"Rusia: Revolución y Guerra Civil, 1917-1921"
La descripción del asalto al Palacio de Invierno que hace el autor está muy lejos del heroísmo instalado por la historiografía oficial con la colaboración del cine: "El famoso asalto al Palacio de Invierno, que destaca en el mito bolchevique y ha perpetuado hasta nuestros días la película propagandística de Serguéi Eisenstein, distó de ser heroico".
Título: "Rusia: Revolución y Guerra Civil, 1917-1921"
Autor: Antony Beevor
Editorial: Crítica
La peste negra, el descubrimiento de América, la imprenta, la Revolución Industrial, los antibióticos.... hechos que cambiaron el mundo, sin duda, pero lo hicieron a lo largo de varias décadas; lo ocurrido en Rusia fue especialmente rápido, en sólo cinco años provocó una transformación que se difundió tan veloz y resultó tan trascendental como no ocurría desde la caída de un meteorito en el Golfo de México hace 65 millones de años.
Anthony Beevor se planteó hace 35 años abordar ese periodo, pero renunció a ello ante otros proyectos, ahora acaba de publicarse su nuevo libro donde lo hace con su talento habitual. Están los líderes, Lenin, Trotsky, Stalin.... pero se ha inspirado a menudo en fuentes menores, menos habituales, algunas nunca empleadas con anterioridad.
Las consecuencias de lo que nació en San Petersburgo, Petrogrado en 1917, "contaminó" en muy poco tiempo a una tercera parte del planeta, en un impulso por mejorar la distribución de la riqueza y reducir los privilegios que acabaría siendo truncado por los instintos dictatoriales. Nadie, ni sociólogos ni políticos o historiadores pudieron prever lo que ocurriría en unos pocos meses que derribarían 300 años de zarismo, con toda su estructura social y económica.
Beevor no es complaciente con ninguno de los bandos en conflicto, recuerda por ejemplo que el uso de la propaganda de lemas simples sin mayor contenido no son invención nazi, sino bolchevique, sin obviar el comentario oportuno de que es una manipulación que conserva su eficacia en la actualidad; más eficaz en cuanto la población resulte más ignorante y por tanto enardecible.
La plaza del Palacio estaba defendida por cadetes de yúnker provistos de ametralladoras y artillería ligera, con las piezas emplazadas en pequeños reductos de troncos y sacos de arena. Con la primera descarga de los defensores, el tímido ataque de la Guardia Roja se vino abajo. Se pudo constatar que, aunque Lenin sostenía que contaban con el apoyo del acuartelamiento, esto no era verdad. A primeras horas de la tarde un numeroso contingente de marinos de la Flota del Báltico (con hasta 5.000 efectivos, según algunas fuentes) desembarcaron de una diversidad de navíos de Kronstadt con la misión de tomar el Palacio de Invierno. Pero ellos también se arredraron bajo el fuego de los yúnker y el batallón femenino.
Como los marinos de Kronstadt carecían de la preparación necesaria para atacar atravesando el espacio abierto de la plaza del Palacio, el crucero ligero Aurora, atracado en el muelle opuesto al Palacio de Invierno, apuntó con su torreta de cañones de 6 pulgadas. A las 6:30h de la tarde, Trotski y el Milrevkom dieron un ultimátum a los miembros del Gobierno Provisional. Si no capitulaban abrirían fuego con los cañones de la Fortaleza de Pedro y Pablo y del Aurora. En el interior del palacio los ministros solo podían apoyarse en la esperanza de que Kérenski apareciera a la cabeza de tropas leales. En realidad, el crucero había llegado sin proyectiles explosivos, por lo que, a las nueve de la noche, cuando se dio orden de abrir fuego, solo pudo disparar un único proyectil sin carga.
Los cañones de la fortaleza sí disponían de munición real, pero la puntería de sus artilleros era lamentable (más aún, teniendo en cuenta las dimensiones del blanco). De los más de treinta proyectiles que dirigieron contra el Palacio de Invierno, solo dos dieron contra la fachada de la orilla del Nevá. Las ametralladoras Colt de los muros de la fortaleza se sumaron al fuego, pero tampoco tuvieron gran efecto al otro lado del río.
