Conexión Oscar 2018: Festival de Toronto (I): "Mudbound", "Novitiate", "Call me by your name" y "Le fidèle"
Querido Teo:
La Conexión Oscar se va a Toronto para vivir “in situ” lo que se cuece en el mercado por antonomasia en suelo usamericano. Por supuesto la ciudad canadiense no se avergüenza de imitar ese estilo de vida y eso convierte a esta localidad en un contraste permanente entre edificios puramente capitalistas y edificaciones que recuerdan a las de barrios residenciales del Nueva York menos céntrico. La ciudad sabe que estos días son de sacar pecho hacia el mundo como principal escaparate cinematográfico mundial siendo para muchas películas la plataforma y el bautismo de fuego para lanzarse, con mayor o menor fortuna, hacia la carrera al Oscar y los organizadores, vecinos y la amplia red de voluntarios apuestan por sacar la mejor imagen posible.
Empezamos la experiencia en Toronto con "Mudbound" de Dee Rees, cinta que ya se pudo ver hace varios meses en el Festival de Sundance y que es uno de los títulos con los que Netflix pretende potenciar su oferta cinematográfica y, con el tiempo, conseguir su primera nominación al Oscar a mejor película que el año pasado sí que logró su rival Amazon con “Manchester frente al mar”. Esta cinta, segundo trabajo de la directora, bien podría coger el testigo de la reivindicación racial no quedándose en la superficie del problema, sino que se adentra en el drama familiar y social de una familia en un pueblo de la América profunda en la década de los 40; con el trauma de la Segunda Guerra Mundial, la miseria de esos años y la dependencia de los recursos agrícolas y ganaderos, con dos familias, una blanca y otra negra, enfrentadas por la jerarquía social arraigada en la tradición e idiosincrasia del país lo que impide la amistad de dos de sus hijos; a la postre supervivientes que vuelven a casa afectados por lo vivido en la guerra.
Una película potente que crea un drama atmosférico y en permanente desasosiego ante una aparente calma que amenaza con dinamitarse en cualquier momento ante la tensión de rencor latente y que explota cuando se hacen amigos dos de los jóvenes de esas familias. Jason Clarke y Carey Mulligan hacen de un matrimonio que queda en segundo plano ante los buenos trabajos de Garret Hedlund, perfecto como el típico soldado que llega desnortado de la guerra, sin rumbo y abrazándose a una botella, y Jason Mitchell, que de llevar el orgullo a su familia negra ese rol acaba siendo para él una perdición en ese microcosmos. Atención al escalofriante papel de patriarca racista Jonathan Banks, más curtido en las series de AMC que en el cine por el momento. Rees logra conmover y golpear con una película que, si bien se adentra en terrenos ya explorados, equilibra la parte narrativa con la emocional no renunciando a la crudeza de las imágenes (con la aparición del Ku Kux Klan) pero sin pretender ser tan enciclopédica o trascendental como “12 años de esclavitud” o “El nacimiento de una nación”. Con menos aspiraciones, la película llega a donde quiere que no es otra cosa que dar voz tanto a blancos como a negros (el cine reciente suele tomar partido por uno de los dos bandos) no fomentando sus diferencias sino compartiendo y transmitiendo desde ambas familias el mismo dolor humano congénito generación tras generación.
"Novitiate" también es una de las cintas procedentes del pasado Festival de Sundance y en ella Margaret Betts dirige y escribe una cinta en la que una joven comienza a cuestionar su fe católica mientras recibe la formación para convertirse en monja en un convento en los años 60. Una era de cambios en la Iglesia católica en los años del Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII. La cinta pretende ser más transgresora de lo que es, al indagar en la realidad de unas jóvenes que creen dirigir sus pasos por una vocación religiosa aunque en verdad lo que les pasa es que están perdidas y en plena crisis de identidad. Es lo que le ocurre a la protagonista que no tiene en la película un desarrollo especialmente destacable para explicar el despertar de su fe, más allá de venir de un hogar familiar marcado por las continuas discusiones de sus padres y la personalidad de una madre algo casquivana. Todo ello, más los inciertos años de la adolescencia en los que uno no sabe muy bien qué es y qué es lo que quiere, provoca que junto a otras novicias se introduzca en un convento iniciando todo ese protocolo de aprendizaje hasta encontrarse con el cuerpo de Dios de una manera oficial.
La cinta tiene esa atmósfera que recuerda a “Las vírgenes suicidas” y a “Las hermanas de la Magdalena” y presenta su principal defecto en el que el argumento es algo nimio provocando que la película no termine de carburar como se esperaría. Le salva, eso sí, el esfuerzo actoral, el no ser nada complaciente sobre la llegada a la fe, con alguna escena de autofustigamiento o autoplacer sexual nada habitual en el cine procedente de USA, y sobre todo una mayúscula Melissa Leo que borda ese papel de reverenda madre que, ante una dulzura gélida aparente inicialmente, encierra en su haber toda una tirana con ademanes casi militares y manipuladora de la débil psique de su rebaño de la fe. Especialmente verla en las reuniones con las novicias, pidiendo a Dios despatarrada en el pie de un altar, o en una escena entre sollozos con el resto de monjas de su congregación, provocan que Melissa Leo esté en su show y se merezca una nominación al Oscar como mejor actriz de reparto aunque el estar en una película pequeña y de estructura débil le va a restar posibilidades tanto en la difusión como a la hora de despertar unanimidad a su favor.
