Marlon Brando, el centenario del actor más influyente de la Historia

Marlon Brando, el centenario del actor más influyente de la Historia

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Querido primo Teo:

Hay intérpretes que logran estar por encima de su filmografía y que consiguen hacer de su vida su mejor obra. Marlon Brando está en ese grupo. Fue la encarnación del Hollywood surgido tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el máximo exponente del Actors Studio. Era capaz de alcanzar la excelencia con “Un tranvía llamado Deseo”, “Julio César”, “El padrino” y “La ley del silencio” y también de convertir un rodaje en una auténtica pesadilla. Se ganó a pulso la fama de conflictivo y tuvo muchos adversarios pero su peor enemigo fue él mismo.

Pese a que durante las últimas décadas de su vida fue arrastrando su declive físico por una serie de películas mediocres por dinero jamás perdió el estatus de ser el actor más influyente de la historia y veinte años después de su muerte seguimos sufriendo a los cachorros de la escuela “Mamá, quiero ser como Brando”, es más, probablemente en este momento alguien de la Generación Alfa esté cayendo rendido ante la imagen contestataria de Brando de “Salvaje” y le convierta en su modelo a seguir. Este 3 de Abril Marlon Brando hubiera cumplido 100 años. 

Nacido en Omaha (Nebraska) en 1924, su padre era el representante de una fábrica de químicos y su madre una artista aficionada y promotora de un grupo de teatro local. La infancia de Brando estuvo marcada por los conflictos entre sus padres y la presencia constante del alcohol. Eso forjó su carácter y su padre decidió aplacar su rebeldía enviándole a una escuela militar para que conociera la disciplina, pero ni con esas ya que terminó siendo expulsado. 

Brando odiaba a su padre pero sentía devoción por su madre, que apenas pudo gozar de su estrellato ya que falleció muy joven, y por ella quiso ser actor. Viajó con sus hermanas a Nueva York para estudiar interpretación, algo que se pagaba haciendo todo tipo de chapuzas, y gracias a la actuación comenzó a domar a la bestia que llevaba dentro. Se convirtió en un alumno aventajado de Stella Adler, defensora del método de Stanislavski que convierte al arte en una experiencia y no en una representación. Brando estuvo en el germen de lo que se convirtió en el Actors Studio, la que ha terminado siendo la escuela interpretativa más influyente de los Estados Unidos. 

Su debut en el teatro estuvo a punto de dejarle traumatizado ya que estaba tan bloqueado que apenas logró pronunciar su frase de manera coherente pero poco a poco fue ganando confianza y mostrando que realmente tenía talento. Una de las primeras en ver eso fue Tallulah Bankhead con quien trabajó en la obra de Jean Cocteau “El águila de dos cabezas”. Precisamente ella era la actriz que tenía en mente el dramaturgo Tennessee Williams cuando escribió “Un tranvía llamado Deseo”, obra que iba a dirigir Elia Kazan, a quien conoció durante sus años de formación y que junto a Stella Adler era lo más próximo a un ser querido que había encontrado.

Kazan le envió a casa de Tennessee Williams y el autor quedó impresionado con el joven actor pero, más que por su talento y un inmejorable aspecto físico, por haberle reparado una avería en la instalación eléctrica de su casa. En ese momento Brando no fue consciente de que había nacido un mito. 

La obra “Un tranvía llamado Deseo” se estrenó en Broadway a finales de 1947. Mostraba a una población devastada tras el final de la Segunda Guerra Mundial que trataba de romper con todo lo anterior trabajando muy duro. Brando estuvo dos años interpretando sobre los escenarios a Stanley Kowalski, un hombre de origen polaco, rudo, despreciable incluso que representa a la clase proletaria que quiere cargarse el sistema. Brando odiaba el tipo de persona que era Stanley pero dejó que le devorara completamente. 

Hollywood no se mantuvo al margen de lo que estaba sucediendo en Broadway con “Un tranvía llamado Deseo” y tentó a Marlon Brando para que diera el salto. En un principio él se resistió pero finalmente cedió, debutando en “Hombres” (1950) de Fred Zinnemann que aunque no fue un éxito sí que le permitió meterse a fondo en el personaje de teniente al que la guerra deja postrado en una silla de ruedas.

