"La colmena", un enjambre caleidoscópico sobre la sociedad de la posguerra con el mejor reparto del cine español

"La colmena", un enjambre caleidoscópico sobre la sociedad de la posguerra con el mejor reparto del cine español

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Querido Teo:

En 2022 se cumplieron 40 años de una de las películas capitales del cine español, “La colmena”, la cual se quedó sin la posibilidad por pocos años de poder ser la triunfadora absoluta de los Goya si por aquel entonces hubieran existido. Unos premios que llegaron tarde para reconocer a algunas de las grandes obras de nuestro cine. Lo que sí que hizo fue ganar el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín, premio que no volvió a conseguir una película española hasta "Alcarràs" precisamente cuatro décadas después.

Mario Camus se sumergió en las páginas de Camilo José Cela ambientando ese Madrid que intenta levantarse pero que sigue sufriendo los avatares y miserias propios de la Guerra Civil que dividió a España por la mitad y la dejó hecha jirones, no sólo en muertos sino también en perdedores y oportunistas que malviven como pueden entre la desesperanza y la represión.

La población sufre las consecuencias de la Guerra Civil y un grupo de tertulianos se reúnen todos los días en el café "La delicia" donde comparten confidencias y, sobre todo, refugio entre literatos, comerciantes y gente de provincias que busca en la capital un lugar para prosperar. Con un presupuesto de 90 millones de pesetas, cifra importante para la época, el filme contó con un extenso plantel de figuras del cine español así como con una cuidada ambientación supervisada por José Luis Dibildos, uno de los productores por antonomasia de la industria contando además con la música de Antón García Abril y con la participación del propio autor de la novela dando vida a uno de los personajes.

Camilo José Cela escribe en el prólogo a la primera edición de la novela: "La Colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad (...) no aspira a ser más que un trozo de vida narrado sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no queramos. La vida es lo que vive -en nosotros o fuera de nosotros-; nosotros no somos más que su vehículo, su excipiente como dicen los boticarios (...) Su acción discurre en Madrid, en 1942, y entre un torrente, o una colmena, de gentes que a veces son felices, y, a veces, no".

“La colmena” es una de esas obras que, a priori, parecen imposibles de adaptar ante su gran número de personajes, segmentos y saltos cronológicos. Mario Camus puso orden y, además de darle una continuidad narrativa, se quedó con una selección de personajes que representan al resto de los que aparecen en la novela, algunos como mero esbozo y otros dándoles más enjundia y peso pero sin renunciar a un protagonista, el cual acaba siendo el Martín Marco interpretado por José Sacristán. Un aspirante a escritor, pobre y con buena fe, que vive al límite y que, aunque no tenga ni para comer, se alimenta de amor, poemas, sensibilidad y reflexión mostrando algo de luz y esperanza a pesar de ser testigo de una época que coarta toda manifestación artística que no baile el agua al poder.

A pesar de ser una de las grandes novelas del siglo XX, y escribirse en la década de los 40, “La colmena” no fue publicada en España hasta 1955, cuatro años después de que viera la luz por primera vez en Buenos Aires, ante las presiones culturales de diversos sectores que abrazaban la novela de Cela como retrato fiel de la situación de un país. Hasta entonces había sido censurada ante la mala imagen que se daba de una España que en realidad estaba viviendo el hambre y la miseria que se denunciaba frente a unas autoridades que preferían alimentar a la ciudadanía con otro tipo de obras más evasivas y amables sin ningún atisbo crítico con el fin de que ésta no fuera todavía más consciente de la época que estaba tocando vivir.

Los 300 personajes de “La colmena” se quedaron en la adaptación cinematográfica en torno a unos 60 centrando la acción en tres escenarios, además de las calles oscuras y lluviosas de la capital. Especialmente el café de Doña Rosa, un espejismo de cultura y libertad, así como la pensión de Doña Matilde y el prostíbulo de Doña Jesusa. Por esos lugares revolotean una serie de personajes que comparten un objetivo común, el tener un techo en el que cobijarse y poder tener el estómago caliente al final del día. Una vida en la que no hay futuro sino sólo presente y en el que sobrevivir cada día, sea con trapicheos o poniéndose de lado con el fin de no incomodar, se considera todo un logro.

