En cajas libres de ácido, estantes de librerías y cajones planos y alargados cuidadosamente numerados, todos los restos materiales de Pat –con la excepción de lo que a veces parecía que más valoraba, su dinero– se encuentran en ese frío sótano de Berna. Berna, la capital de Suiza, es una frondosa y fragante ciudad de montaña con impresionantes vistas y oscuros soportales que Pat parece haber visitado sólo por carta. Está rodeada por un río de gélidas aguas de color azul celeste procedentes de un glaciar, el río Aar. Es tan peligroso como bello, y su corriente es tan rápida que, en sus orillas, cada cinco metros hay un pasamanos remachado para que los bañistas en apuros puedan agarrarse e intentar recobrar el aliento. De hecho, son muchos los bañistas que se zambullen en el Aar... pero no todos salen con vida. Ése es otro detalle de la capital suiza que a Pat Highsmith le habría gustado. Las pertenencias de Highsmith que se encuentran en los Archivos Literarios Suizos han sobrevivido a la turbulenta vida, los gustos cambiantes y el largo exilio de su dueña. Contienen, como ninguna otra cosa, lo que en una ocasión Janet Flanner llamó «los restos específicos e invisibles» de la larga relación de Pat con sus posesiones. De modo que aquí están ahora, a la vista del lector. O, mejor dicho, aquí está: una muestra considerable de las pertenencias de Patricia Highsmith en forma de lista, el método preferido de Pat de organizar su vida. El orden en el que aparecen en la lista es simplemente el orden en que los objetos fueron surgiendo ante mis ojos. Cuando ha sido necesario, he añadido notas interpretativas, pero la lista es en su mayoría descriptiva: un catálogo razonado de la historia oculta de las posesiones de Patricia Highsmith. Tras haber llegado hasta aquí, el propio lector podrá desentrañar casi todos los significados que encierran sus cosas. objetos Una máquina de escribir portátil Olympia De Luxe de color café, fabricada en 1956, con un teclado americano QWERTYUIOP estándar, teclas fáciles de pulsar (la probé repetidas veces) y una tecla E cuya letra identificativa lleva mucho tiempo borrada por el uso frecuente. Cuatro pequeños pies de goma. El estuche, rígido y de color gris ballena, tiene las curvas y los abombamientos de un remolque Slipstream y ha viajado por todas partes: está cubierto de pegatinas de compañías aéreas y países extranjeros. Tiene dos direcciones, 77 Moncourt y Tegna, y ambas llevan el nombre Patricia Highsmith. Es la máquina de escribir que utilizó para casi todo su trabajo a partir de 1956. Una caja de lápices Caran d’Ache. Plumas de distintos tipos. Una goma de borrar. Una navaja suiza. Con accesorios. Una daga. Unos cuantos alfileres. Latas de comida y tarros de mermelada, lavados, para los lápices y los bolígrafos. Un abrecartas muy afilado, con una hoja cortante. Líquido corrector WiteOut en forma de lápiz. Una flauta dulce. (Solía tocarla, limpiando cuidadosamente la boquilla cuando se la alcanzaba a los invitados para que la probaran y volviendo a limpiarla cuando se la devolvían.) La prescripción de sus gafas normales: +3 (ojo derch.), +2½ (ojo izq.). Unas gafas para leer: amarillas con la parte de arriba negra, con «cejas». Muy estilosas. Una medalla del Gobierno francés: Ordre des Arts et des Lettres [Orden de las Artes y las Letras]. El Premio de la Crítica de 1964 de la Asociación de Escritores de Literatura Policiaca. Otra flauta dulce. Salvamanteles de paja con pequeñas conchas. Una cabeza de madera, con el rostro congelado en una expresión de pánico y dolor. Mide unos veinticinco centímetros de alto y tiene un soporte de madera. Parece una cabeza de hombre, pero guarda un parecido asombroso con el retrato de la Pat Highsmith de veintitrés años con la cara alargada pintado por Allela Cornell. Pat le regaló esta pequeña escultura de madera a Rosalind Constable, que al final de su vida volvió a enviársela a Pat para que, como escribió en su carta, los futuros biógrafos «puedan ver lo que haces con la mano izquierda». Cajitas decoradas. Un pisapapeles: un cráneo de vaca de largos cuernos, pequeño y muy pesado, fundido en bronce en 1991 por su sobrino segundo Dan Walton Coates, un conocido artista de obras de temática