La gloria la alcanzó cuando Elia Kazan llevó a la gran pantalla “Un tranvía llamado Deseo” (1951), respetando los mismos ingredientes de Broadway con la salvedad de Vivien Leigh, que protagonizó la obra en Londres, en lugar de Jessica Tandy. El gran público quedó impactado con la imagen animal de Marlon Brando y su temperamento. Curiosamente fue el único del reparto que no se llevó el Oscar, Vivien Leigh, Kim Hunter y Karl Malden sí que lo lograron, pero Brando con ese espíritu indómito supuso un punto de inflexión en una sociedad que estaba necesitada de nuevos referentes. 

El ascenso de Brando en Hollywood fue meteórico y, tras “Un tranvía llamado Deseo”, volvió a ponerse a las órdenes de Elia Kazan en “¡Viva Zapata!” (1952) que le interesaba por su contenido ideológico y también porque le ofrecía la posibilidad de transformarse en otro personaje sin dejar en ningún momento de ser él mismo. Aunque las críticas no fueron tan buenas con su trabajo se llevó el premio al mejor actor del Festival de Cannes y obtuvo una nueva nominación al Oscar.

Nuevamente volvió a ser candidato por encarnar a Marco Antonio en “Julio César” (1953) de Joseph L. Mankiewicz. Brando, como máximo referente de la nueva generación de intérpretes, se propuso acercarse al clasicismo shakesperiano, perfeccionando su dicción y sorprendiendo a quienes no daban un centavo por ello. 

Fue la elección perfecta para protagonizar “Salvaje” (1953) de László Benedek, nadie mejor que él para encarnar al líder de una banda de moteros metido en problemas, que era las consecuencias de una generación marcada por la violencia gratuita y la falta de estímulos. Brando con su moto, su chupa de cuero y una sexualidad desbordante pasó a ser un icono que sigue siendo venerado en la actualidad. 

La cima de su carrera la alcanzó con “La ley del silencio” (1954) con la que Elia Kazan trataba de justificar la delación durante la Caza de Brujas narrando la historia de un boxeador fracasado y metido en el fango por ser el esbirro de un sindicalista mafioso que trata de hallar la redención denunciando a quien fue su jefe. Brando se llevó en su cuarta nominación consecutiva el Oscar al mejor actor que ha quedado como uno de los premios más acertados de la historia. 

Marlon Brando era el mejor actor del mundo pero también alguien que no dejaba de demostrar lo muchísimo que detestaba a la humanidad. Se fue ganando enemigos dentro y fuera de Hollywood y ya era conocido por sus desplantes. Interpretó a Napoleón Bonaparte en “Désirée” (1954), sorprendió al meterse en un musical con “Ellos y ellas” (1955), desconcertó al encarnar a un japonés en “La casa del té de la luna de agosto” (1956), algo que hoy sería considerado políticamente incorrecto, y encajó como un guante en un papel tan en las antípodas como el del héroe romántico en “Sayonara” (1957).

Despidió a Stanley Kubrick del rodaje de “El rostro impenetrable” (1961) y acabó dirigiendo la película, un proceso complejo, que fue un absoluto fracaso pero que le reportó a Brando la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y que, con el paso de los años, fue ganándose el respeto, siendo vista como una obra adelantada a su tiempo. 

Cuando se estrenó “El rostro impenetrable” Marlon Brando ya era sinónimo de conflicto. Dinamitó la producción de “Rebelión a bordo” (1962) cuyo rodaje duró dos años. No le gustaba el guión, tampoco el director, Carol Reed, que terminó bajándose del barco y fue sustituido por Lewis Milestone, y el actor estaba muchísimo más interesado en disfrutar de los placeres de la carne con una de las bellezas locales de la Polinesia francesa, Tarita, a quien convirtió en su tercera mujer tras las actrices Anna Kashi y Movita Castaneda. 

