El legado de Freddy Krueger, los miedos y terrores de toda una generación
Querido Teo:
El próximo 27 de Enero se cumplen la friolera de 25 años del estreno en salas españolas de “La nueva pesadilla de Wes Craven” (1994). La séptima entrega de la saga iniciada solamente una década antes con “Pesadilla en Elm Street” (1984), el clásico de terror que creó al que, probablemente, sea uno de los personajes más famosos de la Historia del cine: Freddy Krueger. El verdadero “hombre del saco”. La plasmación del miedo latente en la sociedad de los 80. Un auténtico monstruo que conllevaba implícitas las pesadillas de la Usamérica de Reagan.
Tal y como narra Erika Tiburcio Moreno en su artículo “A nightmare on Elm Street: Una pesadilla de la que es difícil escapar”, en el año 1983 tuvo lugar un suceso que conmocionó a Estados Unidos: en la guardería de la familia McMartin, hubo un profesor que fue acusado de abusar de uno de los niños, aunque no tuvo ningún castigo por falta de pruebas. Para evitar otros casos similares en el centro escolar, la policía escribió una carta a varias familias para indagar si había sucedido algo parecido con sus hijos y descubrió que la mayoría de ellos habían sufrido algún tipo de abuso. Este suceso fue uno de los desencadenantes que acabaron por dar forma a Freddy Krueger como ese receptáculo de miedos y terrores de la clase media blanca (y del propio Wes Craven, ya que lo bautizó como el compañero de clase que se metía con él en la escuela).
Wes Craven, director con cierto nombre en el sector por aquel momento y Licenciado en Psicología y Filosofía (algo sin duda clave a la hora de encapsular el miedo de una forma tan pura y primaria) e influido por este macabro suceso, así como por una serie de noticias aparecidas en diversos periódicos en la que se narraban extrañas muertes que sucedían cuando las víctimas dormían, terminó de perfilar el guión de “Pesadilla en Elm Street”, cuyo título es en sí mismo una alusión a un hecho traumático de la historia de Estados Unidos. Busquen el nombre de la famosa calle de Dallas en la que asesinaron a Kennedy.
El guión fue dando tumbos de Estudio en Estudio sin que nadie se atreviese a producirlo ya que, aunque a priori no lo pareciese, su subversión de los convencionalismos se alejaba bastante del slasher que imperaba en la época y que tantísimos beneficios produjo gracias al auge de la televisión por cable y el mercado de vídeo doméstico (nunca olvidemos la importancia en la democratización del VHS). Para empezar, la psique de los personajes estaba perfectamente definida, algo inusual en el género. Y su villano adquiría una personalidad propia e iconográfica.
Finalmente, fue la distribuidora independiente New Line Cinema (actual subsidiaria de Warner), fundada por Rob Shaye, quien se atrevió a invertir en esta historia pese a encontrarse casi en la quiebra como un intento a la desesperada de salvarse de la bancarrota. La jugada no les pudo salir mejor: siete películas, un crossover con otro icono del terror y un remake cuyos beneficios netos ascienden a 457 millones de dólares sobre una inversión de 101 millones. A eso hay que sumarle una serie de televisión, novelas, cómics y merchandising. No cabe duda que Ron Shaye tuvo buen olfato y creó un legado que ha perdurado durante generaciones; amén del asesino cinematográfico más icónico de todos los tiempos.
Y aún no hemos nombrado a la otra persona que hizo posible algo así, el actor Robert Englund. Si no fuera por su salvaje, irónica, macabra y estupenda interpretación de Freddy Krueger, esto, sin duda, no habría sido posible. Su sombrero fedora, su jersey rojo con rayas verdes y su guante con cuchillas no serían nada sin la personalidad que le insufla el bueno de Robert.
Y ahora, repasemos los nueve títulos cinematográficos protagonizados por el asesino del jersey a rayas. Una filmografía tan extensa en la que cabe de todo: una obra maestra, una tercera parte a la altura de la original, una película de metaficción, cintas malas y baratas, una lucha a muerte con otro icono del terror, un olvidable remake y la película más involuntariamente gay que haya salido de Hollywood. Una franquicia que no tiene desperdicio.