"Call me by your name" viene siendo sensación de la temporada desde que se pudo ver en el Festival de Berlín y de Sundance hace ya varios meses pero ahora en Toronto tiene la oportunidad de coger fuerza de cara a los premios y festivales de otoño. La cinta de Luca Guadagnino es una de las propuestas más naturistas, sensibles y auténticas que este cronista recuerda. La sensación del despertar iniciático llevada de una manera orgánica y perfectamente reconocible para todo aquel que ha vivido ese verano de revolución hormonal y que termina definiendo la personalidad de ahí en adelante. Es lo que le pasa a Elio, un adolescente de 17 años, en sus vacaciones veraniegas en una casa de la Riviera italiana a la que llega un invitado de sus padres, un joven de 24 años estudiante de la cultura griega con aire de despreocupado “bon vivant” que acabará revolucionando a todos los niveles a Elio en un viaje emocional y físico en el que se descubrirá a sí mismo en su manera más auténtica en unos días de chapuzones, verbenas con los amigos, experiencias sexuales y esa cierta sensación de necesario reposo y modorra que da el calor del verano que parece crear un microcosmos de irrealidad respecto a la rutina diaria pero que termina siendo un “carpe diem” y también el momento en el que, con la vida a otro ritmo, uno puede descubrirse más a sí mismo y también los pequeños (y grandes) placeres de la vida que van desde zambullirse en un lago, escuchar música, recorrer en bici un paisaje idílico, disfrutar de una buena conversación o, por supuesto, los más orientados a la compañía, al amor o al sexo.
Este despertar iniciático transcurre casi sin darnos cuenta derivando en un tímido tonteo que termina descolocando a los personajes envalentonados por una pasión que les hace sentirse invencibles el uno con el otro complementándose a través de las dos fases de la juventud que cada uno vive; la iniciática y la de consolidación. Sin la química y naturalidad de Timothée Chalamet y Armie Hammer esta película no hubiera sido posible ya que en ella se sustenta la reparadora e hipnótica puesta en escena de Luca Guadagnino, primorosa en estilo y en detalles de cada personaje y cada objeto o sensación que puebla cada escena, y un guión directo pero a fuego lento en el que las iniciales brasas de la atracción van desatando la llama del amor y la pasión en un medido guión de James Ivory en el que se agradecen pizcas de humor y escenas tan lúdicas como costumbristas que ayudan a esa sensación de que somos unos invitados más a esa casa de la Riviera formando parte de su ecosistema. Elio y Oliver son dos personajes que marcarán la carrera tanto de Chalamet, que tira de carisma y desparpajo no dando la sensación de que sea una actuación y aguantando como un maestro los primeros planos y las escenas llenas de matices en las que el desenfreno de su impulso se revuelven con el remordimiento y la frustración, como de un Hammer que por fin ha podido demostrar su habilidad actoral después de que Hollywood se empeñara sin éxito en convertirlo en héroe de acción. A destacar también a Michael Stuhlbarg como el padre de Elio que destila bonhomía y cierta despreocupación durante el metraje para después revelarse en una conversación final con su hijo que redondea la película junto a un epílogo que, en vez de ser un pegote, en esta ocasión sirve para cimentar la constatación de cómo esa pasión forjará el futuro de cada uno de ellos. “Call me by your name” es la consolidación tanto en estilo como en narración de un director destinado a seguir contando grandes historias con personajes vulnerables rodeados de un ambiente de pasión por el arte, la carnalidad y la vida. La misma que mantienen entre sí Elio y Oliver y la que habrá que comprobar si sirve de lanzadera o no de cara a la carrera de premios en el caso de que la conmoción gota a gota que deja esta película (tanto de sudor como de jugo de melocotón) siga calando como un clásico contemporáneo sobre la iniciación a la vida, sus placeres y sus dramas y alicientes tan universales y necesarios como el amor, la complicidad y el encontrarse a uno mismo.
“Le fidèle” de Michaël R. Roskam es la película con la que Bélgica este año va a los Oscar. Un país que nunca ha conseguido la estatuilla y que este año parece ir por el mismo camino. La cinta es un Romeo y Julieta al borde de la ley entre un criminal de golpes de alto nivel y una exitosa corredora de automovilismo. La pasión, las mentiras y la enfermedad marcan una relación autodestructiva que en la película va entre vaivenes con un ritmo lleno de altibajos que desemboca en una tercera parte directamente demencial en la que carga todas las tintas del drama excesivo y del tono lacrimógeno para golpear al espectador más por efectismo que por calidad y construida estructura emocional. El aliciente de ver juntos al actor fetiche del director, Matthias Schoenaerts, y Adèle Exarchopulos no es suficiente para una película que por su falta de definición no sabe si moverse en el thriller criminal y judicial, en el drama pasional marcado por la historia de chico malo que amenaza el exitoso futuro de la chica, o la pornografía emocional que tira del recurso de la enfermedad más dura para exprimir el lagrimal.
Nacho Gonzalo