San Sebastián 2021: Protección enfermiza, un patrón desbordante, un dolor compartido por depurar y la belleza poética de Paolo Sorrentino y Ryûsuke Hamaguchi

San Sebastián 2021: Protección enfermiza, un patrón desbordante, un dolor compartido por depurar y la belleza poética de Paolo Sorrentino y Ryûsuke Hamaguchi

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Querido Teo:

La 4ª jornada del Festival de San Sebastián es posiblemente la que más se recordará de toda la edición por el nivel de películas que se pudieron ver. No sólo por el mascarón de proa de la cosecha del cine español de este año (“El buen patrón”) sino por el hecho de tener en liza la nueva película de Paolo Sorrentino (“Fue la mano de Dios”) o incluso disfrutar a pesar del dolor narrado y sentido de un deleite actoral (“Mass”). En todo caso San Sebastián sigue su curso y en días como estos se ve palpable el esfuerzo de una organización por darle al público lo que quiere.

“Distancia de rescate” (Claudia Llosa), protección fantasmal // Sección Oficial

Bajo el manto de Netflix se ha podido ver la nueva película de Claudia Llosa en la que vemos a una madre sobreprotectora que pasa las vacaciones de verano junto a su hija en un pueblo argentino. Un terror estilizado que adapta la novela corta de Samanta Schweblin impactando con una atmósfera fantasmagórica que cala en los huesos por indagar en los primarios instintos de los miedos maternos.

Un material de partida que se centra en monólogos interiores y que aquí se transforma en una fábula en la que el peligro se siente pero no se ve. Una apuesta que se centra más en el continente que en el contenido y que innova en ello pero que también deja un aire intencionadamente confuso que desconcierta al espectador y resta valor a una película que puede verse de una manera más liviana que de lo que de verdad se encierra en ella.

Un tono febril y esquivo en una película que se pasa de sobreexplicada y que es verdad que va de más a menos partiendo de una sugerente premisa y del hecho de la química que tienen María Valverde y Dolores Fonzi. El amor convertido en miedo continuo por unos hijos que dan tantas alegrías como preocupaciones en un entorno natural sugerente pero a la que le falta la contundencia necesaria para trascender. Una luminosidad en la puesta en escena y un misterio latente que contrasta con la oscuridad de lo que se cierne sobre los personajes, unas madres intuitivas que no se dejan llevar por la calma del paisaje que crea su propia textura sonora, en una propuesta envolvente pero intrascendente en la que la directora se queda a medio camino entre el onirismo sensorial y la intriga psicológica.

“Mass” (Fran Kranz), un dolor por depurar // Nuev@s Director@s

“Mass” es el debut en la dirección del actor Fran Kranz que dirige y escribe una cinta que bien podría ser una adaptación teatral aunque la historia que se narra es original, rodándose con mimo, precisión y una sobriedad orgánica que provoca que todo fluya de una manera nada forzada y sí con una emoción que aflora pero no desborda, sin efectismos y con mucha verdad.

La cinta nos lleva a una iglesia en la que se está preparando una reunión en forma de terapia para dos parejas, las cuales comparten un mismo dolor desde diferentes frentes debido a un hecho relacionado con sus hijos años atrás. Una cinta que habla sobre la fe, el perdón, la culpa y esos episodios de la vida que se enquistan y que, aferrándonos a ellos por miedo a olvidar el recuerdo que todavía queda, impiden salir adelante.

Una cinta modélica y en la que el sentimiento fluye de manera natural calando poco a poco en un espectador que siente como propia la tragedia que se narra y comparte el dolor de unos padres que no han vuelto a ser los que eran desde entonces, enquistados por el recuerdo, torturándose por lo que hicieron mal y por la fatalidad del destino, casi sin fuerzas para reprocharse entre ellos teniendo en cuenta la magnitud de un golpe que les mina (siendo conscientes de ello) y les ha dejado exhaustos pero del que se resisten a salir por si ello todavía acrecienta más su sensación de vacío.

Para el que escribe estamos ante el mayor disfrute actoral visto en pantalla desde “La duda”, cinta que sí que partía de una obra teatral y que aquí encuentra una digna heredera con unos cuatro actores que controlan perfectamente el tiempo de sus personajes pero que en ningún momento se antoja como algo calculado adoptando un rol distinto cada uno de ellos durante una charla para expiar y liberarse.

Una catarsis desgarradora en la que vemos encontrarse a Jay (Jason Isaacs) y Gail (Martha Plimpton) con Richard (Reed Birney) y Linda (Ann Dowd) mientras comparten fotos, recuerdos y vemos con detalles sutiles y bien armados como ese día fatídico les ha condicionado su relación y la forma de encarar la vida desde entonces. Es realmente memorable la sencillez a la hora de simbolizar con la colocación de unas sillas, unas fotos, una caja de pañuelos o un ramo de flores aspectos tan auténticos y cotidianos de la vida desembocando en un final que conmueve hasta lo más profundo gracias a un guión medido y a unos actores en estado de gracia tanto en sus monólogos, interacciones y silencios dejando momentos de gran altura sobre cómo cada padre narra la versión de un mismo hecho desde su perspectiva o bien como ellas, esas madres, buscan cada una a su manera cierta liberación y forma de quedar en paz amparándose más en el dolor que les une que en los que les separa.

