Es un momento clave para el cine de aventuras y de época en Hollywood, cuyos potentados están un tanto sorprendidos por los dividendos generados por este tipo de producciones en un momento tan delicado como el actual. Títulos como Treasure Island (La isla del tesoro, 1934) y The Count of Monte Cristo (El conde de Montecristo, 1934)95, ambos estrenados en el último agosto, han recogido en taquilla más que la mayoría de las películas de otros géneros en el mismo periodo, por lo que MGM está poniendo en marcha su superproducción Mutiny on the Bounty (La tragedia de la Bounty, 1935) con Frank Lloyd al frente de las operaciones y Cecil B. DeMille, siempre inquieto ante el éxito, ya trabaja en The Crusades (Las Cruzadas, 1935) para Paramount. Jack Warner no quiere ser menos. Para su estudio es también otra oportunidad de rentabilizar los derechos adquiridos en 1925 con la compra de Vitagraph, entre los que se incluían los de “Captain Blood: His Odyssey”, una novela del ítalo–británico Rafael Sabatini publicada en 1922 que la extinta productora había llevado al cine dos años después, y cuyos derechos fílmicos había renegociado la propia Warner con su autor en 1930. Antes de la llegada de la primavera de 1935 ya se habían tomado las primeras decisiones, y con la misma extraña determinación que había llevado a Reliance a contratar al serio pero limitado Donat para The Count of Monte Cristo, la Warner también se había dirigido al actor británico y le había convencido de que interpretase al protagonista de su película, un doctor reconvertido en pirata por los avatares del destino; Bette Davis había sido seleccionada para el papel de Arabella Bishop, su interés romántico y antagónico en la historia, con otras actrices como Anita Louise, Jean Muir y la jovencísima Olivia de Havilland en reserva. Casey Robinson, escritor de intertítulos para diversos filmes mudos y director de seis cortometrajes y un western de bajo presupuesto, fue asignado como guionista al mismo tiempo que Wallis nombraba a Harry Joe Brown como supervisor de producción y a Anton Grot como director artístico. Para dirigirla el único nombre en mente había sido el de Curtiz.
Para marzo la Warner ya había hecho pública su intención de filmar Captain Blood con un presupuesto de 750.000 dólares prontamente incrementado hasta el millón cuando la construcción de los principales decorados estuvo casi terminada, una cantidad ciertamente reducida para la envergadura del proyecto ya que se había tomado la decisión de no utilizar barcos reales, sino miniaturas y planos de otras películas propiedad del estudio. El mismo mes, y mientras se esperaba la llegada de Donat, se habían filmado pruebas a varias de las actrices para el rol de Arabella utilizando a Errol Flynn como compañero de plano, desocupado como de costumbre. Muir y Louise se encontraron incómodas junto al actor australiano, quien las miraba a la frente en lugar de a los ojos, pero la situación había cambiado el día 28 en la prueba con De Havilland, mucho más satisfactoria. Para mayo, y mientras Curtiz terminaba el rodaje de Front Page Woman, ya se había producido una noticia trascendente: Donat, aduciendo que su asma crónico podía resentirse si viajaba a Estados Unidos, había rechazado participar en la película, si bien ulteriores comentarios de Wallis aclararán que la verdadera razón había sido la negativa de su entonces amante a salir de Inglaterra. Sin protagonista no había película y, mientras Curtiz iniciaba el rodaje de Little Big Shot, Wallis había comenzado a buscar al actor ideal para el papel. La lista era considerable e incluía a George Brent –«sin la gallardía y el color que necesitábamos»–, Fredric March –que había preferido trabajar para Zanuck–, Leslie Howard –quien pese a la muy positiva opinión de Harry Joe Brown no estaba interesado en el rol–, Ronald Colman –también bajo contrato con Zanuck–, e incluso Clark Gable, una imposibilidad doble ante el coste que habría supuesto y su confirmada participación en Mutiny on the Bounty. Brown había probado incluso a Brian Aherne, otro actor inglés que tampoco había convencido a Wallis.
