In Memoriam: Jean-Louis Trintignant, emblema del cine europeo
Querido Teo:
Jean-Louis Trintignant es uno de esos actores que ha hecho grande al cine europeo siendo emblema de toda una cinematografía como bien puede ocurrir con Fernando Fernán Gómez y José Luis López Vázquez en España o Marcello Mastroianni y Vittorio Gassman en Italia. El actor francés, que ya llevaba tiempo despidiéndose tanto de su profesión como de la vida, ha fallecido a los 91 años dejando tras de sí una filmografía envidiable cercana a los 150 títulos y mostrando una carrera siempre inteligente que le granjeó respeto internacional y que encajaba perfectamente en ese hombre de la calle, creíble sin necesidad de ser un galán irresistible pero sí con buenas dosis de eso tan indescifrable llamado carisma.
Nacido en una familia de clase acomodada en la población de Piolenc, del área de Vaucluse perteneciente a la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, fue el sobrino del piloto de carreras Louis Trintignant, quien falleció en 1933 mientras practicaba en la pista de Péronne en Picardía. Su otro tío, Maurice Trintignant, fue piloto de Fórmula 1 y ganó dos veces el Gran Premio de Mónaco así como también las 24 Horas de Le Mans.
Esa herencia automovilística fue aprovechada por Claude Lelouch que le dirigió en “Un hombre y una mujer” (1966), en la cual interpretaba a un piloto de carreras tras sugerir Trintignant que esa fuera la profesión del personaje, un auténtico fenómeno crítico en el que tanto él como Anouk Aimée se enamoraban y su química traspasaba la pantalla como como un par de viudos que encuentran en el otro un faro en unas vidas en las que parecía que el tener que centrarse en sus hijos pequeños les privaba de la capacidad de volver a sentir. El éxito fue tal que la cinta cosechó 4 nominaciones a los Oscar ganando guión original y película de habla no inglesa.
A la edad de veinte años, un tímido Trintignant se había mudado a París, para estudiar drama, e hizo su debut teatral en 1951 tras recibir clases de figuras como Charles Dullin y Tania Balachova. Tras hacer varias giras a inicios de la década, apareció por primera vez en una película en 1955 y después comenzaría a destacar como un joven operador de radio en “T.K.X. no contesta” (1955) y, sobre todo, en “Y Dios creó a la mujer” (1956) de Roger Vadim junto a Brigitte Bardot.
Curiosamente, mientras interpretaba a un marido engañado, tanto él como Bardot estaban haciendo lo propio con Vadim, esposo de la actriz, manteniendo una relación al margen del rodaje. Si bien Bardot saltó al estrellato, Trintignant durante varios años dejó de actuar debido al servicio militar obligatorio y, tras servir en Argel durante tres años, regresó a París. A pesar del “affaire” Roger Vadim no dudó en volver a contar con el actor en una de las grandes obras de la literatura francesa en “Las relaciones peligrosas” (1959) junto a Jeanne Moreau y posteriormente en “Château en Suède” (1963).
El verano y el deseo quedaba patente en “Verano violento” (1959) de Valerio Zurlini como un hijo de papá, que se está librando de sus compromisos con el ejército, y que sólo tiene interés en las excursiones con sus amigos y en la relación que mantiene con una atractiva mujer mayor que él, una viuda de la guerra interpretada por Eleonora Rossi Drago. Volvería a repetir con el director en “El desierto de los tártaros” (1976).
Precisamente es “La escapada” (1962) de Dino Risi uno de los títulos más representativos de su carrera en Italia (donde siempre fue doblado), la cual alternó con su trabajo en Francia durante sus mejores años. Allí se unió con otro de los grandes, Vittorio Gassman, en una comedia puramente “allá italiana” que jugaba con el viaje en coche en el que sobresalía el contraste entre un juerguista vividor y un tímido estudiante, precisamente el rol habitual en la carrera de Trintignant. Una personalidad introvertida también en su vida personal que no impedía que pudiera lucir toda su fuerza interpretativa en pantalla. Una "buddy movie" de manual antes de que se pusiera de moda el término.
