Cine en serie: “El método Kominsky”, optimismo y amargura hacia la búsqueda de nuestros sueños

Cine en serie: “El método Kominsky”, optimismo y amargura hacia la búsqueda de nuestros sueños

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Querido Teo:

"El método Kominsky" ha vuelto mejor que nunca en su tercera y última temporada. 6 capítulos que no llegan a la media hora para una serie que siempre ha sabido a poco pero que, en sus dosis breves y certeras, ha conseguido ser una de las joyas ocultas de Netflix para aquellos que quieren probar otra cosa más allá de las series de misterio nórdico, saltos temporales o hormonas desatadas. En la serie de Chuck Lorre hablan de próstata, incontinencia, lumbagos y viagra pero también del paso del tiempo, las oportunidades perdidas, los amores recuperados y la unión entre la vida y el arte. Una serie de la que ya analizamos su primera y su segunda temporada y que sigue resaltando los tonos grises de una vida con más incertidumbres que certezas aportando un característico optimismo desenfadado regado con buenas dosis de amargura.

“El método Kominsky” se enfrentaba a un gran golpe en esta tanda de capítulos, la ausencia de un Alan Arkin que no quiso rodar más capítulos por todo lo que suponía hacerlo en plena pandemia. Lo que podría haberse cargado definitivamente a la serie incluso ha supuesto una obligada y satisfactoria reinvención dándole a la serie frescura y un mensaje nostálgico que ha impregnado una temporada que ha pasado a ser más coral pero igual de caustica y refrescante, ampliando el espectro más allá de la relación de tiras y aflojas entre ese actor fracasado interpretado por Michael Douglas, que intenta ganarse la vida impartiendo clases de interpretación en su academia, y el millonario y sarcástico representante de actores, Norman Newlander.

Esa extraña pareja se ha partido y el primer capítulo de la nueva tanda (algo más largo de lo habitual) se abre directamente con el que es el funeral de Norman. Desde el púlpito, y delante del ataúd con una foto suya y varias coronas de flores, algunas de las personas más importantes de su vida hablan de lo que él ha significado para ellos, tanto desde el punto de vista de la amistad desinteresada con Sandy, el materialismo y los altibajos de la relación con su hija ex adicta y su nieto cienciólogo, e incluso el fervor volcánico de la pasión en la senectud tras reencontrarse con el que fue uno de los amores de su vida.

Es a partir de ahí cuando un Sandy, que siente la pérdida ante el hecho de ya no poder contar más con su fiel amigo de más de 50 años, tiene que aprender a vivir sin él aunque sea brindando por última vez desde el restaurante que frecuentaban en sus habituales conversaciones.

Eso sí, Sandy recibe una última misión de su amigo que no es otra que ser el albacea de su herencia, una gran fortuna, para evitar que su hija Phoebe (Lisa Edelstein) y su nieto Robby (Haley Joel Osment) la dilapiden. Los dos han formado un tándem cómico tan efectivo como imprevisto intentando dorarle la píldora a Sandy para que les abra el grifo de la herencia. Dos caraduras de manual que han visto la oportunidad, tras la muerte de Norman, de olvidarse de sus problemas y pegarse una buena vida aunque, si bien quieren ese dinero, tendrán que asegurar que no es para fines hedonistas sino para intentar hacer algo de bien desde un punto de vista colectivo. Un grado de confianza de Norman en Sandy que además de esa responsabilidad le lega también 10 millones para repartir con su hija Mindy.

Era lógico pensar que con la ausencia de Alan Arkin se iba a potenciar al personaje de Martin (Paul Reiser), el cual supuso la gran revelación de la pasada temporada. El novio avejentado de la hija de Sandy, Mindy (Sarah Baker), ha vuelto a ofrecer algunos de los mejores momentos con ese carácter voluble y ademanes de niño despistado que no es consciente de su edad y que lanza el comentario más inapropiado en el mejor momento. Un niño de mamá que incluso debido al miedo que le tiene a ésta, ve peligrar su relación con Mindy en un momento en el que están pensando en casarse.

Tan paródico como memorable, abrazando el acelerador de la comedia más paródica, la aparición de Estelle (Christine Ebersole) en los dos últimos capítulos de la temporada como esa clásica madre metomentodo y clasista que no duda en meterse con el cuerpo de Mindy cuestionando la piel fina que tiene la juventud de hoy en día. Un personaje que comienza bordeando lo "chanante" pero que seguro que hubiera tenido más momentos si la serie hubiera continuado más allá de esta temporada.

Pero si de verdad alguien ha ocupado el puesto de compañero de confidencias de Sandy ese no ha sido otro que su primera ex mujer, Roz, interpretada por una Kathleen Turner pletórica que saca toda su vis cómica y canalla, valiéndose de su voz grave y quitándose de encima todos los fantasmas derivados de su cambio físico fruto de los años y la enfermedad, siendo todo un acontecimiento volviendo a ver juntos a la actriz con Michael Douglas después del cameo que ya tuvo en la anterior temporada en la que se nos fue presentada como una doctora que trabaja en labores humanitarias.