“Rebelión a bordo” se convirtió en una película maldita y él fue considerado el principal responsable de su fracaso. Aquel actor de prestigio que jugaba a ser un antisistema, aunque no dejaba de ser una pieza más del engranaje, se había convertido en un problema que no todo el mundo estaba dispuesto a afrontar y en aquel momento resultaba molesto que estuviera tan implicado en la defensa de los derechos civiles.

Además, su complicada vida familiar ya comenzaba a pasarle factura, demasiadas mujeres, muchos hijos y más de una batalla judicial encima. “La jauría humana” (1966) de Arthur Penn, “La condesa de Hong Kong” (1967) de Charles Chaplin, "Reflejos en un ojo dorado" (1967) de John Huston y “Queimada” (1969) de Gillo Pontecorvo fueron las películas que salvaron a Marlon Brando de hundirse definitivamente en una carrera mediocre. 

La de los 70 fue una década en la que Marlon Brando recuperó su prestigio gracias a estar en la película más importante que la industria concibió en los años del nuevo Hollywood; “El padrino” (1972) de Francis Ford Coppola. El Vito Corleone de Marlon Brando fue una muestra de la excelencia que era capaz de alcanzar el actor con una adecuada caracterización, el uso de la voz, la compenetración con el director y la química con quienes estaban a su alrededor, incluido un gato.

La leyenda había regresado por la puerta grande pero él siguió demostrando el desprecio que sentía por Hollywood y mandó a recoger el Oscar a una presunta piel roja, luego se descubrió que era una actriz mexicana, que se hacía llamar Pequeña Pluma, para denunciar el maltrato dado por la industria a los indios. 

Tras “El padrino” Brando demostró que seguía estando en forma al aliarse con Bernardo Bertolucci en “El último tango en París” (1972). Fue el papel que más pegado estuvo al propio Brando, un tipo con un gran tormento interior que se anestesiaba con el sexo, el alcohol y la comida a quien consideraba su mejor amiga.

La película, que se adentraba en la relación puramente sexual establecida entre dos desconocidos, supuso un enorme escándalo y sigue siéndolo medio siglo después porque el rodaje dejó traumatizada a la actriz Maria Schneider que falleció en 2011 y que hasta el final de sus días denunció que se sintió violada durante la filmación de la famosa escena de la mantequilla. 

Marlon Brando volvía a estar en la cúspide y se convirtió definitivamente en una presencia que aunque fuera testimonial daba empaque y le permitía ganar muchísimo dinero para pagar la manutención de sus hijos. Fue así como intervino en “Superman” (1978) de Richard Donner o en “Apocalypse Now” (1979) de Francis Ford Coppola.

Ésta no solamente fue su última gran interpretación sino que fue la muestra de lo que se había convertido Brando, alguien devorado por sí mismo. A partir de aquí, Brando fue arrastrando su decadencia por una serie de películas, muchas de ellas de calidad cuestionable, a cambio de un suculento cheque. 

Su última película fue “The score (Un golpe maestro)” (2001) de Frank Oz en la que coincidió con dos de sus sucesores, Robert De Niro y Edward Norton. Brando se negó a ser dirigido por Frank Oz, a quien no paró de humillar, y fue De Niro quien asumió la labor de llevar la batuta durante sus escenas. Marlon Brando era tan consciente de sí mismo que le costó reconocer el talento de otro que no fuera él. Hubo honrosas excepciones.

Rodando “Missouri” (1976) reconoció como igual a Jack Nicholson y en la década de los 90 se vio a sí mismo en Johnny Depp con quien trabajó en “Don Juan DeMarco” (1994) y rodó a sus órdenes “The brave” (1997). Ellos fueron de los pocos que pudieron tener acceso a él hasta su muerte en 2004, cuando Brando no era ni la sombra de lo que fue.

Sumido en la bancarrota, viviendo de la caridad de sus amigos y de una pensión que le daba el Gremio de Actores, destrozado por la tragedia familiar, que convertía a William Shakespeare en Mariano Ozores, y transformado completamente en un monstruo. Marlon Brando, el mejor actor que ha construido Hollywood, falleció el 1 de julio de 2004 a la edad de 80 años.

Mary Carmen Rodríguez 

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