"Los europeos"
Antes del cine fue la ópera. Por todo el mundo del siglo XIX se hallaban teatros de ópera al estilo europeo, desde Argel hasta El Cairo, donde en 1869 se construyó uno para conmemorar la apertura del Canal de Suez y se estrenó "Aida", de Verdi; desde Calcuta, donde los británicos tuvieron un teatro de ópera desde 1867, hasta Shanghai, Hong Kong y Hanoi, donde los franceses tuvieron un teatro diseñado a imitación del Palais Garnier de París desde 1901. Incluso en medio de la selva amazónica, en Manaos (Brasil), había una ópera, un lejano legado de la civilización europea, construido con mármol de la Toscana, acero de Glasgow y hierro fundido de París, todo ello pagado por los barones brasileños del caucho entre 1884 y 1896. Se decía que el teatro se había construido para llevar hasta Manaos al tenor más famoso del mundo, Enrico Caruso. Éste acudió a la inauguración, en 1897, para cantar el papel de Enzo en "La Gioconda". La historia del Teatro Amazonas (el punto de partida de la película "Fitzcarraldo" de Werner Herzog) es un símbolo apropiado del alcance global de la ópera.
Título: "Los europeos"
Autor: Orlando Figes
Editorial: Taurus
Si no sois grandes aficionados a la ópera, no sabréis de la familia García. Para mí ha sido una sorpresa que, a mediados del siglo XIX, fueran conocidos por todo el mundo que no andaba el día entero trabajando para llevar algo a la mesa. Desde luego eran los menos, pero el ocio ya no era cosa de cuatro. Cuatro García cantaron la primera ópera en italiano que se vio en Nueva York, ante el letrista de Mozart o el rey de España en el exilio, José Bonaparte. La más pequeña de la familia, Paulina, sigue considerada como una cantante irrepetible e inigualable. En casa hablaba español con sus padres, Manuel y Joaquina, y con su hermana María, pero como viajera desde los cuatro años por el mundo, hablaba con total fluidez francés, italiano e inglés y, un poco más tarde, alemán.
Cantó baladas españolas en los escenarios más importantes, desconocidas por entonces, contribuyendo a una ola de interés que incluso alcanzó al mundo de la moda. En la Ópera de París, donde llegó a ser obligatorio que todas las producciones incluyeran un ballet, los trajes de los bailarines se diseñaban al estilo español y las telas se ponían a la venta en la tienda del teatro dirigido por un banquero español, el Garde-robe d’Aguado, que abrió en 1838. El público empezó a seguir la moda de acudir vestidos "à l’espagnol".
Paulina y los García son el pivote elegido por Orlando Figes, uno de los grandes historiadores actuales, para explicarnos cómo ocurrió que, en torno a 1900, en toda Europa se estuvieran leyendo los mismos libros, reproduciendo los mismos cuadros, tocando la misma música en los hogares o escuchándola en las salas de conciertos e interpretando en todos los teatros las mismas óperas. El modo en que se fue creando esta «cultura europea» es el tema de "Los europeos", y no tiene desperdicio. Los buenos libros enseñan, entretienen, hacen reflexionar, los muy buenos nos ayudan a entendernos.
La cultura europea extendida por cortes, academias y ciudades, basada en el cristianismo, la literatura clásica, la filosofía y el estudio, era exclusiva de las élites. Una locomotora hizo saltar por los aires esa exclusividad. Cabe comparar el impacto del ferrocarril con la revolución de Internet. Figes convence, con cientos de impresiones, de que los esquemas mentales europeos se apoyan en aquella acumulación de cambios sobre raíles que impactaron hacia 1850.
Los contemporáneos de Paulina García asistieron a lo largo de su vida al ferrocarril, el barco de vapor, las farolas de gas, el telegrama y la luz eléctrica… "telégrafos que hablan" y aviones. Figes elige a Paulina porque a su alrededor gira el siglo, es la Chaplin de los años 20 o el Maradona en su mejor momento en cuanto a popularidad. Sus casas en París, Londres, Badem Badem o en la Ribera del Sena donde se acumulan los preimpresionistas, acogen a Charles Dickens con recuerdos de la reina Victoria, a Berlioz o a Rossini, que conocía a Pauline desde que era una niña y seguía profesándole el mayor de los afectos. También pintores como Delacroix, Corot, Doré y a menudo su amigo/amante, el escritor ruso Turguénev. La relación de poetas, filósofos, políticos, músicos, intérpretes de teatro, incluye prácticamente a cualquier personalidad que viviera o pasara por París.
Ameno y muy documentado, Figes nos ha regalado un viaje enormemente interesante por el mundo y los personajes que definen un término que comenzó a tener sentido en la Europa del XIX: cosmopolita. Un mundo contradictorio donde el nuevo poderoso nacionalismo no parecía chocar con el "europeísmo" circulante en trenes que reducían a horas lo que fueron jornadas, llevando en su interior ideas y placeres. "Los europeos" es un placer desde que nos coloca en San Petersburgo para asistir al debut de Paulina, hasta cerrarse en París, antes de la hecatombe.
Carlos López-Tapia