“Pesadilla en Elm Street” (1984). Yo soy Dios
Como ya hemos indicado, las influencias de Wes Craven a la hora de escribir el guión de este film fueron muchas y de distinta índole, aunque todas ellas tienen un factor común: el miedo más primario. El miedo a ser atacado en el que se supone debiera ser el lugar más seguro del mundo, nuestra propia cama. Esto entronca directamente con nuestra parte más primitiva: el temor a que el otro ataque nuestra madriguera. Un concepto tan básico y tan simple que destila belleza por todos sus poros.
Con un irrisorio presupuesto de 1,8 millones de dólares, pero con toneladas de buenas ideas y un manejo de los espacios que sigue sorprendiendo 35 años después, la propuesta de Craven se erige como una de las mejores cintas de terror que se hayan rodado nunca.
Subvirtiendo las reglas del género hasta retorcerlas sobre sí mismas (algo que volvería a repetir en esta saga y en la genial “Scream. Vigila quien llama”) y presentándonos a un asesino capaz de matarte mientras duermes, encontramos aquí los dos ejes vertebradores de una cinta que, en última instancia, nos habla de los miedos de los padres de la Generación X ante la severa crisis social de los 80 (algo que también nos planteaba un título de esta temporada como es “Joker”) y que no se diferencia mucho de los tiempos que corren. La Historia siempre se repite.
“Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy” (1985). El hombre de tus sueños
Lo que en términos estrictos es una secuela al uso de un éxito (eso implica que es muchísimo peor que la original por definición) se erige aquí como una película abiertamente homosexual. Mucho se ha especulado a lo largo de los años con este asunto, que en realidad no admite dobles lecturas. La película es lo que es; otra cosa es que en 1985 los espectadores se diesen más o menos cuenta, pese a que las revistas de temática homosexual se hicieran eco de esto en el momento de su estreno.
La verdadera historia de esta película, que se salta a la torera todo lo establecido por la original, es el despertar gay de su protagonista, encarnando las culpas y los miedos de “salir del armario” en la América de los años 80 a través de la figura de Freddy Krueger. Y, aunque pueda parecer una locura que rompa con el espíritu de su predecesora, su guionista, David Chaskin (autor de esa joya titulada “I, Madman”) vuelve a utilizar a Krueger como otra representación de los miedos y pesadillas de la sociedad de los 80; aunque esta vez de la comunidad gay. El fantasma del sida aún planeaba con fuerza sobre las cabezas de todos.
Sin un tono definido, pero con muchas dosis de ¿involuntaria? perversión, la cinta se pasa en un suspiro entre torsos desnudos, "leather-bars" y bailes del protagonista. Un Mark Patton cuya carrera finalizó ahí y que ha estrenado el maravilloso documental “Scream, Queen! My nightmare on Elm Street” (2019), en el que hace las paces consigo mismo y con su pasado a través de varias convenciones de terror a lo largo de Estados Unidos y reclamando su sitio como la primera reina del grito masculina de la Historia del cine. Y de regalo, el maravilloso artículo sobre el tema Julián Almazán.
“Pesadilla en Elm Street 3: Los guerreros del sueño” (1987). Si dormís moriréis
Dos años después de la infame secuela, Wes Craven volvió a la saga que había creado aunque sólo en condición de guionista para ver si podía resucitar un poco lo que la segunda parte había tirado abajo en cuanto al personaje. Y no pudo sentarle mejor, ya que es en esta entrega donde Freddy termina adquiriendo su personalidad socarrona y macabra plagada de chistes negros que en las dos películas previas únicamente se intuía, convirtiéndolo del todo en un icono pop.
Recuperando al personaje de Nancy (Heather Langenkamp), protagonista de la original, que ahora es psiquiatra en una institución para trastornos del sueño de Springwood, y con ayuda de Frank Darabont en labores de guión, Craven trata de unificar y dar cohesión a su criatura sin olvidar que se trata de un "slasher" ochentero en el que cada muerte es más original y perversa que la anterior.
