"As bestas"
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El argumento: Antoine y Olga son una pareja francesa que se instaló hace tiempo en una aldea del interior de Galicia. Allí llevan una vida tranquila, aunque su convivencia con los lugareños no es tan idílica como desearían. Un conflicto con sus vecinos, los hermanos Anta, hará que la tensión crezca en la aldea hasta alcanzar un punto de no retorno.
Conviene ver: “As bestas” es todo un prodigio ante la cámara de Rodrigo Sorogoyen y una película de madurez para un director que no parece tener techo y que no hace más que sorprender y fascinar por su nervio y contundencia trabajo a trabajo. Una cinta que pone el broche de oro a un año inolvidable para el cine español a través de un thriller rural con atmósfera de western malsano en el que se confronta el odio, la envidia y las bajezas humanas en una confrontación entre el lugareño y el forastero. Lo que podría ser el leitmotiv para una película de John Ford se adentra en el retrato contemporáneo de la España vaciada, la cual tiene atrapadas a los suyos, los cuales siempre anhelaron huir de allí pero nunca pudieron y que han quedado enfermos de rencor y de sed de venganza. Una furia animal representada en los personajes de los hermanos que no conocen otra cosa que el día a día de esa aldea gallega y que no pueden soportar a Antoine y Olga, un matrimonio de franceses (que se ha asentado allí con el fin de abrazar la naturaleza, dejar atrás las prisas de la ciudad y que cultiva un huerto ecológico) al que dirigen toda su frustración acusándoles de privarles de tener la oportunidad de prosperar cuando el lugar recibe la posibilidad de ser un enclave de energía renovable. Una oportunidad para un lugar derruido en el que ya no hay esperanza y en la que el alma de los personajes y sus sueños (si algún día los tuvieron) han quedado también desvencijados.
Rodrigo Sorogoyen y su guionista Isa Campo culminan una década en la que han irrumpido con gran fuerza en la industria audiovisual en una carrera todavía corta pero impecable de la que “As bestas” se erige como una depuración de estilo como narrador y un manejo de la tensión magistral que aquí no necesita de adrenalina ni de efectismos sino de una conversación, un silencio o una mirada que tiene la facilidad de helar la sangre por ese conflicto latente que siempre está amenazando con estallar, como la erupción de un volcán, y que se percibe que en el momento en que lo haga ya no habrá marcha atrás ante lo primario de una violencia y una cerrazón que nos asemeja a esas bestias del título que derriban al adversario defendiendo el territorio que consideran suyo. Una potente y simbólica escena inicial que termina confluyendo con el momento más dramático de la cinta, punto de inflexión de una película íntima, intensa y en el que hay dolor, resistencia y resignación a través de unos personajes que llegan con nuevos aires pero que acaban sumisos por el fango de la España más negra, heredera de la época de los caciques y de aquella en la que el enfrentamiento por las tierras no entendía de diplomacias o de entendimiento sino de aplicar la ley del más fuerte entre siembras en la tierra y partidas al mus y chatos de vino en la taberna.
“As bestas” deja al espectador incómodo pero uno no puede dejar de quedar atrapado ante el magistral manejo de la cámara de Rodrigo Sorogoyen y el superlativo trabajo actoral en esta historia basada en hechos reales y descubierta en la prensa por Isa Campo, la de un matrimonio belga en un pueblo de Asturias. Ello permite de que, a pesar de que la tensión va cociéndose a fuego lento, ello no quita para restar interés durante sus 137 minutos. Austeridad en un drama que no renuncia tampoco a la belleza y a conmover a la igual que conmocionar hacia un elegiaco recorrido en el que en todo momento se enarbola la fuerza del plano secuencia pero que también lo destina todo en el poder y la intensidad de esas conversaciones en las que subyacen tantas cosas; especialmente el hecho de considerar que los que tienen más derechos son los que siempre han estado allí, los que se han molido la espalda sin descanso (y no los que vienen de fuera con vientos de cambio y otras inquietudes), y que, por tanto, ellos tienen preferencia a la hora de decidir si las tierras pueden ser vendidas para que se construyan molinos de viento y así coger, quizá, el último tren para empezar una nueva vida lejos de allí aunque tanto se les haya impregnado ese ambiente y los años allí vividos que posiblemente el cambio les haga ser siempre peces fuera del agua.
