"Los miserables"
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El argumento: Stéphane acaba de unirse a la Brigada de Lucha contra la Delincuencia de Montfermeil, un suburbio al este de París. Allí conoce a sus nuevos compañeros, Chris y Gwada, dos agentes experimentados en las enormes tensiones que existen entre los distintos grupos organizados por el control del barrio.
Conviene ver: La inmortal obra de Victor Hugo es un clásico cuyas versiones son incesantes y continuadas en el tiempo bien sea en formato cinematográfico, televisivo o musical. El espíritu de la obra que mejor supuso reflejar la lucha de clases y esa enfermedad congénita que es la de la pobreza cobra vida de la mano del director de origen senegalés Ladj Ly adaptando su propio cortometraje homónimo de hace dos años y llevando a nuestro tiempo, la de la Francia que ganó el pasado Mundial de fútbol de 2018 frente a Croacia, una analogía del grito unido de un pueblo que, al margen de culturas y diferencias sociales, tiene todavía pasiones comunes que tienden puentes como es la del deporte. Y es que “Los miserables” arranca con una pandilla de críos dirigiéndose a las puertas del estadio para ver en pantalla grande la cita deportiva y el duelo entre dos impulsores futbolísticos para los respectivos equipos como son Mbappé en la selección gala y Modrić en la croata. Ladj Ly merece el calificativo de ser el Spike Lee de la periferia francesa y es que, con un estilo muy documental de cámara al hombro, se adentra en esa pulsión efervescente entre pullas cómplices, banderas enrolladas independientemente de procedencias y La Marsellesa sonando a todo pulmón.
“Los miserables” es un potente retrato rodado con verdad y nervio sobre esa Francia raída que vemos en los noticiarios, la de un caldo de cultivo en permanente ebullición que históricamente dio estallidos como la Revolución Francesa de 1789 o las revueltas estudiantiles de Mayo de 1968 y que ahora se traduce en las manifestaciones de los llamados “chalecos amarillos”, las quemas de coches de hace una década y en el desarraigo de una sociedad multicultural pero que convive mirándose con recelo estigmatizada por la raza y lo poco que tienen en el bolsillo. Un retrato social e intenso con un trío de policías que patrulla los suburbios del barrio de Montfermeil entre trapicheos por los mercadillos, mafias y grupos de distintas etnias que marcan su ley, actuaciones policiales que se extralimitan, y el contraste del cabecilla del trío (que usa sus galones y su arma como continua amenaza intimidatoria sintiéndose fuerte en su poder) y una nueva incorporación (un padre separado que es destinado a la zona para no estar lejos de donde vive su hijo) que cuestiona esos métodos ante el peligro que supone prender la mecha entre unos policías que son vistos como la represión, negros inmigrantes y gitanos nómadas, salpicado por una doctrina moral marcada por ciertos ensalzadores religiosos que van a la caza de mentes volubles y tiernas para la causa. Una violencia social aceptada con resignación y sobre la que cada una de las partes estira sus límites desencadenándose los hechos cuando el robo de un cachorro de león deriva en un chico negro que es disparado fruto de la confusión y la desesperación fruto del caos con un dron en las alturas que es testigo de esa desmedida actuación policial.
“Los miserables” es precisamente la disección a vista de dron de un enjambre entre chabolas y pisos colmenas en los que reina la podredumbre moral y en el que el Gavroche de la obra de Victor Hugo muta en esos adolescentes extranjeros de sí mismos en el que el sentido de comunidad, la propia de las circunstancias, es una vía de supervivencia y de resistencia frente al que amenaza el “status quo”, aquí unos policías que no pueden superar las barricadas nacidas en el miedo y la rabia de una población segregada, estigmatizada y sin posibilidad de progreso por parte de la sociedad y de unos políticos que miran hacia otro lado. La película no esconde la violencia de ambos lados, sintiendo como el sudor frío inunda el cogote de unos y otros, y aunque puede pecar de moralizante a la hora de intentar mostrar al mundo una realidad es de alabar su pulso, intensidad, ausencia de autocomplacencia y el dibujo de unos policías (Damien Bonnard, Alexis Manenti y Djibril Zonga) que en el fondo, entre arrogancia, desdén y aburrimiento, lo único que quieren es llegar al final de la jornada con la dignidad de haber hecho el único trabajo en el que se consideran buenos para ejercerlo. La media hora final sólo confirma la disparidad de opiniones que puede despertar una película condenada a la polémica por el riesgo en el tono crudo que asume y en su generación de preguntas más que respuestas, llegando a una última secuencia en la que (como si fuera la peonza de “Origen”) sólo el espectador puede apostar por dónde caerá la providencia del destino en lo que no deja de ser un callejón ya sin retorno ante la relación tan deteriorada de dos bandos que son incapaces de verse más allá del miedo y el odio. A lo “Nocturama”, y siguiendo la senda de títulos como “El odio” de Mathieu Kassovitz, es una película condenada a la división y a la polémica en su trato. Muy bien realizada y con una potencia en su mensaje a ratos extremo pero valiosa en cómo actualiza el mensaje perenne que nos legó todo un clásico. Más mérito siendo una ópera prima que se cierra con la siguiente frase de la obra de Victor Hugo: “Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”.
Conviene saber: Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2019, nominada a 3 premios del cine europeo 2019 y representante de Francia para el Oscar 2020 a la mejor película internacional.
La crítica le da un SIETE