"Los hermanos Marx. Vida y leyenda"
Título: “Los hermanos Marx. Vida y leyenda”
Autor: Simon Louvish
Editorial: T&B Editores
Nota de la Redacción: Esta nueva edición de una biografía conjunta de los hermanos más famosos del cine, con permiso de los Warner diría Groucho, devuelve a las librerías una historia que gustará no sólo a los aficionados a su cine, porque es una mirada al siglo pasado a través de unas gafas divertidas… aunque ni mucho menos sea siempre divertido lo que se ve. Los orígenes de este marxismo se hunden en los últimos años del siglo XIX en un barrio obrero de Nueva York, una madre tan pequeña como fuerte, unos chicos que se mueven entre la delincuencia y la supervivencia, con unos comienzos siempre curiosos de relatar.
El autor realiza un buen trabajo de documentación y, salvo en las primeras páginas de genealogía que resulta trabajosa, como la de cualquier familia, consigue mantener el interés, la curiosidad y a menudo la sorpresa por las cosas que se cruzaron en estas vidas. El libro dedica su espacio en proporción a la relevancia de los hermanos, en el orden de popularidad que conocemos. Es destacable la dedicación a los últimos años de Groucho, y el no abusar de sus frases ingeniosas, muchas de las cuales sirven de alimento a otros libros sobre los Marx y sobre Groucho en particular. Se reproducen algunos guiones de los Marx, pero con prudencia ya que como señala el autor: “Leer un guión de un espectáculo de los hermanos Marx es como hacer el amor con un preservativo de calidad industrial: nos perdemos el aroma de la interpretación, la velocidad alocada, las improvisaciones constantes y el añadido de chistes nuevos, la explosión repentina de actividad no planificada sobre el escenario; como cuando Harpo hacía cosquillas a una de las chicas del coro o la perseguía sin razón alguna por todo el escenario”. Aunque no falta el ingenio de los protagonistas en sus propias palabras, el objetivo también es seguir sus peripecias personales después de dar con la clave de su éxito.
La clave del eterno atractivo de los hermanos: como en el caso del vagabundo de Chaplin, o la cara de piedra de Keaton, o el chico americano cien por cien con gafas de Harold Lloyd, queremos que se queden como están; los queremos fijos en el tiempo, pero no amarrados a ningún período o época específica. Nunca tienen que hacerse viejos, no crecer nunca, sino permanecer inmutables, para reflejar al niño que hay en nuestro interior. Un niño bastante débil, por cierto, y con una sexualidad precoz que habría alarmado hasta a Sigmund Freud: Groucho, el eterno libertino; Chico, el flautista del teclado; Harpo, el perseguidor compulsivo de chicas. Zeppo permanecía en un extraño limbo; era el hombre normal, el blanco de las bromas, el amable y el galán ocasional, la tabla de armonía de los demás, pero sobre todo el secuaz de Groucho.
Esta biografía mezclada se lee con placer y facilidad gracias a la sobriedad y los contextos históricos adecuados para comprender la fortuna y las miserias, las personalidades y las decisiones.
Los hermanos Marx son creación de su madre, se consolidaron a fuerza de trabajo muy duro, y se mantuvieron gracias al talento y a pesar de unos caracteres que hacían de los Marx personas mucho más distintas de lo que pudiera suponerse. En el conjunto de la obra, como en la pantalla y el escenario, destaca Groucho. “Los hermanos Marx habían luchado contra la adversidad durante toda su vida y tenían un miedo mortal a la debilidad. La debilidad, para los inmigrantes, y los hijos de los inmigrantes, significaba caer al borde del camino. Había que ganar en la tierra de promisión. Con sus hijos, que habían nacido en este caldero de oro que sus padres habían forjado con tanto esfuerzo y penalidades, eran a partes iguales amantes y severos. Groucho, más que los demás, atacaba cualquier signo de debilidad. Quizá recordara lo vulnerable que había sido como celoso hijo de en medio, Der Eifersuchtige. Naturalmente, como adulto, se alimentaba de la adoración de los demás, y disfrutaba al máximo la oportunidad que la fama le daba de encontrarse y codearse con otra gente famosa, como el pianista Arthur Rubinstein, Charles Chaplin y todos sus semejantes en el mundo del espectáculo. Para el mundo exterior, pretendía que no le importaba nada, como muestra la historia de su metedura de pata con Greta Garbo en el ascensor del edificio de Thalberg. Encontrándose de pie detrás de ella, juguetonamente le echó sobre la cara el gran sombrero que ella llevaba, diciendo, cuando ella se volvió furiosa: «Perdone, creí que era un amigo que tengo de Kansas City.» Eso explica, escribió Groucho, por qué Greta Garbo nunca apareció en ninguna película de los hermanos Marx.”