"Napoleón"
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El argumento: Los orígenes del líder militar francés y su rápido y despiadado ascenso a emperador. La historia se ve a través de la lente de la relación adictiva y volátil de Napoleón Bonaparte con su esposa y único amor verdadero, Josefina.
Conviene ver: "Napoleón" es una nueva muestra de la actividad febril de Ridley Scott que presenta una película que parece llegar ya rezagada a esta carrera de premios pero que supone la gozosa convivencia entre plataformas y salas siguiendo la estrategia que ha llevado a cabo Apple TV+ (aliándose ahora con Sony Pictures) para que esta cinta de 130 millones de dólares de presupuesto pueda disfrutarse primero en salas (con sus 158 minutos de duración) como escenario previo al montaje definitivo de cuatro horas que llegará a la plataforma. Joaquin Phoenix se convierte de nuevo en emperador de la mano de Ridley Scott tras la icónica "Gladiator" (2000) que reportó al actor su primera candidatura al Oscar. La cinta se centra en el ascenso militar de Napoleón hasta convertirse en emperador y con los altibajos de la torrencial relación con su esposa Josefina con la que estuvo casado entre 1796 y 1810 en una Francia que pasó de la Revolución al imperio. En “Napoleón” se nota tanto el oficio como la maestría de Ridley Scott detrás de la cámara, prevaleciendo el apabulle visual y el mismo por el detalle, pero en la cinta (que sufre la tijera en su pase en salas) parecen convivir dos películas en una sin que ninguna de ellas termine de ser satisfactoria. Por un lado los momentos de intimismo entre el emperador y su mujer (donde realmente está el poso emocional de la historia echándose de menos que no se profundice más en ellos) y por otro la epopeya de las batallas como resultado del ego imperialista y mentalidad estratégica del personaje que, no obstante, termina recayendo en lo rutinario y reiterativo en un film que sabe que se centra en alguien del que tanto se ha escrito pero que sigue siendo un desconocido (se habla de 2.500 libros sobre él) partiendo de una estética que recuerda a los cuadros de grandes pintores que retrataron esos años como si fueran fotografías del momento.
El director expone en esta película su interés por la cultura francesa y la figura de Napoleón pudiendo dedicarle un proyecto acariciado durante muchos años a la hora de abordar el perfil de alguien profundamente contradictorio, un megalómano sociópata henchido de poder, un estratega imbatible y también alguien subyugado por el encanto femenino teniendo también en ello tanto su fuerza impulsora como su perdición. Era necesario encontrar el momento y al actor para volver a intentar darle la importancia cinematográfica al personaje después de que sólo la versión de Abel Gance en 1927 haya superado la criba de la crítica y el paso del tiempo habiendo cintas de todo tipo y nacionalidad (incluso irrealizadas como el film que nunca fue de Stanley Kubrick) destacando también la televisiva de 1974 protagonizada por Ian Holm que repetiría el personaje en “Los héroes del tiempo” (1981) y “Mi Napoleón” (2001). Ahora es Joaquin Phoenix el que da vida a un personaje con enormes grises que van desde la megalomanía y la tortuosidad a la vulnerabilidad y el carácter pasional que desprendía tanto en el campo de batalla, bien fuera en victorias épicas o en trascendentes y gélidas derrotas, como en la cama con su mujer y sus amantes. Ridley Scott se luce en la guerra pero es en el amor cuando capta el interés del espectador con esa relación tan inestable como adictiva de un Napoleón tosco, que evolucionará durante la película de apocado a imperial en su lenguaje corporal, fascinado por una carismática y deslenguada Josefina, inicialmente una cortesana que supo moverse en los laberintos de la corte, que supo captar la atención de un Napoleón que no sólo la deseaba sino que también la ansiaba además de permitirle abrirse paso en la clase alta de la sociedad francesa aupado por sus gestas bélicas frente a Inglaterra, Rusia o el Imperio Austrohúngaro que dejaron tres millones de muertos en Europa. “Napoleón” se centra en el emperador casi amo de toda Europa, como no podía ser de otra manera, que supo jugar sus cartas y tener la suerte de caer de pie ante cada voltereta sobre sí mismo, pero se centra sobre todo en su enorme dependencia y vulnerabilidad de Josefina la cual cumple el dicho de que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer y que ayudó a sentar las bases de su trayectoria y alimentar su ego. Un amor profundo pero también manipulador de dos oportunistas en el que había tanto necesidad mutua como el fin compartido de gloria para perpetuarlo a través de un heredero que nunca llegó y que hizo que él la terminara repudiando. Es por ello que Vanessa Kirby sea la mejor parada de un reparto en el que también encontramos a Tahar Rahim, Ben Miles, Ludivine Sagnier o Rupert Everett y en el que se sufre la falta de química de los protagonistas.
Un Napoleón rijoso y esquemático nulo en carisma que no está mucho mejor definido que lo esquemático a la hora de mostrar a ingleses y franceses en un conjunto deslavazado presentado como una sucesión de escenas en el que hay mucho condimento pero en el que no se termina de llevar a puerto nada porque se pretende abarcar mucho pero sin saber realmente la película que quiere ser. Auge, aniquilación y caída en una cinta que se toma muchas licencias y que exasperará a los estudiosos tanto por ello como por su evidente superficialidad a la hora de desarrollar los hechos que narra en unos años de intrigas, luchas de poder, vaivenes de intereses e incertidumbre general sobre el cambiante sistema de una Francia en reconstrucción que aspira a dominar el mundo con un tipo materialista condenado por ello que se ha apropiado para sí de la voluntad del pueblo, aprovechándose de la indignación de los que han pedido cambio ahogados por el régimen anterior, pero que también bordea la fina línea que marca su descarrilamiento por su sed de poder como bálsamo para una insatisfacción general en su vida. Una lección de historia contundente en lo espectacular de sus imágenes y su carga pictórica, echando el resto en las batallas de Egipto, Austerlitz o Waterloo, espectaculares en escenarios reales y con un gran número de extras y cámaras en movimiento, pero también en la luz y sombra de los despachos en los que nacen cada avance y movimiento en el tablero, pero sin alma y fría en las sensaciones que despierta lo que debido a su duración genera más tedio que nervio al espectador ante una propuesta árida, irregular y poco atrayente en la que un Ridley Scott, que se sabe por encima del bien y del mal y sin nada que demostrar, se nota que ha querido darse el gusto con una versión más para su propio interés que para dejar alguna huella en la historia del cine y mucho menos en el imaginario del espectador ya que aunque es de alabar su clasicismo formal y la reivindicación del cine como espectáculo se olvida de lo principal que es si no entretener al menos despertar interés.
Conviene saber: Ridley Scott vuelve a la época de las guerras napoleónicas que ya retrató en su ópera prima, “Los duelistas” (1977), volviendo también a trabajar con el guionista David Scarpa con el que ya colaboró en “Todo el dinero del mundo” (2017).
La crítica le da un CINCO