Sus secuencias oníricas son las más imaginativas de toda la franquicia y la frase “Welcome to prime time, bitch” ha pasado ya a convertirse en una de las más míticas del género. Además, esta tercera entrega amplió la mitología de la bestia (para bien o para mal), acabando de convertir a Freddy Krueger en toda una estrella del rock y un icono de la cultura popular. Con 5 millones de presupuesto, la cinta acabó recaudando 44, algo que, obviamente, en las oficinas de New Line supieron seguir aprovechando.
“Pesadilla en Elm Street 4: El amo del sueño” (1988). Grata sorpresa
Tras el éxito económico que supuso la tercera entrega y la revitalización de la saga, tan sólo un año después se estrenó esta cuarta parte escrita por un principiante Brian Helgeland y dirigida por un desconocido Renny Harlin que, prácticamente, suplicó por el puesto de director. La cinta se estrenó en el verano de 1988 siguiendo la historia donde la dejó la entrega anterior.
Con una imaginación desbordante, la película consigue convertirse por méritos propios en un "slasher" ejemplar, coincidiendo en tiempo con otra cuarta parte de una franquicia de terror que también demostraba estar en plena forma, como era “Halloween 4: El regreso de Michael Myers”. El humor de Freddy Krueger en todo su esplendor, unido a la coherencia argumental del guión y a los estupendos efectos visuales, convierten a esta cuarta parte en uno de los mejores títulos de la saga.
Con un presupuesto de 13 millones, la película consiguió recaudar 50 millones, convirtiéndose en el film más taquillero de la franquicia (hasta el año 2003). Y si algo queda claro de los finales de los 80, era la buena salud del género de terror y que el público estaba dispuesto a entregarse mucho más a la diversión sin ataduras sin esnobismo reinante actual.
“Pesadilla en Elm Street 5: The dream child” (1988). Bajo mínimos
Si la cuarta entrega supuso una grata sorpresa a nivel de calidad y que acabó haciendo una enorme taquilla, su continuación (que sigue manteniendo la coherencia argumental, algo que ha caracterizado a toda la saga), supone un paso atrás y toca una de los puntos más bajos de la franquicia.
Dirigida por Stephen Hopkins (aunque los ejecutivos habían tentado a Frank Miller), responsable de la muy estimable “Los demonios de la noche” (1996), el ritmo de la cinta es incapaz de mantenerse, debido también a su propia premisa en la que Freddy quiere volver a la vida a través del hijo no nacido de la protagonista. Serie B auténtica con unos efectos visuales (eso sí) bastante destacables y que fue bastante recortada en la sala de montaje debido a presiones de la productora, algo que produjo falta de continuidad en el producto final.
Con muertes carentes de imaginación, un Freddy desdibujado, y con una dirección torpe, esta quinta entrega resultó rentable (22 millones sobre un presupuesto de 6) pero muy por debajo de lo esperado, dando muestras de un agotamiento propio del género (lo mismo le sucedió a “Viernes 13” o “Halloween”). Y es que lo poco agrada y lo mucho cansa.
“Pesadilla final: La muerte de Freddy” (1991). Final tridimensional
Si hay un aspecto que caracteriza a esta franquicia es la coherencia narrativa interna (independientemente de la calidad final de los productos). Y es que cada película es deudora de los hechos de la anterior y eso es un rasgo de agradecer como espectador ya que permite una continuidad argumental. Aunque aquí no sea el caso estricto pero que termina por dar carpetazo como capítulo final de la saga original, a petición del propio Robert Englund cuya única condición para volver a enfundarse el jersey a rayas era que su personaje muriese para siempre.
En esta sexta y última entrega, la historia da un salto en el tiempo de diez años para presentarnos un Springwood en el que ya no quedan jóvenes (los supervivientes a las matanzas de Freddy se fueron hace años) y al que viajarán un grupo de forasteros que serán las nuevas víctimas de nuestro psicópata favorito. Con un pequeño giro, una de ellas es la hija de Freddy quien será la encargada de terminar con él en un entorno en 3D porque esto eran los 90 y aquí valía todo. Y sí que valió ya que la taquilla fue bastante buena.