Una cinta que debería sonar mucho en la carrera de premios, sobre todo en la categoría de actriz de reparto para dos intérpretes que saben aprovechar todas las armas que les da el guión y su talento, y que deja al espectador noqueado, hondamente conmovido y, en parte, reparado por la capacidad de perdón y el empuje por tener que salir adelante.

“Fue la mano de Dios” (Paolo Sorrentino), nostalgia convertido en pasión por el cine // Conversaciones

El Festival de San Sebastián da a los espectadores lo que quiere y no podía faltar en esta edición la presencia de un Paolo Sorrentino que, si bien ya está consagrado como cineasta, este año puede dar el puñetazo definitivo ante la difusión que puede dar Netflix a nivel internacional y el empuje que puede tener en la carrera de premios “Fue la mano de Dios”, la cinta con la que ya ha conseguido 2 premios en el Festival de Venecia (Gran Premio del Jurado e intérprete emergente). La película se ha proyectado dentro del marco de Conversaciones debido a la master class dada por el director italiano en el certamen.

Paolo Sorrentino no oculta sus filias y referencias quedando aquí aunadas dos de ellas, el cine a través de la figura de Federico Fellini y el fútbol por el que define como el mejor futbolista de todos los tiempos Diego Armando Maradona. La cinta nos lleva al Napolés de los 80 y al ecosistema familiar en el que vive Fabietto Schisa (Filippo Scotti), adolescente que como la ciudad está obsesionado por los rumores que apuntan que el astro argentino recalará del Barcelona en el equipo de la ciudad italiana, un lugar marcado por el costumbrismo y la desesperanza acostumbrados como están más a sobrevivir en el día a día como se puede que a recibir noticias como las relacionadas con el nombre de Maradona. Por lo demás Fabietto vive con sus padres, los cuales son el faro y el punto de unión de la vasta familia a la que pertenece, y siente en él la pulsión del sexo con su despampanante y alocada tía Patrizia, la cual jura que ha recibido el mensaje divino de que finalmente podrá quedarse embarazada siendo acusada de loca por los suyos.

“Fue la mano de Dios” habla del destino y de los caprichos del azar (utilizando para ello la referencia futbolística que da título a la película) en una ensoñación bañada de costumbrismo, nostalgia y ese esperpento italiano tan característico del que Sorrentino ha hecho marca de fábrica siendo los pasos de Fellini, el cual también tiene presencia en la trama mientras prepara el rodaje de su nueva película a la que se presenta en su casting el hermano del protagonista. Sorrentino abraza al director decididamente y si en “La gran belleza” había mucho de “La dolce vita” y en “La juventud” de “8 y ½” ahora es el turno de “Amarcord” por ese descubrimiento a la vida del joven protagonista, el ruido estrambótico característico en las calles y las reuniones familiares y la carnalidad representada por dos mujeres mayores, que bien sea desde un punto de vista idealizado o puramente pragmático, llevan a Fabietto a descubrir el sexo mientras por otro lado éste tiene que depurar la tragedia imprevista que irrumpe abruptamente en su vida y que le hará querer construirse otra vida en la que el cine sea protagonista y refugio.

“Fue la mano de Dios” es la película más intimista y convencional en forma y narración del director italiano pero, precisamente por ello, su estilo característico en el que hay barroquismo, cosificación y sátira pero también un revelador viaje hacia el dolor en el que el director demuestra que hay mucho más que la pose de autor esteticista en el que muchos le han catalogado con cierto desdén. Una película sensible, rotunda y auténtica con escenas y segmentos memorables en los que además de detalle hay tanta pasión como ramalazos de locura que evoca, explora y lanza un mensaje de abrazarnos a lo que deseamos en un emocionante retrato de cómo se forja la vocación de un cineasta. Como siempre en el caso de Sorrentino un disfrute para los sentidos, el corazón y el alma tan monumental como sublime.

“El buen patrón” (Fernando León de Aranoa), la balanza de poder // Sección Oficial

“El buen patrón” no va a ser sólo uno de los grandes títulos de la cosecha del cine español sino que además es un poderoso retrato sociológico de nuestro tiempo y de ese clasismo empresarial tan arraigado en nuestra cultura entre la picaresca y el hombre hecho a sí mismo que no se cansa de propugnar que acoge a sus trabajadores como si fueran una gran familia (por adoptar un aire campechano) cuando, en verdad, no son más que peones a sacrificar cuando ejerzan como nota discordante y dejen de bailarle el agua al jefe. La historia de un cacique que sólo por dar trabajo a cientos de empleados en una de esas zonas que dependen de un empleador en concreto tiene hilo directo con los poderes fácticos haciéndose valer de la influencia siempre y del chantaje cuando es necesario.

