Cannes 2019: Xavier Dolan retrata la desorientación de su generación y Arnaud Desplechin se queda en un policiaco intrascendente
Querido Teo:
En la que ha sido la novena jornada del Festival de Cannes Xavier Dolan ha acaparado todos los flashes en su tercera participación a concurso saliendo hasta ahora siempre con premio. El director canadiense de 30 años es ya uno de los tótems del Festival de Cannes y es cuestión de tiempo que le caiga una Palma de Oro que quizás no llegue con "Matthias & Maxime" pero que, por otra parte, sigue siendo una muestra de la depuración de su estilo y de cierta madurez creativa y personal a la hora de definir a sus personajes en una cinta que, sin duda, es su mejor trabajo desde “Mommy” y con la que se redime rápidamente de la inédita y fallida aventura USA “The death and life of John F. Donovan”. Mejor suerte que la que ha corrido Arnaud Desplechin con la que posiblemente sea la peor película a concurso de las presentadas este año.
"Matthias & Maxime" es una historia de amistad y amores confusos nada excesiva en el que el característico estilo de Dolan vuelve a brillar de una manera más sutil que en otros trabajos sin necesidad de grandilocuencias y efectismos. Una sensible y tierna cinta que sigue demostrando el talento y sello del director a todos los niveles. El universo de las madres, los recursos musicales y un grupo de amigos vertebran la típica historia de desorientación treinteañera pero de una manera muy efectiva, tierna y con puntos muy emotivos que parte de dos amigos que, a raíz de la grabación de una película casera para un trabajo universitario de la hermana de uno de ellos en el que tienen que darse un beso, desencadena entre ellos el caldo de cultivo de la verdadera naturaleza de su relación, de sus sentimientos y del deseo que marca su verdadera condición. En realidad eso es lo de menos ya que lo que la cinta vertebra de manera notable es ese sentimiento de confusión generacional universal que lleva a un grupo de amigos a saber que tiene que haber un momento más pronto que tarde en el que sienten la cabeza y, más allá de la evasión de su camaradería y las borracheras, ver que hacen con sus trabajos, sus vidas personales y sus aspiraciones de futuro implicando echar raíces en el lugar que te vio nacer o tener que coger la mochila en busca de nuevos retos e historias con una Canadá muy lejos de lo turístico marcada por la diferencia de clases, la ausencia de figuras paternas y choque generacional representado en dos pullas de nivel al tótem del cine canadiense a las antípodas de Dolan, el veterano Denys Arcand.
Una película tan fresca en sus interacciones y motivaciones así como madura en los temas que pone sobre la mesa de manera natural sin subrayados pivotando sobre la relación entre esos inseparables amigos que dan título a la película y que, a pesar de conocerse desde hace tiempo, todavía tienen que descubrir los recovecos de su verdadera relación así como a ellos mismos. Una cinta impregnada de tristeza sobre el derecho a equivocarse, a intentarlo y amar como se siente frente a las coartaciones de una vida aceptada desde la perspectiva de los demás o, simplemente, cómoda que mina nuestra capacidad y (en ocasiones necesidad) de explorar lo que hay ahí fuera. Es verdad que “Matthias & Maxime” no es una cinta que vaya a revolucionar el cine, especialmente temáticamente con una historia que si no fuera por el desbordante, saturado y calculadamente caótico y característico estilo visual de Dolan recordaría mucho a las del cine “indie” USA, pero lo que cuenta y la angustia de los personajes frente a su vertiente hedonista termina calando gracias a su sensibilidad y complejidad a la hora de retratar los anhelos, vacíos y rémoras emocionales, y el reconfortante cariño que ese grupo de personas se tienen entre sí, así como la que les profesa él mismo como director y guionista y todo lo que pone en ellos siempre un Dolan con el alma a flor de piel.
Hay que alabar especialmente a un Dolan delante de la cámara que, acostumbrado a transmitir histerismo y resultar cargante como actor, y además de haber contado con un muy adecuado y talentoso reparto, aquí está especialmente comedido, sensible y entrañable transmitiendo los altibajos del personaje e incluso permitiéndose romper al espectador con una llamada telefónica que es todo un ejemplo de economía narrativa y precisa sensibilidad a la hora de querer reflejar una imagen de dignidad cuando uno está roto por dentro. Es el contrapunto a la contención de su compañero en la película, un sorprendente Gabriel D´Almeida Freitas que ha discurrido por los cánones de lo que todo el mundo podía esperar de él como es casado y con un muy buen trabajo.
