"Los asesinos de la luna"

"Los asesinos de la luna"

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La web oficial.

El argumento: Ambientada en la Oklahoma de la década de 1920, narra los asesinatos en serie de los miembros de la nación indígena Osage, que era muy rica en petróleo; una serie de crímenes brutales que más tarde se conocería como el "reinado del terror".

Conviene ver: "Los asesinos de la luna" ha sido un proyecto largamente acariciado por Martin Scorsese, un thriller criminal ambientado en Fairfax, condado de Osage (Oklahoma), en la década de los 20 en plena ebullición, fervor y disputa por el petróleo lo que lleva a que se produzcan una serie de asesinatos de nativos (en torno a una treintena) que pondrán al FBI y a un prometedor J. Edgar Hoover en alerta ante lo que sería llamado "el reinado del terror" suponiendo además el surgimiento de la organización policial. Una adaptación de la novela de David Grann de 2017, que el director ha escrito junto a Eric Roth y en la que ha estado trabajando durante siete años, en la que se revierte el enfoque de la historia ya que más que centrarse en la perspectiva de la creación del FBI, la pérdida de los derechos y la difuminación de la raigambre cultural de esta comunidad o la desaparición de la figura del sheriff, lo hace a través de la mirada y "modus operandi" de alguien como Ernest Burkhart que representa a aquellos que en pro del poder y la corrupción no dudaron en borrar del mapa a toda una sociedad como la indígena que por fin encuentra la reivindicación de su identidad saliendo a la luz una de las mayores vergüenzas del colonialismo usamericano que ha tenido como protagonista a una comunidad silenciada, olvidada y maltratada.

Martin Scorsese se erige como gran narrador de la historia USA mostrando oficio, pulso y energía a unos 80 años en los que no tiene nada que demostrar no haciendo más que redondear una de las mejores filmografías atesoradas por un director en la historia del cine con una película clásica en forma y fondo pero con la que, aun así, se permite sorprender con un uso de la cámara insuperable y sin efectismos y un estilo sombrío de ritmo cadencioso, atmósfera asfixiante y tono reposado, que también evidencia la edad del que está detrás de la cámara a pesar de un empaque y un oficio incontestable, a pesar de mantener viva una tensión vibrante. Un Estados Unidos que se forma a través de la codicia propagada por una ruindad putrefacta en un western impoluto que deriva en drama criminal al narrar el exterminio de los indios nativos del condado de Osage a los que el cine ahora dignifica tras caer presos de las garras de la etiqueta de salvajes y villanos que ha propagado tradicionalmente el western. Un genocidio silencioso propio del racismo congénito del país que parte de como en 1870 los indios fueron desplazados de sus tierras de Kansas a las Grandes Llanuras de Oklahoma, lugar que ya en el siglo XX (en la década de los 20) se convirtió en un importante yacimiento de petróleo que convirtió la zona en una de las más ricas del mundo, lo que provocó que quedaran a merced de los oportunistas y que hasta allí se desplazaran ambiciosos hombres blancos y se casaran con sus mujeres convirtiéndose en sus tutores movidos por el dinero y con el fin de quedarse sus tierras en un plan tan sutil como maquiavélico y efectivo que consistía en que éstas fueran muriendo envenenadas, víctimas de convulsiones, para así sus maridos convertirse en propietarios de las mismas siguiendo la senda más degradante de la condición humana a la hora de ser germen para las grandes civilizaciones de la historia.

Uno de esos hombres es Ernest Burkhart, cocinero en la Infantería durante la I Guerra Mundial que se traslada a la zona para formar parte de los negocios de su tío, William Hale, uno de los terratenientes más influyentes de la zona, pasando a ser chófer inicialmente y después hombre para todo y cómplice de unos actos en los que cierta ignorancia no es excusa para él, siendo ya uno de los trabajos más elogiados y complejos de un Leonardo DiCaprio maduro, exquisito y brillante que se mueve continuamente en una ambigüedad moral y en un lenguaje corporal propio (simbólicamente más un coyote desesperado que una serpiente calculadora) moviéndose entre la admiración por su tío, las ganas de prosperar y la sumisión alienante que supone ser una pieza del entramado orquestado por los hombres blancos que representan el poder y la codicia en la comunidad o la relación de amor y angustia que mantiene con Molly (Lily Gladstone), la mujer india de la que se enamora (o solamente se siente atraído siendo una pieza de un plan que está por encima de ellos mismos) y con la que se casa instado por su tío (apodado "El Rey" e interpretado por Robert De Niro) formando una familia aunque en realidad son parte de una red tejida por los intereses de ese benefactor convertido en mafioso desde la sombra.