Ya desde la primera escena percibimos no sólo estar ante un nuevo personaje icónico en la filmografía de Javier Bardem, como ese Julio Blanco tan carismático, pamplinero, cínico y algo gangoso que se permite inmiscuirse en la vida personal de sus empleados en una mezcla de paternalismo y megalomanía controladora, sino en devolvernos al Fernando León de Aranoa de sus inicios, ingenioso, distendido y ágil que hace denuncia desde la sátira más que desde la solemnidad de sus dramas más intensos.

Basculas Blanco se enfrenta a su semana más decisiva cuando esta fábrica de balanzas industriales en una ciudad española de provincias espera la inminente visita de una comisión que decidirá su destino y la obtención de un premio local a la Excelencia Empresarial. El propietario se prepara para recibir la comitiva pero una nueva becaria, los problemas en el matrimonio de uno de sus fieles colaboradores, el hijo sin oficio ni talento de uno de los trabajadores de la fábrica y las protestas pancarteras de un ex empleado que no está de acuerdo con su despido ponen en jaque el éxito de su misión introduciéndose el empresario en toda una espiral llena de negritud y amoralidad que no se sabe en qué derivará detrás de esa fachada de suficiencia y de hombre que tira de contactos e influencia para conseguir lo que quiere porque se considera legitimario de la verdad y estar por encima del bien y del mal.

Una sátira ejemplar (terreno que no pisaba el director desde "Familia") en su disección del empresario español, de ese encantado de conocerse y cuyos cimientos de poder son más débiles de lo que están dispuestos a admitir teniendo que taponar como sea las fisuras que provocan que la embarcación corra peligro de hundimiento con movimientos maquiavélicos apoyados en eso que se conoce como “universidad de la vida” respaldado en cursos de gestión empresarial para un hombre en el que, de boquilla, lo más importante es la familia (la real y la figurada) aunque en realidad sólo piense en sí mismo. Humor ácido y mordaz resuelto de manera brillante que, aun siendo reiterativa en algunas de sus situaciones, ofrece la ironía de Billy Wilder con el retrato esperpéntico y coral de Berlanga llegando a momentos realmente memorables como el de esa cena con pulla a los subvencionados y a esos hijos de papá que se piensan que ellos han construido un imperio cuando sólo lo tienen por cuestión de herencia. Un reparto a favor de obra (destacando a Manolo Solo, Óscar de la Fuente, Celso Bugallo o Almudena Amor) en un trabajo vertiginoso y vibrante que sorprende, impacta y entretiene riéndonos con las miserias de un sistema que cada uno en mayor o menor medida ha alentado y contribuido a perpetuar.

“Drive my car” (Ryûsuke Hamaguchi), un viaje de descubrimiento // Perlas

Ryûsuke Hamaguchi llegaba este año con dos películas (la otra “La ruleta de la fortuna y la fantasía”) pero desde luego “Drive my car” era su cinta más esperada desde que deslumbrara en el Festival de Cannes 2021 alzándose con el premio al mejor guión confirmándolo con un bello retrato sobre la nostalgia y la culpa a través de unos personajes heridos.

Un actor y director de teatro intenta superar un trauma personal, la muerte de su pareja y su hija, cuando recibe el encargo de representar la obra “Tío Vania” en el Festival de Hiroshima, lugar en el que conocerá a una joven que se convierte en su chófer por protocolo de la compañía. Durante tres horas de película, a través de paseos, conversaciones y el proceso de preparación de la obra, el director presenta un ejercicio de gran belleza que, ante la actitud pasiva y hermética del protagonista, termina calando a fuego lento entre diálogos intensos, halo poético y la demostración de la amplitud de las motivaciones de la vida que, a la hora de la verdad, residen en sentirse valorado, querido y realizado.

Una rica poesía plasmada desde una belleza desbordante que deja al espectador estremecido por lo que está viendo ante la riqueza de un director que se adentra en el relato psicológico y doliente de esta obra corta de Haruki Murakami con la que el eterno candidato al Nobel vuelve a encontrar en el cine una obra que respeta y expande con brillantez el referente literario, tal y como ocurrió con “Burning” (2018). Quizás le falte más condensación, y no le favorezca el hecho de irse a las tres horas, pero la cinta logra mantener el interés sólo ante el hecho de su atmosfera envolvente y belleza visual absorbiendo y fascinando en ese juego de realidad y ficción que alterna el propio recorrido personal del protagonista con la obra de Antón Chéjov que está intentando levantar, un proyecto que le ayudará no sólo a salir adelante al atribulado protagonista sino a saber escuchar y entenderse a sí mismo, saliendo más fuerte ante ello.

Su misterio, intriga, dosificación y puesta en escena llena de rica intimidad y delicadeza (atención a ese momento de "Tío Vania" en lenguaje de signos) logrando el milagro de que la cinta te mantenga atrapado a pesar del cansancio festivalero y se haga más corta de lo que realmente es. Una película impecable, rica y bella que explora con serenidad pero con ahínco la memoria, el dolor, la pérdida y el legado que dejamos a los demás resaltando los condicionantes de la complejidad humana.

Nacho Gonzalo

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