En el que sería el mejor lustro de su carrera vendrían títulos como “Los raíles del crimen” (1965) de Costa-Gavras, “Trans-Europ-Express” (1966) de Alain Robbe-Grillet, “¿Arde Paris?” (1966) de Réné Clement, “Con el corazón en la garganta” (1967) de Tinto Brass, “Las ciervas” (1968) de Claude Chabrol o "El gran silencio" (1968) de Sergio Corbucci. También una de sus escasas incursiones en la Nouvelle Vague como un ingeniero católico que se debate entre dos mujeres en “Mi noche con Maud” (1969) de Éric Rohmer y, por supuesto, “Z” (1969) de Costa-Gavras.
El juez de instrucción que investiga el caso en una de las cumbres del cine político es, sin duda, uno de los trabajos más medidos y complejos de un actor que aquí no hizo más que asentar su estatus en una cinta que alcanzó gran notoriedad internacional al ser "Z" la primera en ser nominada al Oscar tanto en mejor película como en película de habla no inglesa.
Por su parte, en "El conformista" (1970) de Bernardo Bertolucci, Trintignant interpretó a un profesor cuyo trauma infantil y la homosexualidad reprimida contribuyen a su decisión de contraer matrimonio burgués y ofrecer sus servicios al partido fascista. Un retrato inteligente y desolador de la culpa arrastrada por un país como Italia el cual fomentó y amparó el auge del fascismo previo a la II Guerra Mundial, símbolo de una Europa incapaz de frenar esas oleadas de violencia y odio frente al diferente. Sus roles se iban oscureciendo y es por ello que rodó uno de los máximos exponentes del "polar" francés, "Flic story" (1975), junto a Alain Delon.
Con Romy Schneider protagonizó un volcánico romance tanto dentro como fuera de la pantalla en "El tren" (1973), cinta ambientada en mayo de 1940 en la que, tras la invasión de Francia por el ejército alemán, Julien huye con su mujer embarazada y su hija adolescente en trenes diferentes pero con el mismo destino. En el tren Julien conoce a Anna Kauffman, una joven alemana de origen judío que también huye de los nazis. Ambos se enamoran, aunque saben que su amor acabará cuando el tren llegue a su destino y las circunstancias de la guerra haga que vuelvan a reencontrarse con el tiempo de manera trágica e imprevisible. Ambos actores coincidirían de nuevo en "El trepa" (1974) y en "La banquera" (1980).
Nunca dio el salto definitivo al cine anglosajón, en el spaghetti western “El gran silencio” (1968), en la cual interpretaba a un mercenario mudo contratado por una viuda para ir en la búsqueda del asesino de marido (Klaus Kinski), propuso que su personaje no hablara mientras que “Bajo el fuego” (1983) fue una excepción rodando en inglés, volviendo pronto a su país participando en la última película de François Truffaut, “Vivamente el domingo” (1983) junto a Fanny Ardant, y reencontrándose con las raíces de uno de sus mayores éxitos en “Un hombre y una mujer: 20 años después” (1986). Años antes Bertolucci le había ofrecido protagonizar “El último tanto en París” (1972) pero consideraba el proyecto exhibicionista y que él no era bueno para las escenas de amor.
Y es que, sin duda, con el director que mantendría una relación de mayor afinidad fue con Claude Lelouch rodando hasta 6 películas (“Un hombre y una mujer” en 1966, “El canalla” en 1970, “Viva la vida” en 1984, “Partir, regresar” en 1985, “Un hombre y una mujer: 20 años después” en 1986 y “Los años más bellos de una vida” en 2019).
Bajo las órdenes de Luigi Comencini formó parte de "La mujer del domingo" (1975) y rodó "La terraza" (1980) de Ettore Scola, con un trío de lujo formado por Ugo Tognazzi, Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni, probando suerte como director con dos películas que tuvieron escaso recorrido. Su "momentum" iba a ir perdiendo fuerza y su presencia comenzaría a ser intermitente coincidiendo con problemas de salud, debido a un accidente automovilístico, y un desinterés por el cine cada vez mayor.
