"El guateque", un ingenio que no pierde frescura

"El guateque", un ingenio que no pierde frescura

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Querido Teo:

"El guateque" es una de las mejores comedias de Blake Edwards, maestro de la comedia americana que hace 55 años estrenó una de esas cintas que llegan para quedarse en un género tan agradecido como el de la risa perfeccionando al máximo ese tándem exitoso en lo artístico y lleno de altibajos en lo personal que formó con Peter Sellers durante siete películas. Como dejó claro el director: “Los mejores y peores momentos que he vivido en el cine los he pasado junto a Peter Sellers”.

Blake Edwards venía ya del éxito de la icónica “Desayuno con diamantes” (1961) y la desoladora “Días de vino y rosas” (1962) y ahora nos introducía en una comedia chispeante, calificativo que prácticamente sólo se le puede acuñar a él con ese estilo de comedias tan descacharrantes como elegantes, en el que un extra (capaz él solo de cargarse un rodaje) expulsado de Hollywood tras un rodaje ruinoso, es invitado por error a una fiesta (por una confusión en las invitaciones) y que también parece dispuesto por su torpeza a sembrar el caos en ella provocando desastre tras desastre que, junto a congas, bailoteos y copazos, terminará con un elefante en la piscina y la inundación de toda la casa.

Una comedia absurda y genial que roza la perfección y renueva profunda y definitivamente el género regalando a Sellers un caramelo de papel como el intérprete indio Hrundi V. Bakshi, en el que brilla con un humor muy físico, heredero de Chaplin y Tatin, potenciado por el hieratismo que imprime al personaje asentando el carácter polifacético del actor que ya venía de una nominación al Oscar por sus tres personajes de “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú” (1964) y de quedar inmortalizado, también para Blake Edwards, como el inspector Clouseau en “La pantera rosa” (1963).

“El guateque”, dentro de su humor, es una ácida crítica social sobre la lucha de clases llevándonos al oropel de la fiesta de un productor que vive con sus invitados en una burbuja de fama y lujo que se verá erosionada no sólo por ese extra hindú y patán sino por el movimiento hippy que estallaba precisamente en el año de estreno de la película, 1968, siendo una mirada corrosiva al propio Hollywood con productores, directores y actores engreídos, arribistas y desalmados.

El personaje de Peter Sellers debe mucho de Charlot por ese aire desubicado permanente, su carácter romántico e inocente, y la capacidad de acabar siendo el centro de todo por accidente destrozándolo todo pero ganándose al espectador. Entre el jolgorio y la ostentosidad habrá hueco para el amor entre ese Bakshi y Michele Monet, una aspirante francesa a cantante y actriz (interpretada por Claudine Loget), y contando también con secundarios robaescenas como el camarero borrachín con un estupendo Steve Franken o el vaquero encarnado por Denny Miller.

Una comedia disparatada llena de situaciones absurdas que recuperaba el “slapstick”, una de las técnicas más exitosas en la época del cine mudo, cogiendo siempre como punto de referencia las cintas de El Gordo y el Flaco. Y es que la esencia de la historia era un humor por acumulación con gran marcaje de la improvisación ya que el guión de partida sólo tenía 12 páginas en el que esbozaban ciertas situaciones que se iban definiendo en puesta en común.

Una película construida conforme se iba avanzando y entre aportaciones de todo el equipo teniendo Edwards que canalizar todo ese flujo de talento emergido del ingenio, la casualidad y el hecho de juntar en un espacio en concreto a toda esa fauna de personajes dando lugar a escenas inolvidables como la del atasco del retrete que, por supuesto, provoca nuestro protagonista.

“El guateque” es caótica, rebelde y alocada y 55 años después sigue fresca y divertida. Cine para dejarse llevar por eso tan caro de ver como el humor inteligente que sólo aparece cuando todas las piezas encajan y se cuenta con dos locos tan talentosos como Blake Edwards y Peter Sellers que demuestran que la risa es universal y la que, en definitiva, mueve el mundo.

Nacho Gonzalo

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