La solución había llegado por un doble frente y se llamaba Errol Flynn. Tras su efímera participación en The Case of the Curious Bride, el australiano sólo había colaborado brevemente en Don’t Bet on Blondes (1935), una comedia de Robert Florey que había pasado sin pena ni gloria por la taquilla, pero en el interregno le habían sucedido dos hechos trascendentales: había contratado como representante a Minna Wallis, la hermana de Hal, y su romance con Lily Damita estaba a punto de derivar en matrimonio. Ambas habían presionado a su manera a Wallis, Jack Warner y Curtiz para que Flynn tuviese una oportunidad de demostrar su valía. El 13 de junio, y con Curtiz en pleno rodaje de su película con Jason, había sido Mervyn LeRoy el que se había hecho cargo de filmar una prueba tanto a Flynn como a Brent; una semana después había sido el propio húngaro el que había rodado una nueva prueba más extensa con Flynn, esta vez con vestuario, extras y Jean Muir como compañera de reparto una vez que la actriz, otrora una más en nómina del estudio, parecía haber conseguido el papel de Arabella tras nuevas pruebas filmadas a Bette Davis y Olivia de Havilland. El resultado había sido definitivo para Wallis: «No parecía tener importancia si podía o no actuar. Saltó de la pantalla a la sala de proyección con la fuerza de una bala». Sin embargo, y todavía temeroso de que un neófito protagonizase una producción de tal envergadura, Wallis había decidido probar a Ian Hunter el día 27, sin resultado positivo alguno. La decisión final a favor de Flynn se había tomado a comienzos de julio, una medida en la que también había jugado la reducción presupuestaria que suponía el contar con alguien desconocido como protagonista.
Con Flynn en cartera, Wallis y Curtiz habían asignado rápidamente el resto de los papeles principales. Muir había perdido el suyo debido a que su acento neoyorquino no era del gusto del público inglés en un rol tan británico como el de Arabella, tal y como habían transmitido los representantes de la Warner en Londres; su sustituta había sido De Havilland, una joven –19 años– de origen británico y aire virginal que ya estaba en boca de todos tras su celebrada participación en A Midsummer Night’s Dream. Ambos protagonistas demostrarán lo acertado de su elección, al igual que lo hará Basil Rathbone, un sudafricano de cierto prestigio escénico pero cuya filmografía hasta el momento merecía escasa atención, que en el papel del pirata Levasseur tendrá la oportunidad de mostrar toda su altanería y porte. El cuarto en discordia, junto a lo mejor bajo contrato con el estudio, será Lionel Atwill, que dará cuerpo al sádico coronel Bishop, tío de Arabella y enemigo declarado de Blood. Curtiz tiene los ingredientes necesarios. Un espléndido reparto, pese a la inexperiencia de alguno de sus actores principales, un magnífico equipo técnico con el recuperado Hal Mohr a la cabeza, extraordinarios decorados de Grot en línea con el resto de sus colaboraciones y un abultado presupuesto. La guinda al pastel la está intentando poner el propio Wallis contratando a Erich Wolfgang Korngold para que escriba una larga partitura, una labor a la que por el momento se resiste el compositor austriaco, de regreso al viejo continente.
Mención aparte merece el guión de Robinson, un periodista de profesión que había iniciado su conexión con el mundo cinematográfico en 1927. Robinson defendía la máxima fidelidad posible a la hora de adaptar una novela o una obra teatral, y su guión de Captain Blood, cuya versión final revisada está fechada el 24 de julio, es un excelente ejemplo de ello. La novela de Sabatini es medianamente larga, llena de situaciones y personajes con el protagonista como centro absoluto, e incluye obvias simpatías y desdenes por determinados países. El escritor había utilizado un trascendental periodo de la historia de Inglaterra, el enmarcado entre 1685 y 1688, iniciando el relato con la rebelión de los incautos pero liberales partidarios del Duque de Monmouth, hijo bastardo del fallecido rey Charles II, frente al gobierno del heredero legal James II, y terminándolo con la llegada al trono de su hija Mary II, esposa del holandés Duque de Orange que reinó con el nombre de William III. Las connotaciones políticas de este momento tan particular son muy importantes ya que retratan el comienzo de la monarquía constitucional inglesa opuesta a los regímenes de Francia y España, lo que es decir la aparición de un sistema democrático que reconoce derechos a sus súbditos frente a otros en los que el monarca mantiene un poder absoluto. Robinson sigue verazmente la trama de la novela durante los primeros nueve capítulos, incluso utilizando literalmente muchos de los diálogos, aquellos que retratan la injusta condena de Blood, el inicio de su esclavitud y su ulterior huída, aunque desde el capítulo diez sintetiza admirablemente el resto eliminando subtramas y personajes, y condensando muchas de las situaciones en otras ya planteadas. Fuera quedan la totalidad de los personajes españoles y todo lo relacionado con el almirante Miguel de Espinosa y su deseo de venganza; fuera quedan las referencias al gobernador francés de la isla de Tortuga y a su hija; fuera queda la participación de Lord Julian, un enviado de James II; fuera queda, en fin, todo lo relacionado con las actividades de Blood al servicio del rey francés Louis XIV y el siniestro barón de Rivarol. En su lugar Robinson prefiere acentuar el personaje de Arabella otorgándole una importancia decisiva en la historia, que beneficia considerablemente a la forma en que se muestra su relación amor/odio con el capitán pirata. Así, Blood y Levasseur no cruzarán sus espadas por el honor de Mademoiselle d’Ogeron, la hija del gobernador de Tortuga, sino por Arabella, capturada por el francés junto con Lord Willoughby, el enviado inglés de William III que en la novela sólo aparece en los capítulos finales; con ello desaparece el retrato de celos mutuos que supone para Arabella la existencia de la hija del gobernador y para Blood la de Lord Julian, permitiendo incrementar la relación entre ambos que en la película es más continua que en la novela. Robinson incluye dos pequeñas e importantes alteraciones que fomentan aún más esta dicotomía, presentando a Arabella, y no a su tío, como la compradora directa de Blood en el mercado de esclavos y como la principal responsable de que el protagonista se convierta en el médico de cabecera del gobernador. La supresión de los infaustos personajes españoles y franceses obedece tanto a la necesidad de contención temporal del metraje, que con todo debe llegar a las dos horas, como al insuficiente presupuesto que impide la filmación de escenas tan espectaculares como el asalto a las ciudades de Cartagena y Maracaibo. De la misma forma ciertas alteraciones en las ubicaciones físicas de la trama, trasladando todas las escenas que se desarrollan en Barbados a la isla de Jamaica, centro en la novela de la batalla final, ayudan igualmente a una concentración espacial frente a la trabajada dispersión geográfica del texto de Sabatini.