Un reparto que se completa con lo que parece ser recortes del metraje al estar más centrado todo en el trío mencionado y en el que encontramos nombres como Jesse Plemons como el investigador del FBI que, en la novela original es el protagonista de la historia y que inicialmente iba a ser interpretado por DiCaprio antes que se cambiara el enfoque de la historia, intenta tirar de la madeja cuando, tras una visita a Washington de miembros de la comunidad Osage, saltan las alarmas de que lo que está ocurriendo allí no es normal, Scott Shepherd como el hermano de DiCaprio y Brendan Fraser y John Lithgow como abogados que se enfrentan en el juicio por las muertes del condado de Osage y que, aunque contribuyen a elevar la película en el tramo final, se echa de menos una mayor presencia.

Violencia, corrupción y exterminio en el regreso oscuro y desesperanzado de Martin Scorsese en un ejercicio magistral, por momentos íntimo y en todo momento apabullante, de memoria histórica en un drama en forma de western mostrando precisamente esa animalidad del ser humano, podrido de avaricia e individualismo, que ha sustentado las bases del país de barras y estrellas a la hora de conseguir el mal llamado "sueño americano", sin espacio para la moral, la generosidad o la virtud, al que el director no duda en sacar a relucir sus vergüenzas mientras acompaña y reconforta a una comunidad que siempre se ha considerado que ha estado de más desde las tradicionales historias popularizadas por el cine entre indios y vaqueros y que ahora permite que la población indígena nativa cuente su historia desde su perspectiva y con su voz de la mano de la fiabilidad de alguien que se acercó a la cultura tibetana en "Kundun" (1997) o a la comunidad jesuita en "Silencio" (2016). Un testamento fílmico con el clasicismo y el talento sólo destinado a los grandes maestros y que sólo unos elegidos pueden alcanzar combinándolo incluso con radicalidad no de boquilla sino con la capacidad para espolear, interpelar e, incluso, pedir perdón cuando en un diálogo revelador entre tío y sobrino quedan patentes las consecuencias de la corrupción, la complicidad, la inmoralidad e impunidad del poder político aprovechándose de unos ciudadanos que, aún indignándose por los desmanes de los que mandan, tenderán a resignarse y después olvidarse.

“Los asesinos de la luna” es impecable en lo técnico y en lo interpretativo con Scorsese mostrando todo su poderío pero sin apabullar, dando importancia a la historia y optando por un tono maduro y comedido con una violencia más presente atmosféricamente que de forma explícita, al que no se puede sacar peros más allá de tomarse demasiado tiempo en situar el contexto temático y geográfico de la historia hasta que se posiciona la fuerza de la trama derivando en una intriga criminal, un drama humano, una angustia propia del terror y una vertiente judicial. Sin renunciar a la personalidad del cine de Scorsese (dándole una nueva vuelta al cine de gángsters y clanes mafiosos) es una película que bien recuerda al cine de renovadores de su época y grandes narradores de la etapa fundacional de Estados Unidos como Erich Von Stroheim ("Avaricia"), John Ford ("Raíces profundas"), Francis Ford Coppola ("El padrino"), Michael Cimino ("La puerta del cielo"), Kevin Costner ("Bailando con lobos") o Paul Thomas Anderson ("Pozos de ambición") a la hora de mostrar a esa USA en construcción con sus luces y sus sombras, profundamente competitiva y que no duda en cumplir una máxima que ha hecho patente a lo largo de la historia, tanto en los negocios como en la guerra, el tener que cumplir el objetivo establecido aunque ello suponga daños colaterales a la hora de pasar por encima de vidas que se consideran insignificantes por encima de la ley que se hacen a sí mismos seres reprobables, viles y roídos por unas almas miserables. La capacidad de mostrar el dolor y la resignación de las víctimas frente a la repulsa de los actos de esos verdugos miserables moralmente en pro de unos valores que son sobre los que se ha construido la sociedad occidental.