La boda de la hija de ambos es la excusa perfecta para que Roz viaje a Los Angeles y se reencuentren no sólo dos personajes sino dos actores que rodaron en su plenitud películas tan míticas de su década como “Tras el corazón verde” (1984), “La joya del Nilo” (1985) y “La guerra de los Rose” (1989).

La relación profesional y personal de estos actores, dos viejos amigos que se reencuentran en este momento de la vida, llena de nostalgia y emoción sus interacciones, propias de un viejo matrimonio, haciéndose rabiar el uno al otro frente a los demás, con pullas y comentarios críticos, pero también mostrando todo lo que se quieren y respetan. Es ahí cuando Sandy encuentra una especie de redención tardía, desde otra posición, lugar y con muchos más años encima, para poder volver sobre sus pasos y si bien no pudo ser el marido perfecto sí que intentar ser el amigo que está ahí cuando se le necesita, sobre todo cuando el ánimo, las fuerzas y la salud flaquean.

Una relación construida en la ternura, la empatía y el poder decirse a la cara las cosas que uno dice cuando realmente uno tiene confianza con alguien y le quiere de verdad, lo que gana todavía enteros teniendo en cuenta que son estos dos actores (una de las parejas cinematográficas más populares de los 80) los que los interpretan.

Una temporada en la que también tenemos a ese camarero senil y tembloroso, a una prostituta rusa o a los alumnos de Sandy que no saben muy bien si tenerle como profesor es un paso adelante en su carrera o la prueba de que están estancados como peones de una industria que no sabe quiénes son, seguramente nunca lo sabrá, y que no colmará sus expectativas y sus ganas de triunfo. Algo que les lleva a divagar sobre los actores que peor vocalizan en la industria (se lleva la palma Eddie Redmayne) así como los que no se les entiende porque murmuran más que hablan para justificar su método interpretativo (Matthew McConaughey, Christian Bale, Tom Hardy o Paul Giamatti). Es ahí cuando la serie brilla riéndose del propio "star-system" y todo lo que le rodea además de una etapa de la vida como la vejez en la que si bien los personajes se mofan de su propia decrepitud siguen abrazando la ilusión de ser felices haciendo lo que uno más le gusta.

La serie también ha contado en un par de capítulos con dos apariciones de lujo interpretándose a sí mismos, algo habitual en las anteriores temporadas de la serie. En este caso Morgan Freeman siendo elegido para protagonizar una serie de médicos, en realidad un remake, junto a una de las alumnas de Sandy, teniendo un antológico diálogo sobre el lenguaje inclusivo que tan a debate está en la actualidad entre los firmes defensores de su uso y los que piensan que no es más que una “boutade” que hace perder el foco de temas más importantes. Una oportunidad para que el personaje de Sandy cuente con él para una de sus clases y se permitan incluso demostrar a los alumnos hasta dónde llega el poder de un buen actor.

El otro nombre no es otro que Barry Levinson, el cual dirigió en realidad a Michael Douglas en “Acoso” (1994) y también al mismísimo Paul Reiser en “Diner” (1982), la cual ven los propios personajes en televisión mientras se preguntan cómo será el rodar con él. Todo a raíz del último regalo de Norman a Sandy, el mostrarle su trabajo a Levinson que le hace tenerlo en cuenta para una nueva versión en televisión de “El viejo y el mar”, aunque sea tras la negativa de Robert De Niro, Al Pacino y Clint Eastwood en protagonizarlo.

Esa oferta supondrá el primer papel en pantalla para Kominsky consiguiendo lo que tanto ha buscado durante años y que le hace brotar las lágrimas cuando ve el cartel de la película en las vallas publicitarias de Hollywood después de tantas décadas resignado a un destino que le parecía tener relegado a ser un mero profesor cuando lo que sí ha sido es un referente para sus alumnos a la hora de abordar los claroscuros del éxito partiendo de lo que ha vivido para enseñar cómo afrontar el fracaso y no vivir ahogado por ello.

“El método Kominsky” ha cerrado su recorrido con su temporada más madura, emotiva y redonda. Un reparto en estado de gracia, más coral que nunca, sacando brillo a unos diálogos y réplicas que demuestran que Chuck Lorre ha estado especialmente afinado y atinado en una serie con la que ha sabido retratar a una generación, un estado de ánimo y también a una industria frente a cuya crueldad lo mejor es soltarle una risotada en la cara o bien una frase en forma de dardo y llena de mala leche.

Una serie que se despide de una manera sentida y brillante, cerrando el círculo con el mejor final posible, dando una lección de cómo afrontar la vida, con sus alegrías y sus amarguras, demostrando además de que nunca es demasiado tarde para alcanzar la felicidad, ponerse en paz contigo mismo o con los tuyos. o para alcanzar tu gran sueño.

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Nacho Gonzalo

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David
David
3 años atrás

Amén, Nacho. De acuerdo en todo con esta entrada y con todas las que recuerdo referidas a esta serie.

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