Apoyado en un trabajo tan bien elaborado, Curtiz inicia por fin el rodaje el jueves 7 de agosto tras comprobar durante varios ensayos que existe una química indudable entre sus dos protagonistas. Dispone de cincuenta y seis jornadas y 700.000 dólares, unas cifras ciertamente voluminosas para el estudio. Gran parte de la filmación tendrá lugar en los platós de Burbank, Sunset y Prospect, pero también se rodarán escenas en Palm Springs, Laguna Beach y el Rancho Warner. Sin embargo el inicio no puede ser más desalentador. Curtiz comienza filmando las escenas en el dormitorio y el recibidor de la casa de Blood, una jugada arriesgada ya que se trata de la primera aparición del personaje en la pantalla, lo que exige la máxima concentración del intérprete. Flynn –a quien Curtiz rebautizará en su léxico personal como ‘Earl Flint’96– llega tarde, sin el guión aprendido y con un estilo interpretativo más parecido al teatro isabelino que al de una película. Curtiz monta en cólera y comienza a enfrentarse al australiano demandándole más pasión y menos gestos afeminados; Flynn, que no es de los que se calla, replica a su manera al húngaro, estableciéndose un antagonismo que se irá incrementando con el paso de los años. Para De Havilland, poco acostumbrada a semejante despliegue de insultos, el único lugar de descanso será su camerino.
A la semana de rodaje, y con Flynn manifiestamente afectado por su afición a la bebida y sus constantes discusiones con Damita –con quien se ha casado el 19 de junio–, Curtiz decide acudir a Wallis y le pide que sea sustituido. La respuesta es tajante: «Regresa al plató, sigue el guión y dirige a Flynn». Desde entonces Wallis le vigilará de cerca, enviando comunicados con lo que le gusta y lo que no de lo filmado, injiriendo en múltiples ocasiones en su estilo creativo:
18 de agosto: «Creo que Flynn lo está haciendo muy bien, aunque en la escena del juicio creo que le has contenido demasiado, particularmente en aquellas frases en las que habla de haber estado en prisión durante tres meses (...) Me parece que podrías haber obtenido un poco más de fuego por su parte.»
27 de agosto: «De Havilland (...) parece haber perdido su naturalidad. (...) Debería ser espontánea, y brillante, y ligera, y con ojos centelleantes, pero en esta película no se ve. No sé a qué se debe. Déjala libre en un par de escenas y observa cómo las hace.»
28 de agosto: «Estoy viendo tu filmación del día y, aunque el material es muy bueno, has tenido un día corto de trabajo. Supongo que se ha debido al mal tiempo. Aunque no entiendo qué es lo que piensas en algunos momentos. La escena en el dormitorio entre Blood y el gobernador tiene un chascarrillo en boca de Blood: ‘Haré que se encuentre bien esta noche, aunque tenga que sangrarle hasta la muerte’ (...) y en lugar de rodarlo en un primer plano –un gran primer plano– mostrando la reacción de Flynn y lo que está tratando de expresar, y la astuta mirada de sus ojos, lo filmas en un plano largo de manera que incluyes la composición de un candelabro y una botella de vino en una mesa en primer término, lo cual me importa un rábano. Por favor no olvides que lo más importante que debes hacer es trasladar la historia a la pantalla, ¡y no me importa que quieras rodarla delante de un TERCIOPELO NEGRO! siempre que la cuentes; porque si no tienes una trama, toda la composición de planos y todas las velas del mundo no harán una buena película...»
