San Sebastián 2023: Un Kore-eda que examina el bullying desde tres vertientes, las vergüenzas del colonialismo y utopía feminista en la India

San Sebastián 2023: Un Kore-eda que examina el bullying desde tres vertientes, las vergüenzas del colonialismo y utopía feminista en la India

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Querido Teo:

Hirokazu Kore-eda es un abonado al Festival de San Sebastián donde ya ha ganado en dos ocasiones el Premio del Público. Debido a ello era lógico volver a recibirlo en la sección de Perlas con una historia de dolor frente a la separación y al rechazo encubierto de bullying y con la sugerente propuesta de analizar un mismo suceso desde tres miradas diferentes. Por su lado también se ha podido ver una impactante mirada a la sed colonial latinoamericana y una utopía feminista más preciosista y bienintencionada que satisfactoriamente hilvanada.

“Monstruo” (Hirokazu Kore-eda) // Perlas

Monstruo" es el regreso de Hirokazu Kore-eda a Japón tras escarceos algo fallidos en otras cinematografías como la francesa ("La verdad") o la surcoreana ("Broker") retomando esa conexión con el público que ha cimentado una carrera que ha sabido conectar con la fibra sensible de los espectadores. Una historia que con la estructura de “Rashomon” de Kurosawa, cuenta un mismo hecho desde tres perspectivas diferentes no siendo hasta el final cuando logran encajar las piezas de un viaje fascinante e intrigante tan desolador como revelador.

Una cinta que pivota sobre la figura de Minato, un niño de 12 años que sirve para que el director pueda explorar algunos de sus temas habituales como las relaciones entre padres e hijos y el desamparo de la infancia bien por abandono o por sencillamente incomprensión. Es lo que ocurre con el comportamiento del chico que hace saltar todas las alarmas para su madre, el padre falleció años atrás, poniéndose el foco en su día a día en la escuela, especialmente en la actitud que tiene sobre él un profesor. La madre tendrá que enfrentarse no sólo al hermetismo de su hijo sino a la inoperancia de una institución educativa para la que es más cómodo hacer como que no pasa nada y mirar hacia otro lado.

Pero no todo es lo que parece… ¿y si la presunta víctima es en realidad abusador? ¿Y si el profesor es el perro de paja de algo mucho más profundo que la sociedad no está preparada para aceptar? ¿Qué hay detrás del incendio de un lugar de citas que termina conectando a todos los personajes? Por todo ello la cinta va de menos a más, y sin necesidad de ser de las mejores del director japonés, sí que logra generar una intriga adictiva que deriva en un golpe emocional seco pero intenso cuando conocemos lo que subyace en todo ello llevándonos a un tema en el que el cine ha puesto el foco en los últimos tiempos y que también vertebraba una de las cintas más destacadas de la pasada temporada, “Close” de Lukas Dhont.

En todo caso Kore-eda revierte su esquema narrativo habitual gracias al trabajo de Yûji Sakamoto en el guión creando un fresco que hipnotiza en su puesta en escena gracias a la música de Ryūichi Sakamoto y a la fotografía de Ryûto Kondô llena de símbolos y detalles desde el fuego en el horizonte, las gotas de lluvia en el ventanal, el barro en el bosque o la oscuridad tanto nocturna como metafórica.

Lo que en el primer acto es una mirada a como víctima, padres y profesores encaran el tema del bullying, en el segundo deriva a la perspectiva del docente liberándose de los prejuicios acometidos para en el tercero explorar la tierna y dura relación de descubrimiento de dos niños que o bien sienten ya el rechazo desde la infancia (“cerebro de cerdo”) por una conducta que no es la que se espera de uno, o por otro lado refugiándose en la mentira porque saben que tomar un determinado paso les privará de la felicidad que, en principio, sólo podrán recibir por parte de la sociedad en el caso de que sigan los cánones del camino establecido como “correcto”.

