"El rapto"

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El argumento: Bolonia. Año 1858. Los soldados del Papa irrumpen en la casa de los Mortara para secuestrar a su hijo de siete años, Edgardo. La película sigue la lucha de la familia para tratar de recuperar a su hijo ante esta acción de la Iglesia Católica.

Conviene ver: Tras la celebrada serie “Exterior noche” el director italiano Marco Bellocchio sigue con “El rapto” ahondando en su clasicismo en un caso real, el del secuestro y adoctrinamiento por parte de la Iglesia Católica del niño judío Edgardo Mortara, de 6 años, que fue secuestrado de su hogar familiar en la Bolonia de 1858 por los soldados del Papa Pío IX después de que una ex criada de la casa confesara al ex inquisidor de la zona, Pier Gaetano Felletti (Fabrizio Gifuni), que bautizó al niño cuando éste era sólo un bebé y se encontraba enfermo con altas fiebres para evitar que así se quedara en el limbo y no pudiera ir al cielo. Una historia en forma de drama familiar y drama histórico que estuvo durante mucho tiempo en la mesa de Steven Spielberg pero que ahora aborda el director con exquisita pulcritud en la que vuelve a mostrar su nervio y su oficio y su capacidad para retratar el fanatismo religioso, el absolutismo del poder y la desesperación e impotencia de una familia separada por este hecho en la antesala de una época de revueltas y de rebelión frente a ese catolicismo que impone su ley sin piedad con un Papa que se cree un rey y que no duda en destruir cualquier otra religión.

“El rapto” se abre con la llegada de ese grupo de soldados que irrumpe en la casa de los Mortara y que son ejecutores de esos actos en nombre de la fe que no encuentran ninguna justificación ante el hecho de truncar para siempre el destino de un crío inocente separado de su amplia familia, al haber sido bautizado en secreto por una criada cuando éste enfermó siendo un bebé, iniciándose por sus padres una lucha incansable frente al poder por devolverlo a casa, incluso reclamando a instancias internacionales, sabiendo que todo el tiempo que pase juega en contra, más si el propio niño (un estupendo Enea Sala con una fragilidad que desarma al no terminar de entender lo que pasa a su alrededor), pieza de caza que se disputan ambas religiones, no se rebela, ante lo moldeable que es la mente no sólo en esas edades sino cuando algo que trasciende la existencia, como esa fe que defiende la iglesia, pretende erigirse como cobijo de comprensión y respaldo y la vía necesaria no sólo para la felicidad sino para la satisfacción vital entre cuerpo y espíritu.

“El rapto” es impecable en tensión, emoción y resultado con una lucidez y una recreación histórica elogiable que muestra a un Bellocchio vigoroso y febril que es capaz de ofrecer escenas de gran potencia dramática aunque, en ocasiones, sea víctima de cierto barroquismo abigarrado y de una música estruendosa que, en pro de asentar el lado más tenebroso de la historia, termina sacando de la película al igual que unas enormes cartelas para diferenciar los diferentes años y lugares de la acción y que la llevan a ser más una producción televisiva para la RAI con ademanes operísticos que en una película con hechuras para su distribución a nivel internacional teniendo en cuenta que, a pesar del calado de una historia potente y desoladora, no estamos ante un estilo de cine muy en boga más allá de aquellos cinéfilos nostálgicos que todavía abrazan, por su eficacia y rotundidad, lo contrario a la transgresión. En todo caso es la humanidad que destila la cinta la que hace volar la cinta ante el desconsuelo de unos padres (interpretados por Fausto Russo Alessi y Barbara Ronchi) ante la eterna diatriba de que es lo mejor para su hijo (más cuando éste cada vez está más integrado fruto de una sibilina captación junto al resto de niños) y hasta qué punto vale la pena una lucha que pueden tener perdida de antemano ante el corporativismo de la Iglesia Católica, el desprecio que se tiene a la comunidad judía a la que representan y una sugerida conversión familiar como chantaje para volver a estar con su hijo.