Peter Jackson esbozó un par de tratamientos del guión que fueron descartados y que, finalmente, fue escrita por Michael De Luca, productor de algunos títulos clave del cine del siglo XXI y showrunner de la serie televisiva “Las pesadillas de Freddy”. De la dirección se encargó Rachel Talalay, vinculada a la saga desde el principio en labores de producción y directora que ha tenido una amplia carrera televisiva y que fue la encargada de matar a Freddy para siempre. Al menos en la saga principal.
“La nueva pesadilla de Wes Craven" (1994). Regreso metacinematográfico
Tres años después de la supuesta entrega final de la saga, y justo una década después del estreno de la original, el director Wes Craven decidió volver a New Line para aportar su último granito de arena sobre Freddy Krueger y quitarse así el mal sabor de boca que le habían producido algunas de las secuelas.
Craven optó por algo que acabaría explotando dos años después con la catedralicia “Scream. Vigila quien llama” (1996) y que ya le había rondado la cabeza al escribir la tercera parte: Freddy Krueger matando al reparto original de “Pesadilla en Elm Street” jugando con el cine dentro del cine. Con la excusa del rodaje de una séptima parte, el elenco artístico y técnico de la original se reúne de nuevo (incluyendo a Craven y Rob Shaye) mientras Freddy Krueger abandona las páginas del guión para continuar su reino de terror. Una premisa muy potente que no termina de explotar del todo pero que ofrece un producto por encima de la media de las secuelas y la mejor película de la saga desde la original.
La crítica aceptó la propuesta aunque el público no entró en su juego. Sin embargo, con los años se ha convertido en un título al alza ya no tanto por su planteamiento (que también), sino por ser una rareza dentro de una franquicia a la deriva y la que aún le quedaría otra vuelta de tuerca y un remake.
“Freddy contra Jason” (2003). Taquillazo
Habría que remontarse a los 80 para conocer el origen de este imposible crossover, cuando las productoras New Line y Paramount Pictures (propietaria de los derechos de “Viernes 13”) trataron de entenderse sin llegar a conseguirlo para unir a sus dos monstruos en un mismo film. Algo que, sin duda, recuerda a esas entrañables cintas de los años 40 de la Universal y de sus monstruos clásicos en las que podíamos encontrar a Drácula, Frankenstein y al Hombre Lobo.
Cuando, finalmente, New Line se hizo con los derechos de “Viernes 13”, en la escena final de la novena entrega, veíamos el guante de Freddy salir del infierno y coger la máscara de Jason. Ese hecho despertó las teorías de los fans y sirvió como campo de pruebas para el crossover, que acabaría materializándose 10 años después en una cinta perezosa, vaga y, a la misma vez, simpatiquísima.
Con reescrituras de David S. Goyer, una premisa muy loca y la mediocre dirección de Ronny Yu, la película consiguió recaudar 115 millones de dólares en todo el mundo, siendo la película más taquillera de las dos franquicias. Y es que los primeros años de la década del 2000 fueron muy eclécticos y oligofrénicos para todos.
“Pesadilla en Elm Street: El origen” (2010). El gol que no fue
A comienzos del siglo XXI Hollywood se propuso remakear los títulos del género "slasher" más famosos con mayor o menor fortuna. De hecho, el único bueno que les salió fue el remake de “Halloween” de Rob Zombie. El productor Michael Bay se había encargado ya de traer de vuelta a Leatherface y su familia caníbal y a Jason. Ahora le tocaba el turno a Freddy Krueger.
Jackie Earle Haley fue el encargado de tomar el relevo de Robert Englund y es lo más destacable de toda la cinta. El empeño de Haley y su buen hacer lo convierten en un sustituto ideal; el problema es que su personaje es tan pobre que tiene poquísimo con que trabajar y ni siquiera el guión se atrevió a darle ese giro que pedía el personaje a gritos. Ni Rooney Mara encarnando a la nueva Nancy pudo levantar esta anodina producción.
Tomándose en serio a sí misma (cosa que ninguna de las originales hacía puesto que eran perfectamente conscientes de su condición de serie B) y con un tono funesto y taciturno (gracias por tanto, Nolan), la película fue masacrada por la crítica aunque sí consiguió salvar los muebles con una recaudación total de 115 millones de dólares. A veces hay que dejar a los clásicos morir en paz. O con Jason.
Felices sueños, Freddy.
Sr. Finch