La ternura, humanidad y contradicciones que sienten los niños está salvada por un reparto infantil que brilla, una vez más, de la mano de un Kore-eda que ha tocado todos los palos de la misma y que una vez más hace de la sencillez virtud sabiendo contar tanto con tan poco y dejando patente que la infancia es juegos y evasiones pero ello no está exento de tener dudas, experimentar descubrimientos y sentir hondas preocupaciones.

A pesar de ciertas concesiones para que cale su mensaje (especialmente con reacciones de determinados personajes en el primer acto para confundirnos) Kore-eda renace como cineasta en una película bien armada narrativamente que voltea al espectador y le conmueve con la que lleva a cabo lo que mejor hace y, una vez más, lo hace como nadie abrazando, a pesar del drama que acarrea implícito, un final no se sabe si terrenal, ilusorio o celestial (en todo caso liberador más allá de toda existencia).

En él, una vez más, lo importante es sentir la complicidad del amigo fiel, que entiende y da una razón de salir adelante, un alma gemela desprejuiciada con la que correr como si no hubiera un mañana disfrutando de lo bueno que tiene el ser niño (porque el serlo se cura con el tiempo), permitiendo que la inocencia y la felicidad puedan ir de la mano, reivindicando y sintiendo la identidad y personalidad de cada uno más allá de las cortapisas de la vida y sus condicionantes sociales mientras se sienten en la cara, no sin una tristeza infinita a pesar de su aparente optimismo, los vientos de la libertad hacia ese paraíso de felicidad auténtica que implica el haberse sabido escuchar a uno mismo.

“Los colonos” (Felipe Gálvez) // Horizontes Latinos

“Los colonos” de Felipe Gálvez es una de las cintas que con más contundencia y desgarro ha mostrado los desmanes del imperialismo frente a las colonias, tierras vírgenes expandidas a merced de los poderosos con el fin de nutrir su vertiente dominadora. A fines del siglo XIX las estancias ovejeras cubren cada vez más territorio en la Patagonia chilena. En 1893, Segundo, un mestizo chileno; MacLenan, un militar inglés y Bill, un mercenario estadounidense, emprenden una expedición a caballo para delimitar y reclamar las tierras que el Estado le ha otorgado a José Menéndez, un terrateniente que no ha dudado sin escrúpulos en sacar tajada de la tierra mientras los políticos se pierden en conversaciones burocráticas de despacho. Existencialismo seco en un mensaje pertinente que remueve por una tensión latente en todo momento.

Una estética retro inunda una ópera prima abordada con sabiduría y templanza, pasando de la calma aparente a llenar de negrura el relato cuando la brutalidad humana aparece. Todo ello sugiriendo más que mostrándolo a través de una serie de segmentos que derivan en la vileza de lo que el hombre como fiera avasalladora es capaz ante el convencimiento de ostentar su superioridad moral frente a los lugareños.

Es lo que desarrollan los capítulos “El rey del oro blanco”, “El fin del mundo” y “El chancho colorado”, desarrollándose en las islas Tierra del Fuego y Chiloé entre 1901 y 1908 y yendo más allá de una mera expedición con el fin de abrir vías para las ovejas encontrándose ante una inhóspita Patagonia en la que deambulan despojos de almas más que de personajes que se amparan en el estar en un lugar permanentemente fronterizo y alejado a ojos de la civilización para hacer campar allí la ley del más fuerte.

“Los colonos” ha sido un proyecto azaroso levantado por el director tras más de una década de esfuerzo no sólo en el guión sino también en la plasmación del resultado. Una película de estética vintage y sombría con aire western que alterna belleza y crudeza, reflejo histórico y también reivindicación por la justicia cuando siete años después del exterminio de los Selk'nam un enviado del presidente Pedro Montt llamado Vicuña investiga las atrocidades cometidas mientras se cuestiona la explotación administrativa de las tierras concedida a un Menéndez que, defendido por su hija, enarbola la pureza y la grandeza que han llevado a las tierras de Chile con su “redefinición” del lugar.

Una ferviente denuncia del genocidio llevado a cabo hacia los nativos chilenos y de la impunidad de esos actos que, al menos, el cine, especialmente el latinoamericano, parece dispuesto a señalar para que no sea desvirtuado por interesados en tapar vergüenzas del pasado lo que lleva a la cinta a navegar no sólo por el western sino también por la intriga y el terror con escenas escalofriantes en las que la tensión puede cortarse con un cuchillo.