"Los asesinos de la luna" es una película que sigue la senda de la rotundidad de "El irlandés" (2019), no alcanzando su halo poético y en cierta manera nostálgico a la hora de mirar atrás el pasado, pero no puede estar mejor armada a nivel general brillando tanto en lo técnico, lo narrativo y lo interpretativo, con solemnidad pero sin abandonar el pulso que lleva a que la cinta se abra con un falso documental en blanco y negro que nos introduce en la historia, retratar el baile sobre el petróleo que se convertirá primero en alegría y después en condena para la comunidad india, la devastadora explosión de una casa aumentando una escalada que ya no tiene fin, o la negrura de la habitación en la que los que imponen la ley, con impunidad y sin escrúpulos, presionan al personaje de DiCaprio para que dé en el juicio la versión de los hechos que más conviene a que el sistema del que se han beneficiado tanto médicos, banqueros, oficiales de la ley o empresarios del lugar pueda seguir vivo. Una cinta que sabe tomarse su tiempo para comprender los ritos, códigos de honor y cultura de la comunidad de los Osage tanto en bodas, bautizos, entierros y festividades favoreciendo una mirada empática e inmersiva frente al desconocimiento inicial. A ello contribuyen como grandes aliados de Scorsese colaboradores infalibles como Rodrigo Prieto en la fotografía, Thelma Schoonmaker en el montaje, Jack Fisk en el diseño de producción y Jacqueline West en el vestuario.

Y es que aquí, además del elogiado Leonardo DiCaprio, por fin encontramos a un Robert De Niro en el mejor papel de los últimos 30 años y al cual puede sacar todo el partido a su altura, tan inquietante y sinuoso como carismático y juguetón. Es una gozada ver a ambos a su mejor nivel, en unas conversaciones llenas de ambigüedad moral y con el sibilino juego de roles con el que el tío amilana al sobrino, dando riqueza a unos personajes complejos desde la presencia hasta la mirada en los que se intuye también cierta improvisación y disfrute actoral para extraer todo el humor negro y el patetismo de esa relación. Lo mismo que una Lily Gladstone (revelación en "Certain women" en 2016) que a punto de abandonar el cine se encontró con la llamada de Scorsese que le ha brindado un papel con humanidad, integridad, carácter, fortaleza y emotividad sin caer en obviedades y que, a través de su mirada, se convierte en el alma de la historia y que a buen seguro le hará ser una de las favoritas para la próxima temporada de premios como esa mujer que siente la opresión del destino para el que parece abocada cuando ve que todas las mujeres de su familia van cayendo en el camino entre el estupor y la resignación por el hecho de que los que mandan ya han marcado el las cartas y han puesto a mover sus inquebrantables hilos.

Es verdad que se le puede achacar cierta dispersión por momentos, el hecho de que sea innecesariamente larga ante una exposición de la historia que se toma demasiado tiempo y que la cinta no termine de arrebatar emocionalmente ante la amoralidad de los personajes, pero el ejercicio de cine es memorable y antológico desembocando en un tributo al radioteatro y al valor del arte como contador de historias con el que se pone el broche de oro a la cinta huyendo de las clásicas cartelas finales para explicar cómo terminaron contando con un cameo que suena a despedida, a deber cumplido y sobre todo a necesaria reivindicación (algo subrayado para los que se han perdido durante el metraje) para una de las películas más comprometidas, pertinentes, desoladoras, valientes, épicas y redondas de un director legendario que no necesita hacer obras maestras (aunque ésta si no lo es está muy cerca de ello) porque su obra y su talento ya está por encima de todo eso.

Una película larga y densa, lo que le resta impacto, contundencia y calado emocional, más admirable que arrebatadora, y a la que le cuesta encontrar el tono a la hora de canalizar la historia, pero que destila por todos sus poros la grandeza del cine en una historia que brilla tanto temáticamente, en su reivindicación de expiación sobre el pasado de un país más oculto que reconocido a la hora de poner sobre la mesa la aniquilación tanto física como moral de una población, como en la capacidad de aunar géneros como el western, el thriller y el cine judicial en un drama que consigue una atmósfera siempre fascinante e inquietante sobre un pasado que se visita para tomar conciencia, poner en valor, dignificar y no olvidar. El talento de todo un maestro detrás de las cámaras a la hora de concebir el cine como arte y unas de las mejores interpretaciones de la carrera de dos colosos como Leonardo DiCaprio y Robert De Niro provocan que estemos ante todo un acontecimiento rotundo a nivel cinematográfico y comprometido a nivel temático que trasciende la pantalla en una de esas películas que recuperan lo que siempre entendimos que era el cine con mayúsculas.

Conviene saber: Proyectada en el Festival de Cannes 2023 la cinta llega primero a cines como gran evento antes de su estreno en Apple TV+ para una cinta de 206 minutos y que ha supuesto 200 millones de dólares de presupuesto.

La crítica le da un OCHO

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