“La colmena” desmonta tanto en novela como en película la estructura clásica de inicio, nudo y desenlace y tampoco hay un propósito que se consigue durante la misma. Es una mirada naturista sobre pinceladas de vida en clave caleidoscópica pivotando sobre ese café al que sus clientes llegan como las abejas atraídas por la miel aunque lo dulce de la metáfora se transforma en café agrío y una amargura siempre presente en una rutina sin destino. Tal como el propio Cela explica: “El individuo no es jamás un plano sino un poliedro, según incida el rayo de luz en una cara o vértice o en una arista, el arco que refleja es variado y complejísimo. Todos somos múltiples”.

Personajes que coinciden en escenario aunque muchos de ellos sólo se conozcan de vista y sobre cuyas historias no hay un desenlace, dejando muchas preguntas abiertas más allá del esbozo de esos tres días en la Semana Santa de 1943 que no pretenden ser nada más (y nada menos) que un esbozo de vida de la manera más real y posible con sus continuos sinsabores, bañados aquí de una desesperanza perenne padecida por más de una generación que ya ha sido truncada a pesar de lo que pueda venir en las décadas siguientes y lo que puedan ver aquellos que tengan la fortuna de llegar hasta allí.

Un pozo de negritud del que parece una quimera poder salir y que provocaría que la historia no se convirtiera en película hasta cuatro décadas después ya con una Transición más asentada y poco tiempo después del intento de Golpe de Estado de 1981.

Mario Camus venía de destacadas adaptaciones literarias y fue la opción de José Luis Dibildos tras dos años trabajando en el guión y perfilando una historia que puso en bandeja al director coincidiendo ambos en la necesidad de contar con grandes nombres reconocibles que favorecieran la identificación del público con la historia. La nómina de actores es interminable y, además del citado José Sacristán, aparecen Victoria Abril, Ana Belén, Concha Velasco, José Luis López Vázquez, Agustín González, Rafael Alonso, Mary Carrillo, María Luisa Ponte, José Bódalo, José Sazatornil, Charo López, Antonio Resines, Emilio Gutiérrez Caba, Elvira Quintillá, Encarna Paso, Francisco Algora, Imanol Arias, Luis Barbero y tantos otros.

A pesar de ser una película autóctona y muy próxima a la realidad española de la época, mostrando a un país que se había llenado de oscuridad dejando a parias marcados a su paso, la cinta tuvo un gran éxito internacional. No sólo en Berlín, lugar en el que el Jurado del Festival no dudó en hacer que coronara el palmarés junto a la británica “Acendacy” cuando la lista de ganadores ya estaba prácticamente decidida y ante el impacto que provocó en los últimos coletazos del certamen, sino también en los premios ACE entregados en Nueva York a lo mejor de la cosecha del cine hablado en español donde fue nombrada mejor película y se llevaron premios José Sacristán, Rafael Alonso y María Luisa Ponte.

Tras unos meses de gran cosecha del cine español es una buena oportunidad para bucear en esos clásicos de nuestro cine que dan la impresión de que fueron más bien ponderados más allá de nuestras fronteras que aquí mismo pero que son un retrato de una época que sin mostrar expresamente la Guerra Civil ni la mano del régimen del dictador sí que desliza la muestra de una atmósfera de la que era imposible salir. Como insectos atrapados en una mugre esperando que, algún día, escampe y deje de llover sobre sus sueños y las esperanzas de futuro que algún día tuvieron pero que la guerra, las pérdidas humanas, los bolsillos rotos y el estómago vacío quebraron para ya no volver porque, si algo demuestra la vida, es que el tiempo que queda atrás nunca podrá ser recuperado.

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Nacho Gonzalo

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