9 de septiembre: «Las tomas del día en el jardín, entre Blood y la chica [de Havilland], son generalmente buenas. Él interpreta muy bien la escena en la carroza... y si quisieras trabajar un poco con el chico [Flynn], y otorgarle un poco de confianza, sé que podría ser el doble de bueno de lo que es ahora, pero el tipo parece que está muerto de miedo cada vez que entra en una escena. No sé cuál demonios es el problema.»
Para el 13 de septiembre, trigésimosegunda jornada de rodaje y con 5 días de retraso sobre lo planificado, Curtiz ya está rodando en el decorado que recrea la cubierta del galeón ‘Cinco Llagas’, una espléndida construcción a tamaño natural que ocupa la totalidad del plató 3 de Burbank, uno de los más grandes del estudio. Grot y su equipo han trabajado con un detalle encomiable. Ahora Curtiz debe filmar contra un fondo simulado, siempre desde el ángulo ideal que permita aparentar el movimiento de las olas con simples inclinaciones de la cámara, consiguiendo crear la ilusión de la existencia auténtica de un barco en alta mar. Lo que sí es genuino es la dureza del rodaje, con los actores vestidos con recargados y pesados trajes en platós sin aire acondicionado sometidos a temperaturas aún más extremas que las que provee el verano californiano, cortesía del gran número de focos. Flynn sufre esto en especial, arruinando más de un plano al limpiarse el sudor y obteniendo el correspondiente grito por parte de Curtiz, pero el severo método de trabajo de éste, que incluye un número de tomas repetidas por encima de lo habitual, terminará por beneficiarle al extraer del actor una interpretación vitalista y contagiosa a un nivel que nadie podía prever. Para el novel australiano trabajar con Curtiz puede ser una pesadilla, pero su sueldo es sextuplicado a mitad de rodaje gracias a la calidad de las tomas y a las buenas artes de su agente. Flynn tendrá la oportunidad de conocer en persona a Jack Warner, su valedor en la sombra, cuando su interpretación bajo la influencia severa del alcohol en una de las escenas termine llamando la atención al vicepresidente. El actor afirmará en sus memorias que había bebido para superar un rebrote de la malaria contraída años antes.
El martes 16 Curtiz y su equipo se desplazan al sur de Los Ángeles, a Laguna Beach, donde se van a filmar las escenas que se desarrollan en la isla Virgen Magra, territorio neutral para los piratas y lugar del duelo a muerte entre Blood y Levasseur, una escena preludio de otras similares en infinidad de películas que resultará particularmente complicada de rodar y revelerá hasta qué punto Curtiz está dispuesto a llegar para obtener el mejor resultado posible. La dificultad del terreno y el peculiar aire que quiere otorgarle obligan a una detallada y cuidada planificación. Tanto Rathbone como Flynn han sido instruidos por el especialista en esgrima Fred Cavens, el mejor en Hollywood, pero ninguno es espadachín profesional –aunque el primero se dedicará pronto a la esgrima deportiva–, y su entusiasmo interpretativo termina traduciéndose en un pequeño corte en la cara de Flynn; Curtiz había ordenado retirar los topes de las espadas para crear una mayor sensación de realismo y, pese a que la escena adquirirá una dimensión mítica, el actor australiano no olvidará el incidente. Con Curtiz ubicado en la coqueta casita de playa que Bess y él habían comprado en Laguna Beach será el hogar del equipo durante ocho días, al término de los cuales la producción se encontrará con seis días y medio de retraso sobre lo planificado y más de 110 minutos de escenas ya impresionadas. Pero la noticia que corre por todo el estudio es la excelencia de lo que se está rodando, tal y como Wallis y Jack Warner comprueban con asiduidad, un gran nivel que le permite continuar a Curtiz por encima del tiempo y del presupuesto, deteniéndose en grandes escenas con una obsesión perfeccionista digna de su periplo austriaco. Esto no impedirá que Wallis vuelva a mostrar su lado más agresivo:
«He hablado contigo más de cuatro mil veces, hasta amoratarme, sobre el vestuario de esta película. Incluso una noche me senté aquí contigo, y con todo aquel relacionado, y discutimos cada traje en detalle, así como el hecho de que cuando los hombres se convierten en piratas no haríamos que Blood se adecentase. Pero esta noche, en las tomas del día, en la secuencia del reparto del botín, está el Capitán Blood con una agradable chaqueta de terciopelo, puños de encaje en los bajos, un bonito cuello de encaje, justamente vestido de forma opuesta a lo que te había pedido (...) ¿Qué demonios te ocurre, y por qué insistes en contradecirme en todo lo que te pido que no hagas? ¿Qué es lo que debo hacer para que las cosas se hagan a mi manera? Quiero que el tipo parezca un pirata y no un mimado. Le haces estar de pie negociando con un montón de personajes endurecidos, y le vistes como un maldito maricón... Supongo que cuando al final marche a la batalla con los piratas contra los franceses, probablemente le vestirás con un sombrero de seda alto y botines.»