El cine en las estrellas: George Méliès, magia y astronomía (II)
Querido Teo:
Tan fascinado quedó Méliès con el cinematógrafo que, rápidamente, ofreció a los Lumière una importante suma de dinero por su compra, algo que estos rechazaron porque su intención era “donarlo a la ciencia” (al poco fundaban sus propios estudios). Méliès no era de los que se amilanaba fácilmente y recorrió Europa en busca de dispositivos similares. Incluso terminó por diseñar y construir su propia cámara, el kinetógrafo, con el que rueda pequeños números que proyecta en su teatro. Pero Méliès rápidamente atisba el verdadero potencial del cine, mucho mayor que el de simplemente recrear la realidad o hacer trucos de magia. Méliès es probablemente la primera persona que decide convertir el cine en una máquina de contar historias. Cierra el teatro, construye un magnífico estudio y comienza a rodar películas en él. Y hace centenares, de todo tipo y genero, comedia, drama, incluso musicales, y eso que estamos en pleno cine mudo, pero en especial introduce la ciencia ficción, más de veinte años antes de que se acuñara tal término, además de crear los primeros efectos especiales, ya que su capacidad e inventiva cinematográfica no se limita solo a lo artístico, sino también a lo puramente técnico. Sus mágicos efectos fotográficos, su montaje, los oníricos escenarios que diseña, los juegos de luces que colorea fotograma a fotograma, y el amor que pone en cada una de sus maravillosas y deliciosas proyecciones hacen que, incluso hoy en día, asistir a una exhibición de las películas de Méliès sea embarcarse en un viaje mágico directo a la imaginación. Y entre estas pioneras películas, las primeras de la historia del recién inventado cine, ya aparece la Astronomía.
En 1898, apenas tres años después del nacimiento del cine, Méliès rueda y proyecta “Sueños de un astrónomo”, probablemente la primera película con claros elementos astronómicos. En esta corta proyección de escasos tres minutos, un rey, influido por el astrónomo de la corte, un tipo con largo cucurucho, viaja en sueños a Júpiter, en el primer viaje espacial de la historia del cine (eso si, empleando una escalera), dejando atrás a la Luna, Marte, o Saturno, todos ellos representados por sus figuras mitológicas bajo un cielo de estrellas. Una vez en Júpiter no es bien recibido por sus habitantes (los primeros extraterrestres cinematográfico) que lo devuelven bruscamente a la Tierra despertando así de su sueño. En ésta, como en otras obras del francés, Astronomía y mitología le dan la excusa perfecta para elaborar su propio universo mágico, lleno de humor y surrealismo, como en el corto “Estrellas fugaces” (1907) donde una estrella y Saturno se pelean por el amor de la Luna; o para llenar la pantalla de bailarinas de music-hall que, en forma de lluvia de estrellas, se pasean a través del objetivo del astrónomo en “Un baño inesperado” (1907). Pero, sin duda, la pasión más astronómica de Méliès consistía en poner caras humanas a los astros celestes. Es el caso del Sol y la Luna en “Eclipse: el noviazgo entre la Luna y el Sol” (1907), donde un astrónomo enseña a sus discípulos, pizarra en mano, los fundamentos del eclipse solar del que van a ser testigos a través de sus telescopios; o la cara solar que literalmente se traga un tren espacial en la surrealista y deliciosa “Viaje a lo imposible” (1904), realizada dos años después de la que fue su obra maestra, y no solo desde el punto de vista astronómico, aunque tenga un título tan espacial como “Viaje a la Luna” (1902), de la que ya hemos hablado en más de una ocasión.
El cine se transforma muy rápidamente. Los grandes capitalistas comienzan a adivinar el volumen de negocio que con el tiempo generaría la industria del entretenimiento. Al poco tiempo acorralan a personajes como Méliès, pequeños productores más cercanos al trabajo artesanal y absolutamente personal, que poco a poco, arruinados, dejan de hacer películas para caer en el olvido.
Veinte años después del primer alunizaje cinematográfico, un joven crítico y historiador de cine llamado Leon Druhot, descubre por casualidad a un viejo tras un quiosco de chucherías y pequeños juguetes de la estación de Montparnasse. Es George Méliès, desaparecido hace décadas de la profesión y que muchos creían muerto. Tres años después es condecorado con la Cruz de la Legión de Honor, de manos del propio Louis Lumière, y toda su filmografía es proyectada en una sesión en su honor. Un tardío pero merecido reconocimiento al creador del cine…y del Astrocine.
Emilio J. García Gómez-Caro (Astrónomo)