"El irlandés"
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El argumento: Frank Sheeran fue un veterano de la Segunda Guerra Mundial, estafador y sicario que trabajó con algunas de las figuras más destacadas del s. XX. “El irlandés” es la crónica de uno de los grandes misterios sin resolver del país: la desaparición del legendario sindicalista Jimmy Hoffa; un gran viaje por los turbios entresijos del crimen organizado: sus mecanismos internos, rivalidades y su conexión con la política.
Conviene ver: "El irlandés" no es sólo uno de los títulos más esperados de la temporada sino que el acariciado proyecto de Martin Scorsese, el que tanto tiempo ha intentado sacar adelante en busca de una financiación que sólo le dio Netflix a la hora de encarar tan ambiciosa empresa, es desde ya uno de los títulos incontestables que jalonan la carrera del director situando a esta cinta como una de las obras capitales de su cine, el legado fílmico de toda una carrera magistral, y una alta cota dentro del subgénero de mafiosos que el director ha explorado desde diferentes vertientes, épocas y clanes. Una gran novela de la Historia americana en forma de película y a lo largo de más de tres décadas partiendo de un largo flashback narrado por Frank Sheeran, veterano de la Segunda Guerra Mundial que irá escalando, a través del clan mafioso de los Bufalino en Pensilvania, primero como camionero, después como matón a sueldo y finalmente como hombre de confianza de Jimmy Hoffa, líder del sindicato de camioneros y que en su época (la década de los 60 y 70) llegó a alcanzar una gran popularidad y notoriedad. A lo largo de 210 minutos, tres horas y media que no se hacen largas y que ante una intensidad “in crescendo” sí digeribles, la cinta habla del poder, la ambición, la amistad, la solidaridad, la traición, la culpa, la soledad y la vejez en un cóctel bien medido que no hace compleja la historia a pesar de la sucesión de nombres (casi todos ellos carne de cañón o de acabar víctimas de un disparo calculado en cualquier callejón) y es que la cinta sabe centrar la historia en ese tridente formado por Frank Sheeran (Robert De Niro), Jimmy Hoffa (Al Pacino) y Russell Bufalino (Joe Pesci) no queriendo atosigar con datos y dando al resto de personajes los matices necesarios para estar presentes pero dentro de un rol accesorio. Desde la residencia de ancianos en la que Sheeran intenta expiar sus culpas abrazando la fe, en una soledad auspiciada por la vejez y provocada por los actos cometidos en su vida para ascender dentro de una maraña de reparadora camaradería encontrando un lugar en el mundo a costa de sangre y trapicheos, y el viaje por carretera hacia una boda que desembocará en el clímax y punto álgido de la cinta, la cinta se mueve con sobriedad y un dominio apabullante de la puesta en escena obra de un viejo zorro como Scorsese que recupera el brío y magisterio de sus grandes títulos (“Malas calles”, “Taxi driver” y “Toro salvaje”) completando y conectando con su trilogía más paradigmática de la mafia formada junto a “Uno de los nuestros” y “Casino”. A ello ayuda un melancólico, enérgico y bien cincelado guión de Steven Zaillian (“Gangs of New York”) y el empaque que aportan la fotografía de Rodrigo Prieto (“El lobo de Wall Street”, “Silencio”) y el montaje de la imprescindible Thelma Schoonmaker (ganadora del Oscar por “Toro salvaje”, “El aviador” e “Infiltrados”). “El irlandés” entronca con la melancolía impregnada del western crepuscular y del cine de Howard Hawks a lo largo de la Historia de un país que pasa de las disputas electorales entre Nixon y Kennedy (con un JFK apretando el cuello del poder de Hoffa), la siempre tensa e interesada relación de controversia entre Estados Unidos y Cuba, o el negocio de las armas en las sucesivas Guerras del Golfo. Y es que la televisión y la radio es testigo y narrador del contexto histórico en el que se mueve la película y en la que, además de los tres mafiosos mencionados, se ven los tejemanejes de otros como Tony Pro (Stephen Graham), Fat Tony (Paul Sorvino), Felix Di Tullio (Bobby Cannavale) y Angelo Bruno (Harvey Keitel). Es precisamente Graham el que mantiene el tipo de tú a tú frente a los grandes, especialmente en sus disputas con un desbordante Pacino, discutiendo por los minutos de cortesía que hay que esperar a la otra parte antes de dar por concluida una reunión, demostrando el talento del actor británico que vuelve a brillar como mafioso italiano, desalmado y excéntrico tras su Al Capone de “Boardwalk Empire” (2010-2014).
