá luz y comprensión, así como la evocación de la fantasía para escapar de una realidad abrupta que no ha dado tregua.

Nykiya Adams es el espíritu de la cinta cogiendo el testigo de las protagonistas habituales del cine de Andrea Arnold, las cuales miran al mundo que está ahí fuera con una mezcla de ingenuidad, descaro, irascibilidad y ganas de abrazarlo intensamente pero todos los parabienes se los llevan Franz Rogowski como esa figura con una conexión especial con los pájaros y Barry Keoghan, padre desbordado marcado como tal desde la adolescencia.

Andrea Arnold no juzga a sus personajes y, frente al drama, no esconde momentos de luminosidad mientras lidian con las irresponsabilidades de adultos disfuncionales con sus parejas intermitentes y niños descarriados o un sistema que les expulsa porque no representan el esplendor británico. Unas rémoras que en el cine de Andrea Arnold encuentran su lugar de existencia y también su derecho a soñar aunque sólo sea por un momento.

Un remolino de emociones al que contribuye una estupenda playlist de éxitos de los 90 y los 2000 con The Universal de Blur a la cabeza pero también con Oasis, Coldplay y The Verve en el que termina siendo un conmovedor y tierno film sobre la adolescencia femenina que no quieren dejar de resignarse a jugar su papel en un mundo poco acogedor.

Nacho Gonzalo

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