del Oeste, en su tiempo libre. Una caja con forma de cabeza de gato de papel maché (la cabeza se levanta) que contiene monedas suizas. Lleva la inscripción «El gato tras los pasos de Pat, por J. & L.». Regalo de Linda y de su amiga Joëlle, las mismas amigas que le regalaron a Pat una elegante agenda de direcciones y le pintaron la cocina de Moncourt. Dos grandes, antiguas y pesadas llaves de su casa de Aurigeno, con la indicación «De adorno, cerradura cambiada. Puerta trasera principal». Muchos pequeños y extraños tótems de animales. Una esquila de cabra. Unos enormes prismáticos. Un gran espejo con marco dorado, con fotografías y postales pegadas con cinta adhesiva a los bordes del cristal; entre ellas, una postal de Colette vestida de hombre, una postal de una escena del tapiz del unicornio de Bayeux y una foto de Bettina Berch con su hija recién nacida. Una lupa doble. Un sacapuntas barato. Otra navaja. Dos espadas largas y muy pesadas. Son las «espadas confederadas» que Pat dijo que había comprado en Texas el año que Mary la dejó con su abuela en Fort Worth y volvió con Stanley a Nueva York. Las mantuvo en la posición de duelo, cruzadas, en las paredes de todas sus casas. Cuando Mary se estaba muriendo –y sin mencionar la muerte de Mary como motivo–, Pat por fin las descruzó. Las espadas fueron forjadas en Massachusetts: una en Chicopee y la otra en Spring field. Un juego de tenedor y cuchillo de trinchar de aspecto mortífero, lo bastante grandes para descuartizar un bisonte. Un casquillo de una bala convertido en pluma. Muchas figuritas y adornos con forma de gato. Tinteros. Cupones para sellos y monedas de muchos países europeos en otro tintero. Una caja con botones y piedras. Un enorme estereoscopio del siglo xix, tallado, lleno de detalles y muy difícil de usar. Va acompañado de decenas de cartulinas duras que llevan impresas las imágenes fotográficas dobles que aparecen en tres dimensiones cuando se ven a través del estereoscopio. Un tablero de corcho. Reproducciones de dibujos de David Hockney. Una chapa de Al Fatah. Una pizarra con los nombres «B. Skelton» [Barbara Skelton, su vecina de Francia] y «Millie» [Millie Alford, la prima con la que tuvo un breve affaire y una larga amistad] escritos con tiza. En determinado momento de su vida, Pat tenía pizarras tanto en su cocina como en su estudio para escribir listas de cosas que hacer. Una copia láser, con un marco de plástico, de una fotografía de su antigua amante Natica Waterbury, sola y sonriente en una barca en un lago. El retrato de Pat Highsmith con veintitrés años pintado por Allela Cornell. Pat está abrazándose el cuerpo con sus enormes manos y tiene el aspecto de una mujer ya abrumada por su futuro. Pat tuvo este cuadro colgado en todas las casas en las que vivió. Dos objetos que los vecinos suizos de Pat, los Diener, se quedaron de recuerdo: Un caracol de encaje enmarcado con fibra de vidrio que Pat recibió como regalo cuando cumplió sesenta y seis años. Una baraja de naipes artística que se puede colocar formando todo un paisaje. El paisaje se puede cambiar moviendo las cartas. Impresa en Leipzig. Y un objeto que recibí yo: uno de los emblemáticos pares de pantalones vaqueros LeviStrauss 501 de Pat, remendados y lavados con lejía. Se los puso durante toda la década de los setenta en Moncourt y todavía conservan la forma de su cuerpo. biblioteca La biblioteca de Pat es otra historia. Los libros que quedan dan la impresión de ser la colección de una mujer que dejó de leer en serio tras llegar al nivel de las clases de literatura de la universidad. Es la biblioteca de alguien que tuvo una buena formación clásica... y que decidió no seguir desarrollándola. No parece que se añadieran muchos libros tras sus días de estudiante de Barnard, y casi todos los volúmenes posteriores son obras de amigos y colegas (enviadas por las editoriales), ejemplares de libros que le pidieron que reseñara (también enviados por las editoriales) u obras de la propia Pat en distintas lenguas y ediciones. La gama de títulos da fe del aislamiento de Pat: vivió en Europa durante gran parte de su vida adulta, pero apenas hay libros en ninguna de las lenguas europeas que practicaba en sus cuadernos y diarios.