Coleccionable Stephen King: El día del éxito
Querido Teo:
King a los 26 años era un profesor de lengua recién contratado que cumplía con el cliché de los años setenta. Pasaba los días dando clases, ejerciendo de esposo amante y padre de un primer niño, emborrachándose cada viernes por la tarde y escribiendo relatos. En realidad ya había escrito cuatro novelas, pero su esperanza más cotidiana era vender un cuento a Play Boy porque pagaban dos mil dólares. Era el premio gordo en las tarifas que pagaban las grandes revistas por el relato principal de cada número. El puesto de profesor de lengua le reportaba 6.400 dólares anuales, cantidad que parecía enorme, viniendo de cobrar 1,60 dólares por hora en una lavandería. Taby, su esposa, trabajaba en Dunkin Donuts y entre los dos sueldos les daba para vivir en una caravana doble, pero no para arreglar el coche o tener teléfono.
La cuarta novela de King había tenido más suerte que las tres anteriores: “Rabia”, “La larga marcha” y “El fugitivo”. Una gran editorial le había pagado 2.500 dólares de adelanto para incluirla en una de sus colecciones. La editorial sacaba medio centenar de novelas cada mes en colecciones policiacas, rosas, de ciencia ficción y del oeste. No tenía grandes expectativas pero había vivido con la ilusión esperada el momento en que su mujer le había anunciado, desde el teléfono prestado por una vecina, que había vendido "Carrie". Era la historia que menos le gustaba de las cuatro escritas, y sólo la insistencia de su mujer le había hecho terminarla, tras recuperar y limpiar de ceniza los folios de un intento rechazado .que ya estaban en la papelera
La historia se le había ocurrido mientras trabajaba en la lavandería pocos meses atrás. Relacionó un artículo leído en una revista sobre la posibilidad de mover objetos a distancia, la telequinesia, con un recuerdo de su adolescencia en el instituto. Un compañero y él habían sido encargados de limpiar el óxido en grifos y desagües en la zona de las duchas de las chicas. Sólo un trabajo de hombres y una campaña de restauración organizada con la ayuda de los alumnos, les daba la ocasión de penetrar en terrenos prohibidos para los chicos del instituto. A King le sorprendió que todas las duchas tuvieran cortinas y dos expendedores más grandes de los habituales para las toallas de papel, como los que había en las duchas masculinas. Su compañero le había explicado sin rodeos lo que contenían: “Son tapachochos”.
Según el artículo sobre telequinesia de la revista que acababa de leer Stephen, ciertas pruebas apuntaban a que los adolescentes era más propensos a tener esa clase de poderes, sobre todo las niñas en el inicio de la adolescencia, cuando tienen la primera regla. La idea de mezclar la crueldad adolescente con la primera sangre menstrual inesperada en un entorno como aquel le daba una situación con mucha fuerza, y esos son los puntos de partida con los que King comienza a tejer sus historias. Creyó que podía resolverse en el tamaño adecuado para un cuento con los elementos que valoraban en cualquier revista masculina. A Stephen no le gustó el personaje después de haber escrito varias páginas, no se encontraba cómodo expresando emociones y sentimientos femeninos adolescentes. Sólo el que su esposa se ofreciera a ayudarle en ese aspecto terminó por convencerle, y aceptó trabajar lo que la historia necesitaba, que era más que un relato breve.
Desde que la terminara había transcurrido más de un año, y el Día de la Madre, en Mayo de 1973, King estaba solo en el piso de 90 dólares semanales de alquiler que había sustituido a la caravana desde hacía poco tiempo, los pocos meses que tenía su segundo hijo. Taby había ido a ver a su madre con los niños y King trabajaba en un nuevo libro, cuando sonó el teléfono. Era la persona de la editorial con la que había tratado la publicación de Carrie y firmado los contratos habituales. Le preguntó sin preámbulos: “¿Estás sentado?”. El aparato estaba en la pared de la cocina y no tenía ninguna silla cerca. “Los derechos de Carrie en bolsillo se los ha quedado Signe Book por cuatrocientos mil dólares”, dijo la voz. Tuvo que repetirlo otras dos veces antes de que King se quedara mudo, sintiera que las piernas le flojearan y tuviera que sentarse en el suelo, estirando al máximo el cordón del teléfono. Tras media hora de conversación de la que King confiesa no recordar ni una sola palabra, colgó e intentó llamar a Taby, pero su mujer. acababa de marcharse. No pudo esperar a que volviera y salió a comprarle un regalo digno de la noticia. Lo más sofisticado y caro que pudo conseguir sin alejarse del pueblo fue un secador portátil para el pelo, el último modelo. Al volver su familia ya estaba en casa, y en la cocina su esposa cantaba la canción que emitía la radio, mientras deshacía la bolsa con los objetos de los niños. King le tendió el secador de pelo, ante la cara de sorpresa e incomprensión de su compañera. King ha comentado en varias ocasiones sobre el momento en que su vida dio el giro y conserva en la memoria en instante aquel en que: “Taby miró por encima de mi hombro, contempló (como yo antes) nuestra mierda de piso y rompió a llorar”.
Carlos López-Tapia