“As bestas” dentro de ese enfrentamiento habla también de muchos otros temas como la soledad, el turismo rural visto como negocio por unos y capricho del que recelan otros, las distintas formas de agricultura en pro de un ecosistema más saludable, y hasta qué punto se es capaz de cambiar las cosas en un mundo en el que ya no sirven las reglas arcaicas de antes, entre cabezazos y embestidas, sino que prima la necesidad de construir puentes aunque ello suponga a veces tener que tragarse el orgullo, la rabia y el tener que ampararse en algo para poder sobrevivir y no quedar sucumbido por la tragedia. Distintas formas de ver la vida, tanto por origen y carácter como en lo referente a la mirada masculina o femenina, representadas en tres conversaciones reveladoras; una del lugareño rustico y el francés pragmático, otra entre la madre y la hija y una última entre dos mujeres que saben que tienen que tomar las riendas frente a unos hombres que han llevado a la perdición en permanente conflicto de egos.
“As bestas” es capaz de extraer tanto lirismo como miedo a través de unos paisajes que son capaces de ser evocadores pero también lúgubres, perdidos del mundo y precisamente por ellos tendentes a operar con sus propias reglas. Un reverso salvaje y hostil en el que unos personajes abandonados, unos por ilusión y elección y otros por obligación y por imposición del destino, intentan sobre todo sobrevivir aunque sea tan difícil si es pretendiendo llevar al otro a que forme parte de su juego sin oposición. "As bestas" pasa a ser una obra capital del cine español, un "Perros de paja" (1971) entroncando con clásicos de culto como “La caza” (1966), “Furtivos” (1975), “El crimen de Cuenca” (1980) o “Los santos inocentes” (1984) adentrándose en el emponzoñamiento de la condición humana fruto de la pobreza, el resentimiento y la xenofobia en un viaje desgarrador en el que el verano y el invierno se pasan el testigo en mejor comunión que las almas perdidas que han sido llevadas por la vida a tener que cohabitar hacia el mismo punto de destino a pesar de sus distintas vivencias y trayectorias y el hecho de que algunos hayan perdido su humanidad ante el hecho de que para ellos no haya destino sino un eterno mismo punto de origen y final del que nunca podrán huir.
Denis Ménochet es presencia y persistencia y Marina Foïs se echa la película a sus espaldas en el acto final endureciendo su rictus como ejemplo de templanza, valor y aguante (con una gran escena con su hija interpretada por Marie Colomb y otra llena de tensión en el mercado de ovejas) frente a la animalidad primaria de unos imprevisibles e inquietantes Luis Zahera (Goya automático) y Diego Anido. Todos ellos exponiendo sus razones ante una cámara que les da poder y dimensión en un thriller desolador, contemplativo y de asfixiante brutalidad que muestra como el enfrentamiento todavía convierte en todavía más víctimas a todos aquellos que, en realidad, no recayeron en que ya les unía esa circunstancia y desaprovecharon remar en la misma dirección dándose cuenta en realidad de lo desgraciados que han sido siempre. Un rotundo viaje hacia las puertas del lado más negro de la especie humana que, no obstante, deja emerger también su enorme capacidad de resistencia como baluarte. Impactante, rotunda y reverencial ejemplo del mejor gran cine.
Conviene saber: En el Festival de Cannes 2022 y en la sección Perlas del Festival de San Sebastián 2022 donde consiguió el Premio del Público a la mejor película europea.
La crítica le da un NUEVE
Hay una errata en la (muy buena) crítica. Es cierto que la película está basada en hechos reales, pero el caso no es de un matrimonio belga en Asturias, sino de un matrimonio holandés en una aldea de Galicia. De hecho, hay un documental previo sobre este caso titulado 'Santoalla' (Andrew Becker, 2016). Recomiendo encarecidamente su visionado para profundizar y comprender aún mejor la obra de Sorogoyen, ya que sin duda fue tenido en cuenta a la hora de realizar la película.