Conexión Oscar 2023: Una Academia sin complejos y en busca de una voz para un nuevo tiempo
Querido Teo:
La Academia se ha quitado complejos y ha vuelto a abrazar a una ganadora incontestable, al menos numéricamente, sea para bien o para mal. Tras 13 años de victorias raquíticas (desde “Slumdog millionaire” en 2009 sólo “En tierra hostil” y “The artist” ganaron más de 4 Oscar) "Todo a la vez en todas partes" es la película más premiada de la era del voto preferencial (con 7 Oscar) y una cinta que ha marcado un hito ya que es la primera en ganar, además de película y dirección, tres premios de interpretación. Sólo “Un tranvía llamado Deseo” y “Network, un mundo implacable” fueron capaces de llevar al Oscar a tres de sus actores aunque en su caso no se llevaron el premio a mejor película.
El triunfo de “Todo a la vez en todas partes” es todo un espaldarazo para un nuevo tipo de cine, tanto generacional, temático y formal, ya que en una era audiovisual de streaming y TikTok la Academia ha abrazado un título impulsado por los primeros directores de la generación “millennial” que son reconocidos con el Oscar a la mejor película. Un ritmo endiablado en un montaje frenético de imágenes, estímulos, sensaciones y referencias en una cinta de estructura fragmentada que, dentro de su parafernalia, no es más que un canto de integración y de encontrarnos a nosotros mismos para entendernos y también comprender mejor a los demás en una época caracterizada por no escucharnos lo suficiente.
Un mensaje universal que, bajo la superficie de esa sucesión de imágenes, deja a una madre asfixiada por la vida (una rutina que carcome cualquier relación y motivación futura) que no ha podido cumplir sus sueños y que ha terminado relegada en una lavandería de barrio con su verborreico marido, un padre cascarrabias tendente al reproche y una hija a la que no entiende. “Todo a la vez en todas partes” habla de esas familias que se necesitan pero que no terminan de conectar en la misma sintonía siendo al final ese viaje por el multiverso el que ayude a recomponer y ajustas las versiones de cada uno con el fin de remendar unas relaciones rotas por el aburrimiento, la frustración y la incomprensión.
Un espíritu colectivo que ha generado una corriente de empatía al ver lo bien que se lleva un equipo que es consciente que ha contribuido a algo distinto que, para bien o para mal, deja impronta y que no caerá en el olvido ya que siempre quedará en la parte noble de las estadísticas favorables a la hora de comparar records y registros de los Oscar. Unos artífices que han celebrado de manera colectiva y como si no hubiera mañana cada premio; no sólo a los más repetidos para Ke Huy Quan como actor de reparto y a los Daniels como directores y guionistas sino también a la carrera de Jamie Lee Curtis (reinventada tras ser la icónica “reina del grito” en los 70 y 80) y a una de esas oportunidades que marcan una trayectoria como la de Michelle Yeoh tras 40 años condicionada por su raza.
El triunfo de “Todo a la vez en todas partes”, sustentado en el voto preferencial, demuestra que indudablemente estamos ante una Academia que ha cambiado, más generacionalmente que por el hecho de haber introducido a muchos miembros internacionales. El fervor desatado en USA desde que se estrenó hace un año, y que ha ido creciendo poco a poco a lo más que hoy en día puede recibir una película, se ha traducido en esos 7 Oscar que hace pocos años hubieran relegado a esta película a categorías menores debido a su espíritu transgresor, extravagante y minoritario. Más todavía si tenemos en cuenta que está protagonizada casi en su totalidad por un reparto asiático que en el Hollywood de hoy en día, y tras la corriente desatada por "Parásitos", saca pecho tras años de ninguneo y estereotipo asentando la baza de la diversidad.
Aun así la Academia sigue abrazando apuestas tanto convencionales (“Green book” y “CODA: Los sonidos del silencio”) como más distintas y sugerentes (“Parásitos” y “Todo a la vez en todas partes”) lo que demuestra que en ella conviven actualmente ambas corrientes que, no obstante, sí que se han alejado totalmente en los últimos años de los cánones marcados por la larga carrera de premios. Si bien “Green book” nació en el Festival de Toronto y “Nomadland” inició su recorrido en el Festival de Venecia “Parásitos”, “CODA: Los sonidos del silencio” y “Todo a la vez en todas partes” tuvieron su debut antes de llegar a los escaparates otoñales lo que hizo que no se les tuviera en cuenta como aspirantes al Oscar.
Todo ello deja en entredicho el futuro a la hora de configurar una temporada de premios. ¿Es mejor que una película intente sacar cabeza ante la avalancha de títulos con aspiraciones que se estrenan en Venecia, Telluride y Toronto o es mejor llegar antes con perfil bajo y crecer mientras las demás opciones se socarran por la sobreexposición de su condición de tempranas favoritas? Nadie se podía esperar el recorrido de “CODA: Los sonidos del silencio” cuando se estrenó en el Festival de Sundance y mucho menos de “Todo a la vez en todas partes” debutando en una cita tan friki como el South by Southwest
Esa es otra de las dinámicas actuales y es que la Academia desde hace una década está huyendo descaradamente del término “oscarizable”. Un error seguir apostando en las quinielas (sólo por nombre) por títulos como “El irlandés” de Martin Scorsese, “Mank” de David Fincher o “Los Fabelman” de Steven Spielberg que año tras año se estrellan tras partir en lo más alto de las predicciones cuando, posiblemente, “12 años de esclavitud” sea la última película con esa denominación que aguantó el tipo desde las primeras apuestas hasta lo que ocurrió realmente en la noche de los Oscar.
La Academia busca sangre nueva, quizá no lo vaya a hacer siempre de una manera tan extrema y de nicho como la disparatada propuesta de los Daniels, pero lo que está claro es que estamos en una fase de relevo generacional que poco a poco se va evidenciando en una Academia que habiendo subido de audiencia por segundo año consecutivo (aunque todavía sin alcanzar la barrera psicológica de los 20 millones de dólares) y sin escándalos (ni sobres equivocados ni bofetones) encara el futuro con menos presión y con la mente abierta ante su necesidad de reinvención con el fin de que cine y el público puedan volver a ir de la mano y las películas vuelvan a tomar la palabra por sí mismas.
Eso sí, en la variedad está la virtud y por ello la Academia tendrá que dar los pasos de manera equilibrada para que no se resienta la calidad y que el intento de querer contentar a la cultura del meme no se traduzca en galas y en ganadores convertidos en parodia de sí mismos o un concurso de popularidad en el que al final el que gana es el que se ha arrastrado más plañideramente durante la carrera. No deja de ser llamativo que los Daniels ya tengan el mismo número de Oscar que Steven Spielberg (con sólo dos películas) o que la corriente de arrastre haya impedido que Cate Blanchett se hiciera con una estatuilla en la que al final ha primado más formar parte o no de la película fenómeno. Por ello conviene no perder el norte para que sea el buen cine el que prime ante todo.
Todo para formar parte de una conversación social en la que en materia audiovisual sigue mandando a día de hoy los maratones seriéfilos y los contenidos de Twitch y YouTube. Una ganadora para una Academia que, quizá quiere fingir ser más moderna de lo que es realmente, pero que sí que parece tener la convicción de que necesita quitarse las telarañas de encima y, sobre todo, huir de la intrascendencia.
Nacho Gonzalo