"La mujer en la ventana", intriga con más estilo que buen resultado
Querido Teo:
"La mujer en la ventana" ha llegado a Netflix después de sufrir varias vicisitudes. Primero la absorción de Fox por parte de Disney, después el año pandémico y más tarde unos primeros pases que no terminaron de convencer. La cinta de Joe Wright presentaba los mejores artífices pero ha terminado siendo un fondo de catálogo de la plataforma para una sobremesa tonta. Un “noir” que evoca a Hitchcock pero que es un entretenimiento sin personalidad e intrascendente a pesar del partir del bestseller de A.J. Finn y tener a Amy Adams como cabeza de cartel.
Anna Fox es una psicóloga infantil que vive sola, recluida en su casa de Nueva York, sin atreverse a salir debido a la agorafobia. Pasa el día chateando con desconocidos, bebiendo vino (quizá más de la cuenta a pesar de la medicación que recibe para controlar su estado), viendo películas antiguas, recordando tiempos felices… y espiando a los vecinos, siempre entre penumbras. Una historia sobre los peligros de la mente víctima de un trastorno psicológico cuando se obsesiona con la llegada de una nueva familia al vecindario y ella vive marcada por los secretos y la oscuridad de su pasado. Clásicos como “Laura” de Otto Preminger o “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock están más que presentes, no sólo en esencia, sino porque son cintas que la propia Anna ve tumbada entre sus divagaciones regadas del alcohol.
“La mujer en la ventana” se adentra en la obsesión de una mujer solitaria y ermitaña que no sabemos cómo ha llegado a esa situación hasta que se descubre uno de los misterios de la cinta, el cual no es otro que de dónde viene esta Anna Fox que termina implicándose con la llegada al edificio de enfrente de una nueva familia, los Russell, los cuales pronto entran en contacto con ella, especialmente el hijo sensible de 16 años llamado Ethan y la madre de la familia, Jane (otro homenaje al cine clásico), una mujer desinhibida y con las ideas claras que pronto se convierte en amiga de Anna tras una tarde de vino y confesiones.
A partir de ahí la intriga, la amenaza del exterior e intentar averiguar lo que es realidad y ficción se va entremezclando tanto en la mente de Anna como en la de un espectador que, aunque ya ha visto lo que se cuenta más veces, termina enganchándose sin necesidad de forzar las neuronas y tragándose algo de consumo rápido mientras el público intenta descubrir si lo que ella creyó ver era cierto o sólo fruto de una mente poco fiable.
Una propuesta eficaz pero olvidable lo cual no deja de ser frustrante teniendo en cuenta que la adaptación ha corrido a cargo del premio Pulitzer Tracy Letts (que interpreta al psicólogo) y dirigida por Joe Wright, el cual revolucionó el cine de época con sus adaptaciones de “Orgullo y prejuicio” (2005), “Expiación” (2007) y “Anna Karenina” (2012). En su nuevo trabajo tras “El instante más oscuro” (2017), volviendo a contar con un Gary Oldman que de ganar el Oscar por su encarnación de Churchill pasa a ser el padre de familia tiránico, esquivo y amenazante, el director sigue demostrando su virtuosismo detrás de la cámara y su planificación en escena pero no es suficiente para darle personalidad y fuerza a una historia que, sobre todo, falla en su guión y desarrollo.
La mano del director británico se evidencia sobre todo en una casa que cobra protagonismo, algo ya propio en la novela y que lleva a que pueda explayarse en la vertiente teatral de la historia, la cual también existe entre los espacios, ángulos, visillos y a través de las escaleras que llevan desde el sótano (en el que vive su inquilino) hasta las estancias de los pisos superiores acrecentando la sensación de confusión e inestabilidad en la que vive la protagonista entre colores saturados y el juego de luces y sombras que proviene del exterior.
Un estilo que termina desbarrando con torpeza y evidencia en su giro final con un desenlace en el ático propio de un videojuego ya que la conexión entre los personajes no ha sido lo necesaria hasta el momento para que el espectador quiera saber más de ellos, especialmente de unos Russell que siempre vemos desde la sesgada o intuitiva mente de la protagonista.
La sospecha de Anna Fox de que se ha cometido un crimen, del cual es testigo desde las ventanas de su casa, vertebra una cinta errática en el montaje y en una narración atropellada y con valles que no juega con la sugerencia ni tampoco desarrollando sus personajes, la mayoría de ellos pura pose, dando la impresión de que las escenas con el psicólogo o con el marido de Anna Fox han terminado siendo meros pegotes, así como la investigación paralela sobre su vecino banquero, que lleva a cabo y nunca es del todo aclarada, ante el hecho de que la policía no crea la versión de la que consideran que es una mujer cuarentona obsesiva y que se ha echado a perder por su abuso de las sustancias.
Amy Adams eleva a un personaje traumatizado sosteniendo la película y demostrando su versatilidad aunque, de un tiempo a esta parte, no hemos dejado de verla sufrir fustigándose tanto física como psicológicamente en la serie “Heridas abiertas” (2018) o en la película “Hillbilly, una elegía rural” (2020). A pesar de contar con un reparto en el que están Julianne Moore, Gary Oldman, Jennifer Jason Leigh, Fred Hechinger, Wyatt Russell, Bryan Tyree Henry y Anthony Mackie todos ellos están supeditados al personaje de Adams y no logran tener entidad propia. Un equipo que se completa con la fotografía de Bruno Delbonnel y la música de Danny Elfman (Trent Reznor y Atticus Ross abandonaron el proyecto) lo que termina conformando un telefilm de lujo pero sin sustancia.
“La mujer en la ventana” intenta jugar a ser heredera de Hitchcock pero la sombra del genio es tan alargada, y tan auténtica y perdurable, que lo tiene difícil para convencer incluso al público más actual. No se puede decir que no sea un entretenimiento digno pero el escritor A.J. Finn, a pesar de triunfar con la novela en 2018, no es Patricia Highsmith y, desde luego, “La mujer en la ventana” palidece ante el sólido y contundente retrato que vimos en “Perdida” (2014), causante de que en los últimos años se haya explotado de nuevo este subgénero siempre tan rentable aunque también tendente a decepciones como es el caso de la cinta que nos ocupa o de la fallida “La chica del tren” (2016). “La mujer en la ventana” no descarrila como aquella pero es verdad que todo el talento que hay invertido en la cinta no da para ofrecer más que una evasión de sofá y manta.
Nacho Gonzalo