“La dolce vita” salió de un dibujo
Querido diario:
Ha comenzado en la clínica el evento del cincuenta aniversario de “La dolce vita”, con mi impresionante sobrevuelo del comedor, colgando de la polea instalada por el Venas, brazos en cruz, a ritmo de mambo. El mismo comienzo que la película, pero más dramático, al caerme sobre la mesa de los psicópatas del manga. Tu, diario, no imaginas los ojos con los que te mira esa gente. Es por la operación para extirparse los párpados, claro, pero cuando son más de tres impresionan. Luego, en la enfermería, la enfermera Elena me ha dado la carta que esperaba de mi tío, que está en Roma para ver a un traficante de arte.
“Querido sobrino:
A día de hoy no hay visitante de Roma que no piense en hacer un hueco para darse una vuelta por vía Venetto. Pocos pasarán en cambio por vía Margutta, muy cerca de Plaza de Spagna. Menos aún se fijarán, a la altura del 110, en una placa sencilla con dos nombres grabados, homenaje de los anticuarios de la zona: Federico y Giulietta. Todos saben aquí que Fellini era de Rimini, pero también que se convirtió en más que romano, en romagnolo. “Roma era mágica para mí. Sabía que había encontrado mi hogar y que nunca querría estar en otro sitio. Y no me sentía solo porque la ciudad era mi amiga, y sabía que ella cuidaría de mí.” Por eso el 2 de noviembre de 1993, 70 mil romanos desfilaron ante su féretro para saludarle por última vez en el Estudio cinco de Cinecittà, el mismo donde hizo construir la vía Venetto para la película que le hizo conocido en todo el mundo. Había llegado a la estación Termini sesenta y tres años antes, para trabajar como dibujante humorístico en una publicación satírica suave. Era 1939 y el fascismo junto con la iglesia no hubieran permitido otra cosa. Aldo Fabrizi, uno de los actores más grandes de Italia, fue quién le enseñó roma. Casi cogiéndolo de la mano le sumergió de golpe en el centro histórico para terminar en el EUR, tal vez en barrio más moderno de todas las capitales europeas de entonces.
Fueron sus dibujos los que le trajeron a Roma, tras haber vendido el primero a los dieciséis, y dibujando sobrevivió durante los primeros años. Hasta que cumplió 25 se sostuvo vendiendo pequeñas caricaturas, colaborando en periódicos, y escribiendo guiones para radio y cine. A partir de entonces y tras terminar la II Guerra Mundial, se enfocó hacia el cine, sin dejar de dibujar. Fellini nunca dejaría de hacerlo porque comprendió que el dibujo era el único punto posible de partida para la creación de sus personajes. Lo sabía: “Siempre he sido más capaz de formarme el concepto de los personajes de mis películas dibujándolos. Cuando los plasmo sobre el papel, aprendo de ellos cosas que ignoraba. Me revelan sus pequeños secretos. Mientras dibujo, van adquiriendo su propia vida. Luego cojo estos dibujos y les confiero animación en mis films, en cuanto descubro a los actores que les dan vida.” Fellini citó a Mastroiani en una playa cercana a Roma , para ofrecerle el papel de “La dolce vita”. Bajo una sombrilla hablaron, hasta que Marcello le pidió que le permitiera echar un vistazo al guión. Fellini pidió entonces que se lo trajeran y alargó al actor una carpeta con un montón de folios en blanco excepto el primero. Era un dibujo. “Este es tu personaje”. Un hombre aparecía sentado en una pequeña barca a la deriva. Su miembro era tan enorme que bajaba hasta tocar el fondo del mar. Y allí estrellas de mar, conchas y sirenas orquestaban una coreografía a lo Ester Williams y su estilo “Escuela de sirenas”. Marcello nunca volvió a pedirle un guión. A los cinco años Federico dibujaba de todo, pasaba las horas haciéndolo aunque su padre hubiera preferido verle jugando al balón, que no era mucho más pequeño que el propio Federico. A los 11 años envió sus primeros cuentos y dibujos a revistas de Roma y Florencia, comenzando siempre por el dibujo para encajar luego la historia. El dibujo le ayudó a ser observador. “A veces cuando estoy adjudicando papeles, realizando el casting, como decimos, o en preproducción, o escribiendo, mi mano parece dibujar sola. En esos momentos, tengo mucha tendencia a hacer enormes pechos femeninos. Tetas y culos. Mi segundo tipo de garabato más frecuente es hacer unos grandes culos femeninos. No sé lo que un psiquiatra diría al respecto, pero estoy seguro de que tendría algo que decir porque siempre tienen algo que decir, especialmente sobre el sexo. No creo que haya nada profundo en mi interés, sólo lo evidente. Tomé conciencia de las mujeres a una edad sumamente temprana, mucho antes de que supiera hablar, y sentía curiosidad por sus diferencias conmigo.”
Los garabatos y los dibujos eran siempre el primer paso en busca de inspiración. Fellini no solía trabajar en su casa, necesitaba un lugar aislado donde comenzar colgando un tablón en la pared, para ir colocando fotografías de rostros estimulantes para su imaginación. Buscaba caras y las usaba como punto de partida. Cuando su esposa y actriz Giulietta, le veía dibujando un pequeño círculo sobre el papel, sabía que el proceso se había puesto en marcha. “Giulietta de los espíritus” había comenzado así, reconociendo su propia cara en el círculo que acababa de ver dibujar a su marido. Fellini aceptó que una escritora americana se encargara de escribir un libro con sus memorias. No creo que dicha autora, Charlotte Chandler, tras entregar el manuscrito de “Yo, Fellini”, aprobado por el director, tuviera los recursos informáticos que hoy son corrientes, para darse cuenta de que la palabra más repetida en la obra no era cine, ni actor o película. La palabra escrita más veces en el texto que Fellini aceptó como resumen de su vida es dibujo.