Un giro final tan potente como escalofriante termina redondeando un conjunto que, no sin algún artificio, impacta y remueve contribuyendo no sólo unos paisajes tan bellos como alejados de todo sino el trabajo actual en el que destaca la elegancia siniestra de Alfredo Castro, la brutalidad animal de Mark Stanley y el viaje de lo ocurrido a través de la mirada de Camilo Arancibia, el cual da vida a ese indígena primero miembro de esa particular caravana y después testigo desde su casa recóndita en la que ya sólo pide a la vida la paz que le da el lugar y lo que pueda venir de un mar al que hay que respetar y cuidar para que de recompensa, todo lo contrario de una tierra maltratada por las ínfulas de poder.

“El sueño de la sultana” (Isabel Herguera) // Sección Oficial

Sin grandes alardes se ha presentado la primera de las apuestas españolas de este año para la Concha de Oro. El debut en el largometraje de la cortometrajista Isabel Herguera nos presenta una apuesta animada preciosista de ambientación exótica y reivindicación feminista. Un poema en forma de alegato que constituye un relato a partir de la novela escrita en 1905 por Begum Rokeya Hussein y que sirve de inspiración para la protagonista de la cinta, Inés, una joven de 30 años que se encuentra en Ahmedabad para romper con su amante indio y que al encontrarse con ese libro de tapas rojas decide hacer una película sobre ello. Inés es una alter-ego de la directora que encontró ese libro en una galería de arte de Nueva Delhi.

86 minutos de un trabajo inmersivo en acuarela que no necesita de alta tecnología para hacer calar su mensaje aunque su derroche visual y estético quede por encima de una narración irregular que no termina de estar engrasada pasando de la denuncia a la ensoñación e introduciendo personajes y situaciones sin orden ni concierto en el viaje de esta joven con su mochila a la espalda y con muchas inquietudes artísticas y filosóficas.

Un trabajo correcto y bienintencionado que vuela bajo y que sólo parece sugerir algo cuando se deja llevar más por sus imágenes que por las palabras perdiéndose en reflexiones demasiado literarias y condescendientes no sin cierta superioridad moral en la que una voz en off persistente y el salto de subtramas y escenarios desconcierta y no transmite nada más allá de una metáfora superficial.

Una pena que su discurso simplista, subrayado y con exceso didáctico haga que la cinta encalle al haber más de impostura que de contundencia dejándose llevar por esa mirada utópica de la fascinación que provoca en la protagonista un libro sobre un país comandado por mujeres. Una reversión de lo que ha sido tradición de manera histórica para precisamente poner el foco en las consecuencias de esas desigualdades que, hasta ahora, han sido ocultadas, permitidas y consentidas por la sociedad patriarcal.

Un punto de vista entendible pero ciertamente oportunista y más sostenido en el postureo y en el ensalzamiento de la necesidad de soñar y de tomar las riendas de la vida de uno en pro de la inspiración y el arte tal y como el artista Paul B. Preciado recomienda (de manera bastante condescendiente) a una Inés que se nos presenta demasiado inocente, utópica, dispersa y anodina para que su viaje de revelación acabe interesándonos más allá de parecernos caprichos rebeldes de una pija con ínfulas que se deja llevar por lo que le evoca la idea de ese Ladyland en el que las mujeres se protegen frente a los hombres sometiéndolos y con la unión de las mismas abrazando el valor cultural de su tierra.

“El sueño de la sultana” es una clara demostración de que la riqueza de texturas y colores y las buenas intenciones temáticas de un mensaje y una denuncia no ofrecen por sí mismo gran cine y este trabajo se nos presenta de una manera más ensoñadora que inspiradora para poder considerar que tiene el suficiente fuste para competir en la sección oficial ya que, seguramente, su universo hubiera funcionado mejor en un cortometraje o, a bien seguro, en las páginas de una novela gráfica.

Nacho Gonzalo

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