Sesión de cine-cebolla: "Tal como éramos"
Querido Teo:
Es cierto que, desde nuestra infancia y adolescencia, todos ansiamos vivir una historia de amor como aquellas de las que hemos sido testigos en una sala de cine, leído en un buen libro u oído a través de una canción. Al ser un medio de entretenimiento, la mayoría de esas historias tienen un final feliz. Sin embargo, las historias que suelen impactarnos más o que quedan en nuestra memoria, son aquellas en las que nuestros protagonistas tienen que superar mucho obstáculos y dificultades, y en las que viven situaciones tan reales que los espectadores son capaces de identificarse con ellos y verse reflejados tanto en sus alegrías como en sus desgracias. Si un director y guionista decide unir todos esos componentes en una historia de amor, y llevarla al cine con una pareja protagonista que destila química por los cuatro costados, y una banda sonora inolvidable y reconocible, tienes una película como "Tal como éramos".
Nos encontramos en el año 1973, y Sydney Pollack ya empezaba a ser considerado un director de calidad y prestigio con títulos como "Danzad, danzad, malditos" (1969) o "Las aventuras de Jeremiah Johnson" (1972). Decidió llevar a cabo "Tal como éramos", la historia de amor basada en la novela de Arthur Laurents, con Robert Redford y Barbra Streisand. Esta última había ganado su primer Oscar hacía un par de años antes por "Funny girl", protagonizando éxitos como "Hello, Dolly!" o "¿Qué me pasa, doctor?", y, sobre todo, era una de las estrellas de la música más famosas del momento. Mientras, Redford era una estrella en el firmamento hollywoodiense con títulos como "Dos hombres y un destino" o "El candidato". La música iría a cargo de Marvin Hamlisch, el cual ganaría 2 premios Oscar de la Academia por esta película, tanto a la mejor canción (The way we were) como a la banda sonora original.
Streisand y Redford interpretan a Katie y Hubbell, dos jóvenes estudiantes de universidad, en la América de la década de los 30. Ambos pertenecen a mundos muy distintos: ella es una activista de izquierdas, que tiene que pagarse sus estudios trabajando en una cafetería, mientras ve como sus compañeros sólo tienen que preocuparse de estudiar y divertirse; mientras que él es un estudiante aficionado al deporte, de familia acomodada y con amigos de “clase alta”. No pueden ser más diferentes, pero entre ambos surge una química inesperada, y un romance que durará varios años, con matrimonio incluido, hasta que, en plena época de “la caza de brujas” del senador McCarthy, durante la década de los 50, y tras varios desengaños e infidelidades, deciden poner fin a su matrimonio.
Años después, en frente del Hotel Plaza de Nueva York, surge el reencuentro de nuestros protagonistas. Hubbell se ha convertido en guionista de programas de televisión y tiene una nueva pareja, mientras que Katie continua como activista política, y ha vuelto a casarse. Ella le invita a que conozca nueva casa, y para que vea como se encuentra su hija Raquel, la hija en común de nuestra pareja protagonista. Y ocurre esto:
Nos encontramos ante una respuesta dolorosa, pero totalmente comprensible. Es obvio que Hubbell quiere pasar más tiempo con Katie y su hija Raquel, pero el mero hecho de descubrir cuál hubiera sido su vida si no se hubieran separado es demasiado cruel para nuestro protagonista. El personaje de Streisand entiende y respeta su decisión.
Desde ese momento, ambos saben que no podrán retornar a la amistad que les unía años atrás. Katie vuelve a intentarlo, con ese gesto tan significativo para ellos dos que es, de una manera íntima y personal, peinar con la yema de sus dedos el flequillo de Hubbell, como hacía cuando eran más jóvenes, pero él le retira la mano suavemente, diciéndole con ese gesto que ya nada podrá ser como antes. A continuación, se funden en un abrazo interminable, pero que ambos saben que tendrá un final. Es su despedida.
En esta escena de 60 segundos, Sydney Pollack resumen el título y el espíritu del film. Sin apenas mediar palabras y a través de gestos y miradas, nuestros protagonistas nos confirman que nunca volverán a ser tal como eran.
Juan Carlos Deán