Aun así, y con el estatus de leyenda, fue el juez de “Tres colores: Rojo” (1994) de Krzysztof Kieslowski, uno de sus trabajos más recordados de madurez, y coincidió con su hija, Marie Trintignant, en “Janis y John” (2003), poco antes de la muerte de ésta ese mismo año tras una brutal paliza por parte de su pareja, la estrella del rock Bertrand Cantat.
Un suceso del que Trintignant nunca terminó de recuperarse al igual que la muerte de su primera hija, Pauline, en 1969 cuando sólo era un bebé y él y su familia se encontraban en Roma. A Trintignant le sobreviven su tercera esposa, Marianne Hoepfner, y su hijo, Vincent, su único descendiente vivo de los tres que tuvo con su segunda mujer, la directora Nadine Trintignant (1960-1976), después de un corto matrimonio con la actriz Stéphane Audran (1954-1956) que se truncó (al igual que había pasado con el de Brigitte Bardot y Roger Vadim) cuando en éste caso el amor surgió entre la actriz y el director Claude Chabrol.
Fue Michael Haneke quien le sacó del semiretiro permitiéndole todo un regalo interpretativo en “Amor” (2012), incontestable Palma de Oro en el Festival de Cannes. A pesar de todas las nominaciones recibidas por Emmanuelle Riva, quien llegaba al alma era el Georges del veterano intérprete, un profesor de música jubilado que en su apartamento de París, entre rutinas, sonatas y recuerdos, nos ponía sin cortapisas frente al espejo de la vejez, la enfermedad, el dolor y el sacrificio a través de la dignidad de los que no se resisten a sufrir o degradarse siendo libres para decidir sobre ellos mismos, su cuerpo y su final. Un trabajo que le valió el César (en su quinta y última nominación) y el premio del cine europeo.
A pesar de todo el prestigio atesorado por el actor se echa en falta que fuera más premiado. Sí que fue considerado el mejor actor en Berlín (“L’homme qui ment” en 1968) y Cannes (“Z” en 1969) pero quizá su sobriedad y naturalidad provocaba que parecería fácil lo difícil de su labor calando con sus interpretaciones sin necesidad de aspavientos ni caracterizaciones grandilocuentes. Antes de ganar el César en su país, premio que ganó en la prórroga de su carrera, tuvo nominaciones infructuosas por “La femme de ma vie” en 1987, “Tres colores: Rojo” en 1995, “Fiesta” en 1996 y “Los que me quieren cogerán el tren” en 1999.
Michael Haneke se permitió una autoreferencia al personaje de “Amor” volviendo a contar con el actor en “Happy end” (2017) para dar vida a otro Georges (o no) en una deslavazada crítica al clasismo y a las miserias y caprichos de la burguesía que sólo valía la pena por ver a Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert como padre e hija y por un final que es difícil que se vaya de la cabeza y que tiene precisamente a un Trintignant en silla de ruedas como protagonista.
El guión de la vida estaba preparado para que ésta hubiera sido su última película pero su buen amigo Claude Lelouch cerró el círculo antes de que fuera demasiado tarde brindando un final a los personajes de Jean-Louis Duroc y Anne Gauthier, los cuales habíamos conocido 53 años antes en “Un hombre y una mujer” (1966) siendo los verdaderos precursores de lo que luego serían Jesse y Celine de la mano de Richard Linklater en “Antes del amanecer”.
“Los años más bellos de una vida” (2019) sin grandes alardes, y sí mucho cariño, nostalgia, evocación de un tiempo pasado y también ilusión por seguir viviendo y sintiendo hasta el final, era una impagable carta de amor y despedida en la que volvía a sonar ese “daba-daba-da” tan sesentero como leitmotiv de la cinta.
Así se sintió en el Festival de Cannes 2019, último baño de masas del actor durante la presentación de la cinta como proyección especial. Era el tributo en vida, desde el corazón de la cinefilia, a un gigante aunque ni él mismo lo supiera ni nunca hiciera alarde de ello. Alguien que con una estatura mediana, una mirada limpia y franca, un parar corriente y una sonrisa cálida, pero todo ello con el enigma necesario y el arte del que hace grande a un oficio, era capaz de transmitir todo.
Nacho Gonzalo