Poco después, algunos Guardias Rojos descubrieron un acceso no vigilado al Palacio de Invierno, pero se rindieron al poco de entrar, nada más encontrarse con algunos cadetes yúnker. Los defensores, no obstante, se desanimaron al ver que los refuerzos que les habían prometido no llegaban, y empezaron a darse a la fuga. Cuando se puso de relieve que la defensa se estaba evaporando, algunos marinos y soldados se aproximaron al palacio, se envalentonaron por la ausencia de reacción, y accedieron al interior a través de las ventanas. Al cabo de nada una multitud estaba saqueando las bodegas del palacio, por las existencias de vino y vodka; arrancaba el cuero de las sillas y los sofás, para repararse las botas; y hacía trizas los espejos.
Vladímir Antónov-Ovséyenko, que en teoría estaba al mando del asalto, describió cómo los centinelas de la guardia Preobrazhenski, y luego de la Pavlovski, encargados de impedir el paso a las bodegas, se incorporaban a la borrachera. «Al llegar la noche se desenfrenó una violenta bacanal. “¡Bebámonos los restos de los Romanov!”» Aunque luego intentaron anegar las bodegas, «los bomberos a los que habían enviado a tal fin también optaron por emborracharse».
Después de rendirse a Antónov-Ovséyenko, se escoltó a los ministros hasta la Fortaleza de Pedro y Pablo. Se dice que unas pocas mujeres del batallón femenino fueron violadas después de la orgía de destrucción, cuando las llevaron al cuartel del Regimiento de Granaderos. Pero el principal oficial de enlace británico, el general de división Knox, que convenció a Antónov-Ovséyenko de que era mejor devolverles la libertad, informó: «Hasta donde se ha podido determinar, aunque las han apaleado e insultado de todas las maneras tanto en el cuartel de la Pavlovski como de camino al Regimiento de Granaderos, no se les causó otro daño».
En el Instituto Smolny, los líderes bolcheviques aguardaban con impaciencia las noticias de la rendición. El Segundo Congreso de los Sóviets se había reunido en la grandiosa sala de baile, con su columnata de pilares blancos. Los llamamientos a una coalición de partidos socialistas demostraron ser populares, pero el asalto bolchevique al Gobierno Provisional fue objeto de condenas que lo equiparaban a una declaración de guerra civil. «Un partido detrás de otro —escribió el social-revolucionario Vladímir Zenzínov— fueron declarando que protestaban por las acciones de los bolcheviques y sus tácticas engañosas. Los representantes de los movimientos revolucionarios subieron a la tribuna en sucesión, expresaron su protesta en términos muy enfáticos y se marcharon del Congreso para demostrar que no querían tener nada que ver con los bolcheviques.»
Mártov, el líder menchevique, advirtió de que las acciones de bolcheviques iban a acarrear consecuencias temibles, generarían «inevitablemente, el hambre y la degeneración de las masas». Pero Trotski desdeñó su figura como la de «un pequeñoburgués asustado y superado por la magnitud de los acontecimientos». Cuando Mártov abandonó la sala como protesta, Trotski le dirigió unos insultos que se hicieron famosos: «Dais pena, estáis en la ruina y aquí ya no os queda nada que hacer. Marchaos donde a partir de ahora os corresponde estar: ¡a la papelera de la historia!».
Al abandonar el Congreso dejaron el campo despejado para Lenin, que quería una Guerra Civil que destruyera a todos los opositores y rivales. Maksim Gorki, aunque había mantenido con Lenin una relación de amistad cordial, no se hacía ilusiones al respecto de su carácter; y tampoco tenía miedo de decir en voz alta lo que pensaba. El 7 de noviembre, después del golpe de Estado bolchevique, Gorki dijo en su columna "Pensamientos inoportunos", del Nóvaya Zhizn: «Ahora la clase trabajadora debería saber que en la vida real no se producen milagros; que tienen que prever que habrá hambre, un desorden total en la industria, problemas en los transportes y una anarquía sangrienta y prolongada a la que seguirá una reacción no menos sangrienta y cruda. Aquí es donde conduce al proletariado su líder actual, y debe entenderse que Lenin no es un mago omnipotente, sino un timador despiadado que no respetará ni el honor ni la vida del proletariado».
Tampoco se resta importancia, y desde ahí parte Beevor, a la situación de injusticia cruel y despiadada que vivía una inmensa mayoría de la población, frente a los privilegios de unos cuantos miles de familias ricas y opresoras; el verdadero germen de la situación que permitió una revolución que derivó en guerra civil y costó millones de vidas y un sistema autocrático prolongado, con un breve paréntesis, hasta el presente.
Carlos López-Tapia