El miedo a la muerte y el sentimiento de culpa, así como la necesidad que tienen los poderosos de mantener su estatus y los muertos de hambre en encontrar su razón de ser en el mundo encontrando cobijo y respaldo de reconocimiento y confianza, tienen una gran presencia en una cinta en la que Scorsese no necesita de imprimir un ritmo trepidante para que la historia crezca y vaya “in crescendo”, primero en el planteamiento de personajes, alianzas y caldo de cultivo, para posteriormente llegar a la intriga, al misterio, la traición y la necesidad de redención, todo capitalizado a través de un personaje que vale más por lo que calla que por lo que dice, Peggy, la hija pequeña de Sheeran que va creciendo a lo largo de la película adoptando posteriormente el rostro de una Anna Paquin que imprime de reproche la mirada hacia un padre que sólo ha buscado prosperar para, a su manera, dar lo mejor a su familia y ser admirado por los suyos aunque sea manchándose las manos para otros y estar inmerso en favores y negocios oscuros. Scorsese, además, no sólo redondea con una obra imperecedera su legado cinematográfico sino que logra dar valor al silencio, tan apabullante como incriminatorio y desgarrador, y a la mirada, profunda y cómplice, por encima de la truculencia o la música que, volviendo a estar presente en una filmografía con buenos “playlist”, aquí adopta un papel de modesto soporte acompañando a la acción de manera necesaria pero discreta. Y es que Scorsese logra volver a explorar el mundo de la mafia pero que ello suene nuevo en su filmografía, desde la épica del intimismo, sobre todo porque tras la vigorosidad y la energía de querer ser el rey de la pista, restándole ahora de todo glamour, sus personajes ahora miran atrás con tristeza y amargura, se lamen las heridas, añoran a sus compañeros caídos y rememoran con las facultades mermadas por los años si todo ese camino ha valido la pena para, al final, no haber evitado otra cosa que quedarse solo ante la única certeza que da la vida y que no es otra que la llegada de la muerte.
Y es que la cinta gana en emoción para el cinéfilo por el hecho de que veamos el último rugido del talento de dos grandes como Robert De Niro y Al Pacino, dos genios e iconos de la interpretación y de la nueva corriente del cine USA de los 70, que saben que están ante el papel colofón en sus carreras. De Niro (en su novena colaboración con Scorsese) es el protagonista absoluto de la cinta, y desde una perspectiva sobria, rompe a fuerza de una mirada que se mueve entre la seguridad de la lealtad, la emoción de la confianza, el remordimiento de la culpa y la necesidad de expiación, mientras que Pacino crea un personaje explosivo, de ademanes teatrales, pero nunca estrambótico y con un gran valor humanizador, a pesar de todo, de cara al espectador tanto en su auge de poder como en su caída en desgracia cuando para los suyos ya no es más que un lastre. Eso sí, el que finalmente se lleva la película a su terreno es el Bufalino de Joe Pesci que sale de su retiro (tras una carrera espaciada) para ofrecer un personaje sinuoso y carismático, casi como una víbora que hipnotiza desde una voz tranquila y persuasiva pero que, a pesar de tener claros los objetivos cueste lo que cueste, sabe dar cobijo, protección, cariño y respeto a los suyos como base del poder en la sombra mantenido a lo largo de tantos años. Pesci toca a las puertas de un segundo Oscar tras la estatuilla conseguida por “Uno de los nuestros” y la película es mucho mejor cuando su presencia diminuta pero llena de fuerza, propia de los grandes actores clásicos, está presente en pantalla.
Es verdad que Netflix, y su modelo de distribución, provoca que la cinta sólo llegue a unos cines seleccionados, y que no vaya a ser lo mismo verla en el salón de casa, pero hay que reconocerle que al final han sido los únicos que dieron luz verde, y un cheque de 160 millones de dólares, para que Scorsese pudiera brindarnos esta joya que huele a broche de oro para agigantar el legado de una carrera ya de por sí magistral y situada en el olimpo de las últimas cuatro décadas. Eso sí, perdonamos gracias a la brillantez de la cinta que el pretendidamente revolucionario CGI quede en agua de borrajas y en ningún momento nos creamos que el Frank Sheeran de De Niro tiene menos de 60 años, sobre todo porque la forma de moverse de un señor mayor no puede cambiarse y más cuando el tinte y una expresión casi videojueguil resta algo de magia y credibilidad al rostro de los intérpretes. En todo caso, y a pesar de lo sobado que está el término en la celeridad de las redes sociales, Scorsese ha firmado toda una obra maestra. Una de las grandes películas de la Historia del cine que recordaremos por siempre firmando la rúbrica de un estilo de hacer cine, comprometido y revisionista, pero análogo a la hora de abrazar tanto el clasicismo como el modernismo, como perfecto homenaje a un género, a una forma de encarar el oficio y al talento ya en forma de canto del cisne de la generación que empezó con él y que ha contribuido a seguir haciendo grande el arte del cine en el último medio siglo.
Conviene saber: Adaptación de la novela de Charles Brandt que llegó a España con el título de “Jimmy Hoffa. Caso cerrado”.
La crítica le da un DIEZ