Historias de Tinseltown: La decadencia de los premios

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Querido primo Teo:

El momento más viral de lo que llevamos de 2022, y es imposible superarlo en lo que resta de año, es la bofetada de Will Smith al humorista Chris Rock durante la ceremonia de los Oscar. Gracias a las redes sociales la secuencia dio varias veces la vuelta al mundo en cuestión de minutos y alimentó a los cuñados: asistimos a debates sobre los límites del humor, la legitimidad de la defensa a las mujeres e incluso el buenismo nos dio lecciones para no discriminar a las mujeres que sufren alopecia. Más allá de la polémica nadie se centró en hablar de los Oscar, ni siquiera de la interpretación por la que Will Smith recibió el galardón en la categoría de mejor actor principal. No hay interés general en una ceremonia que como mucho ocupa una pieza de un par de minutos en los informativos, más algún reportaje en la prensa rosa, y que lleva más de una década viviendo la peor crisis de su historia entre otras cosas porque la televisión ha dejado de ser la primera opción de entretenimiento.

Variety nos habla de la suerte que le espera a los premios televisivos con algunos eventos como los galardones del Gremio de Actores (SAG) y los Independent Spirit Awards que están buscando un canal de difusión mientras que otras asociaciones, entre ellas la que conceden los Critics'Choice (BFCA), están en el punto de mira por su falta de transparencia, y los Globos de Oro están renegociando sus derechos de emisión con la NBC tras un prudencial ejercicio de lavado de imagen tras la falta de diversidad en la Asociación de Prensa Extranjera en Hollywood (HFPA).

La ceremonia más reciente del Gremio de Actores (SAG), el sindicato más numeroso y poderoso en el mundo del espectáculo estadounidense, apenas alcanzó los dos millones de espectadores. Es una cifra bastante ridícula que ni siquiera se puede permitir en las operadoras de televisión por cable e internet y que obliga a negociar a la baja. Una verdad incómoda para los gremios y las asociaciones que dependen del escaparate televisivo para su supervivencia porque no despertarían el interés de los inversores y dependerían solamente de las cuotas de los socios, lo cual sería insostenible.

En un momento en el que la audiencia no está respondiendo a las galas de premios nos encontramos desbordados por los eventos de este tipo porque ha sido un negocio bastante atractivo y se ha visto como una manera de medrar en la industria y ser algo más que el guardabolsos de las luminarias.

En los últimos años, meses antes de la ceremonia de los Oscar, internet se convierte en un campo de minas porque van surgiendo Asociaciones de Críticos que se creen más importantes que los miembros de las fundaciones decanas de la crítica para entregar sus premios, galardones que casi siempre se repiten con la salvedad de un par de variantes. Les mueven las ganas de casito en redes de los autoproclamados analistas porque leen muchos tweets.

En el mundo televisivo hay dos eventos que se han considerado infalibles: las retransmisiones deportivas y las entregas de premios. Los Oscar despectivamente han sido llamados "la Super Bowl para gays blancos y marujas de la ABC", eso se lo debemos a Chris Rock. La comparación es humillante ya que la última Super Bowl le reportó a la NBC 112,3 millones de espectadores frente a los 16,6 de los Oscar. El mayor espectáculo en el mundo del deporte estadounidense sigue siendo una tradición pero la celebración de los premios por antonomasia son vistos como algo que ha perdido la conexión con el mundo en el que vivimos.

En el siglo XXI el consumo televisivo ha cambiado. Las generaciones más jóvenes probablemente no hayan visto nunca la televisión convencional porque la oferta en streaming es infinita y a la carta. Por otro lado, internet ha creado sus propias estrellas y muchas de ellas generan más tráfico en redes y tienen más seguidores que cualquier luminaria. Los repartos y los equipos de colaboradores en programas de televisión y en los medios de comunicación se cierran en base a los seguidores en redes, es más, también se mira ese detalle cuando se solicita una acreditación para cubrir un evento tan elitista como es la Feria de ARCO. Se busca la viralidad y la difusión inmediata en la red. Aunque curiosamente el mundo internet está más pendiente de alguien sin redes como es Carlos Boyero.

Por esa misma razón no se ha dado un verdadero relevo generacional en las estrellas de Hollywood, solamente hay que ver que dos de los mayores éxitos cinematográficos de este año están protagonizados por estrellas tan de finales del siglo XX como son Tom Cruise (de 60 años con "Top Gun: Maverick") y Sandra Bullock (de 58 con "La ciudad perdida"). En la actualidad un chico de Ohio de 24 años que sube vídeos todos los días a una plataforma tiene más influencia que Timothée Chalamet y nadie siente deseos de partirle la cara.

Las estrellas en este siglo XXI carecen de poder, están al servicio de una marca, son muy pocos los que gozan de autonomía, y tendemos a caer en el error de considerar que determinado actor es una estrella porque proporciona gifs, de nada vale si después no genera consumo porque nadie paga por verle actuar. La siempre pacífica comunidad de Tinseltown está llena de generadores de memes que están al borde de quedarse sin agentes debido a sus últimos fracasos.

Por último lugar está lo que en su momento comentó Anthony Mackie sobre que el negocio se hace para contentar a China y a los adolescentes. En un período de crisis tan fuerte como el que estamos atravesando el sector audiovisual se ha convertido en un laboratorio que elabora productos para ajustarse a los gustos del mercado o a lo que demandan los gurús de los departamentos de responsabilidad social de las grandes multinacionales. El cine y la televisión ya no se hace para buscar la excelencia sino para inculcar una serie de valores que promuevan la justicia social y sus campañas se hacen derribando a un hombre de paja. Generalmente esos productos no alcanzan la excelencia porque están demasiado enfocados en el discurso y se olvidan de todo lo demás.

Curiosamente "Hasta el último hombre" (2016) de Mel Gibson fue masacrada por la prensa más cool en el Festival de Venecia (principalmente española) por ser una promoción de la fe católica, y la ideología conservadora de Mel Gibson, pero la película triunfó porque más allá de su mensaje había una gran historia y estaba narrada de manera excelente. Tendemos a identificar a los Estados Unidos con las zonas más progresistas de California y Nueva York y hay un sector bastante grande de la audiencia que se siente insultado por un grupo de privilegiados que nos observan desde una torre de marfil y que consideran que el público no solamente tiene la culpa del fracaso de sus películas sino de los problemas que hay en el mundo. Ante tal panorama lo que menos apetece es ponerse a ver los Oscar ni siquiera de manera pirata con un flipao mirando a la nada.

Este artículo se publicó en el blog "Historias de Tinseltown" el 29 de agosto de 2022

Mary Carmen Rodríguez

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