Un prodigio de película que más que confirmar a Dolan lo que hace es sustentar una madurez con sólo 30 años, fruto de una carrera iniciada en una edad insultantemente joven cuando hace una década se revelaba con la rabiosa y fascinante “Yo maté a mi madre”, y que augura grandes momentos para una carrera todavía con mucho que ofrecer impulsado por ese favor crítico que ha sido más que evidente con su entrada triunfal en el Gran Teatro Lumière siendo una de las grandes ovaciones de esta edición.
"Roubaix, une lumière" de Arnaud Desplechin es la sexta participación del director en una sección oficial en la que siempre da la impresión de que viene a cubrir la cuota francesa ya que nunca ha tenido oportunidad de estar presente en el palmarés. Curiosamente fue “Tres recuerdos de mi juventud” (2015), su cinta más alabada, la que sí que se llevó el premio de la Semana de la Crítica pero nunca ha tenido fortuna en sección oficial ni siquiera cuando abrió el certamen en 2017 con la tediosa “Los fantasmas de Ismael”. En este caso nos lleva a un policiaco poco inspirado con la ciudad de Roubaix como escenario en la que se produce el asesinato de una anciana y de la que dos mujeres son sospechosas. Una cinta dispersa y extraña que cuando parece que va a coger el buen tono e ir hacia arriba no termina nunca de bullir y mantener el interés sufriendo los habituales diálogos excesivamente literarios entre interrogatorios que en vez de animar la segunda parte la llevan al cine de conversaciones de despachos y a recordar a cualquier serie televisiva de criminales que se pierde más en la cháchara que en las motivaciones del crimen y en el proceso del mismo. Una apuesta aburrida que, a pesar de estructurarse en dos partes, ni confluye ni intriga con unos personajes insoportables (el intérprete más conocido es una Léa Seydoux que no parece creerse su propio personaje junto a Sara Forestier) y nulo nervio, confundiéndolo con música machacona, que es algo inexplicable que haya pasado el corte de la selección siendo un film corriente y moliente que ni aporta nuevos aires ni formal ni temáticamente ni mucho menos supone una cinta que se vaya a recordar dentro de la filmografía de un director en teoría destinado a jugar en mayores ligas pero que no termina de carburar como se esperaba tras sus primeros trabajos.
En Una cierta mirada hemos visto “Nina Wu” de Midi Z que supone una eficaz cinta apoyada en la interpretación de su protagonista, una joven que abandona una pequeña compañía de teatro en el campo para marcharse a la gran ciudad, donde aspira a convertirse en una gran actriz encontrando su oportunidad dando vida a una heroína de los 70 en una película de espionaje siendo capaz de poner en juego hasta su salud mental para conseguirlo en un viaje introspectivo con cuestionamientos sobre su personalidad y sus deseos sexuales. Un inspirado thriller con diversas capas que es un homenaje al cine negro y a la estética noir y psicotrópica de gente como David Lynch en una denuncia a la explotación del cuerpo y la mente de la mujer tanto en determinadas culturas como en industrias como la del cine en el que el ejercicio de sometimiento y vampirización puede ser más evidente y destructivo.
Ópera prima muy interesante la que ha arrojado también Una cierta mirada y que se adentra en esa turbulenta relación entre Rusia y Ucrania a través de la historia de un padre y un hijo que tienen que llevar a cabo el camino entre Kiev y Crimea para trasladar el cadáver de uno de sus seres queridos con toda la rabia interior, complejidades geopolíticas y contraste generacional y cultural que se da cita en esta road movie dirigida por Nariman Aliev. “Evge (En terre de Crimée)” arroja una sorprendente solidez, un nervio siempre latente, escenas poderosas y las dos descarnadas interpretaciones de Akhtem Seitablaev y especialmente del joven Remzi Bilyalov en su primer trabajo cinematográfico. Y es que con nombres como los de Sergei Loznitsa y esta nueva voz nos encontramos una interesante cinematografía que como su país es de reciente creación pero que, conjuntamente, explora su realidad y lame sus heridas con una sobriedad, madurez y claridad y pasmosas. Uno de los mejores trabajos que arroja la sección este año.
Nacho Gonzalo