El potente arranque de la cinta, así como las dos visitas que llevan a cabo cuando el niño ya está en Roma (dolorosa en el caso del padre y desgarradora en la de la madre), es de lo mejor de una propuesta que se coloca en un lugar alto en la filmografía del director como ejercicio contundente y combativo, con un empaque de puesta en escena sólo al alcance de la pericia de los grandes, que no hace más que dejar escenas para el recuerdo como cuando el niño se pregunta ante el fallecimiento de un compañero sin los rezos fueron o no suficientes, la simbología cuando este se refugia primero bajo las faldas de su madre y después en las del Papa, el juicio en el que se acusa al ex inquisidor que orquestó el rapto del crío, el momento de repentina lucidez cuando, ante una turba que quiere tirar el ataúd del Papa al río Tiber, el ya joven Edgardo Mortara toma conciencia de las actuaciones del Papa, o cuando ante el lecho de muerte de su madre Edgardo no se resiste a querer convertirla antes de su emitir su último aliento.

Bellocchio se apoya en una fotografía entre luces y sombras que nos lleva a las calles empedradas en las que crece la indignación hacia la figura del Papa y suntuosos palacios de la época y sigue firme en su retrato de los desmanes del poder, bien sea la política, el ejército, la mafia, la familia o la iglesia, no dudando en ahondar ahora en el papel sinuoso del catolicismo en el que él mismo fue criado y que ahora ve con implacable escepticismo, derivando en una pesadilla que mantiene en vilo al espectador ante la desesperación de unos padres que se topan con todas las trabas y oscurantismo que representa el poder de la iglesia, afrontando de distinta manera el drama y su dolor, y que brilla en lo visual tanto por la recreación como por el impacto de su puesta en escena. Antiguo neorrealista y criado en el catolicismo con esta cinta el realizador lanza un mensaje en el que reivindica el dolor de unos judíos acostumbrados a errar por una Europa en la que siempre eran los apestados buscando los que imponían su ley borrar su identidad como se muestra en ese niño al que se le privó de ser quien hubiera podido ser y que acogido desde la Iglesia desde pequeño no sabe si es un desarraigado o un amparado. En cambio en este caso la familia Mortara (a pesar de la impotencia por no poder hacer nada ante ese extraño bautismo más tarde refrendado por el propio Papa para evitar cualquier duda) sí que encontró apoyo por parte de la comunidad internacional y factor mediático en un momento en el que los abusos de la iglesia ya no se pretendían dar por asumibles y su absolutismo e influencia iba a la baja en los últimos momentos del largo pontificado de Pío IX (encarnado por un Paolo Pierobon que salva el maniqueismo del personaje), un Papa representado como cruel, desequilibrado y egocéntrico, mezquino y víctima de alucinaciones relacionadas sobre la campaña de desprestigio que le hacía ser objeto de burla por parte de ilustraciones que fantaseaban con derrocarlo o circuncidarlo, el cual buscó el apoyo de Napoleón III para mantener su poder e influencia.

“El rapto” encierra un valor pictórico destacado retratando esa convulsa Italia que se rebela contra las élites y el poder del Papa en una época de definición y liberación en ese Risorgimento que toma las calles de Roma con la burguesía como voz del pueblo poniendo en jaque a la aristocracia caduca y que pone cara a cara a dos hermanos separados en espíritu y mente ante una época de desconcierto y de honda división que no sería más que el pórtico de lo que vendría en décadas posteriores. Un trabajo revisionista, pulcro, rabioso, impactante y bien interpretado y armado cinematográficamente que acongoja y es un aviso para navegantes para un país que, como tantos otros, ha amparado en la religión las mayores atrocidades en pro de un bien mal entendido que ha pretendido incidir en la pompa del rito y en la perpetuación de culto aunque fuera dejando a personas rotas y ya minadas por siempre por unas ideas que les han desprovisto de su identidad y destino dejándolos a medio camino entre lo que fueron por origen y lo que luego fueron convertidos. Un Bellocchio afinado que puede aparecer historicista pero con su mirada y denuncia nos ayuda a conocer el pasado para entender los males que resuenan en el presente hacia los oprimidos entre injusticias y desigualdades a través de un poder instaurado en las bases de un fanatismo que deja familias y pueblos rotos y desamparados. 

Conviene saber: A competición en el Festival de Cannes 2023 y mejor guión en el Festival de Valladolid 2023.

La crítica le da un OCHO

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