"Cats"
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El argumento: La trama gira en torno a una tribu de gatos, los Jellicles, durante la noche del año en que toman su más trascendente elección: la de decidir cuál de ellos renacerá en una nueva existencia... La producción teatral de Londres estuvo 21 años en el West End, mientras que la de Broadway estuvo 18 años en cartel en Nueva York.
No conviene ver: "Cats" se ha convertido en el cotillón perfecto de fin de año. Una astracanada lisérgica burbujeante como el champán que se transforma en vergüenza ajena en la mañana de resaca. Y es que este exceso kitsch ha confirmado las peores previsiones que se tenía a la hora de ver en el cine la adaptación de un musical inadaptable para el cine en acción real, no sólo por lo que se exige al avezado espectador de cine, sino lo poco atrayente de unos números musicales con sólo un gran tema en su haber y que arrojan un conjunto caduco que ha pretendido ganar una viveza ficticia por unas aceleradas y esquizofrénicas coreografías con unos actores que no pueden dar más pena e inquietud en sus versiones gatunas ante el descorazonador híbrido con el que nos encontramos. El lenguaje teatral no es el mismo que el del cine y si bien “Cats” es uno de los mayores éxitos del West End y Broadway (aunque no es el mismo el público de los 80 que el actual), Hooper ha resuelto el envite de una manera torpe al quedar un deshecho fílmico del que poco se puede rescatar, no sólo por la inquietud que arroja la caracterización de los actores, optándose por la tecnología en vez de por el maquillaje teatral, y algunas escenas, bailes y movimientos (hormigas militares, gatos en bikini u otros tomando leche de un plato), sino por lo muy aburrido que es un producto que más que acercar el musical a nuevos públicos le clava una estaca en el corazón para definir todo lo que le critican los escépticos con el género. Una alucinación constante propia de las peores fiebres en una pesadilla trash, inquietante y ridícula con un CGI artificial que destruye toda opción de interés perturbando a un espectador que no tiene nada que sacar en una cinta en la que hasta los actores parecen estar o bien avergonzados o bien hasta arriba de sustancias poco recomendables. Sólo Jennifer Hudson, que para algo tiene la baza de Memory, parece aportar algo en una cinta que, a pesar de haber costado 95 millones de dólares, se confirma como uno de los fiascos históricos de la década y deja maltrecha la carrera de un director como Tom Hooper cada vez más denostado y que no debería de haber salido de la zona de confort de las producciones de época en las que cimentó su temprano estatus. El hecho de que ni siquiera hayan terminado de pulir algunos efectos visuales, y la prueba de que unos gatos femeninos tengan pechos y otros no, y otros lleven aparatosas indumentarias, así como pretender sexualizarlos desde un punto de vista erótico, remata y hunde a una opción que tampoco ha sabido con su variopinto reparto ni arrastrar a los fans del género ni acercar a las nuevas generaciones para que asisten a este aquelarre gatuno desaforado, bizarro y plomizo que ha dejado no se sabe en qué basurero la chispa que le convirtió en un éxito de las tablas. Quizás el público haya cambiado, y la partida estuviera perdida de inicio ante lo complicado de llevar semejante argumento al cine, pero desde luego el director ha descarrilado en un conjunto vacío que ante su forzado barroquismo dantesco no hace más que mostrar sus carencias como realizador y la escasa fuerza y armazón de un musical aburrido, abstracto y, a partir de ahora, carne de memes, de risas involuntarias y de reuniones entre amigos con chupitos por bandera.
Conviene saber: Tom Hooper aborda su segundo musical en el cine tras el éxito de “Los miserables” (2012) en la adaptación de “El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum”, un poemario para jóvenes lectores de T. S. Eliot que convirtió en musical Andrew Lloyd Webber.
La crítica le da un DOS