Título: “Joseph L. Mankiewicz. Un renacentista en Hollywood”
Autor: Christian Aguilera
Editorial: T&B Editores
A la memoria de Josep Aguilera (1913-2007)
Primera edición: Enero de 2009
Nota de la Redacción: Estamos ante un libro sobre la obra del director, más que sobre el propio director; una monografía más que una biografía. El repaso es inteligente, metódico, con un estilo y un tratamiento sin concesiones a la facilidad. Unas pocas páginas que puedes leer aquí mismo sobre “Cleopatra” lo ejemplifican.
Se analizan profundamente planos y secuencias, tanto por sus valores estéticos como psicológicos. En la parte biográfica, más intelectual que emocional, se emplean fuentes directas como una entrevista de Michel Ciment, de donde parte la primera memoria personal del director: «Mi madre procedía de un pequeño lugar, Corlant, en los países bálticos, donde se hablaba alemán. Mi madre ya estaba instalada en América cuando llegó mi padre. Tenía un talento increíble, muy bien dotada como costurera, y si mi hermano y yo somos inteligentes, nos viene de nuestra madre. Era una mujer muy divertida que vino a los Estados Unidos con su hermano Harry (...) Mi madre hacía todo en casa: las cortinas de encajes, la comida, los trajes de mi padre, de mi hermana y los míos. Era muy activa en las asociaciones filantrópicas, se ocupaba de los niños deficientes de Nueva York. Cuando murió hubo numerosos artículos en los periódicos .
Esta Introdución expresa la opinión sobre el director de la que parte el autor:
INTRODUCCIÓN
En el año que se cumple el centenario de
Joseph L. Mankiewicz (1909-1993) parece oportuno acercarse a la obra de un cineasta que el paso del tiempo, lejos de erosionar su legado artístico, gana enteros a cada revisión. La historiografía cinematográfica siempre ha tendido a considerar a Mankiewicz como un «producto», una «pieza» más del engranaje del Studio System, incapaz de salirse de esos moldes de producción que derivaron en lo que conocemos como «cine clásico», sin matiz de ningún tipo. Pero la visión del cineasta estadounidense alineado con un discurso crítico para con su sociedad y, a la par, el mundo del que formaba parte, ha arraigado más bien poco. Joseph L. Mankiewicz: un renacentista en Hollywood trata de escudriñar en ese perfil de «francotirador» que tantas veces le ha sido vetado al albur de los ropajes con los que vestía sus producciones. Mankiewicz utilizaría la expresión del lenguaje oral, en la confección de unos acerados diálogos trufados de dobles sentidos y unos monólogos con una carga de profundidad que van mucho más allá del puro artificio, que marcan las claves de ese discurso que le situaron en su día en el punto de mira de los «inquisidores» al servicio del senador Joseph McCarthy.
La presente monografía pretende asimismo ofrecer la máxima cobertura posible sobre el global de su singladura profesional de la que, por regla general, se soslaya su contribución en el terreno de la producción y de la escritura de guiones para otros directores. Bien es cierto que este periodo poco analizado –de 1931 a 1944– no tiene parangón con el desarrollo de su actividad tras las cámaras, casi siempre apoyado por guiones (co)escritos por él mismo en la que entendía la primera parte de la dirección cinematográfica. En esa etapa de aprendizaje se iría esculpiendo una mente extraordinariamente analítica, acumulando todo tipo de experiencias que le valdrían de cara al futuro, sobre todo merced a las enseñanzas de Ernst Lubitsch, quien le dio su primera alternativa tras las cámaras en El castillo de Dragonwyck (1946). Al enfrentarse, desde una perspectiva profesional, por primera vez a mirar por el visor de la cámara, a los treinta y siete años, Mankiewicz ya poseía un aplomo y una experiencia que le hicieron tomar distancia frente a otros directores debutantes. Billy Wilder tan sólo era quien podía competir con Mankiewicz a la hora de armar unos guiones de «hierro» que ellos mismos debían plasmar en imágenes. Hermanado con Wilder en esa visión un tanto corrosiva y nada complaciente sobre la sociedad que les rodeaba, éste sería quien llegaría a conocer a Sigmund Freud en persona –aunque el episodio no resultara demasiado
feliz dada la animadversión del galeno austríaco por la clase periodística–, pero Mankiewicz fue quien demostraría un mayor interés por el pensamiento freudiano.
De hecho, el realizador de Operación Cicerón había iniciado los estudios de siquiatría, pero deslumbrado por el efecto hipnótico que provocaba el cinematógrafo, entró en los Estudios de la mano de su hermano mayor Herman J. Mankiewic.
zCoguionista de Ciudadano Kane (1941), Herman abrió las puertas a Joseph Leo de un «nuevo mundo» que invitaba a la ensoñación, pero escondía tras de sí una realidad menos amable y grata. Joseph Mankiewicz, pues, se aprestaba a escribir su propio «cuento» con el punto de soberbia que caracterizaba a alguien que se sabía con una formación intelectual que no tenía parangón dentro de esa comunidad de la que, para bien y para mal, formaba parte. Ese talante de intelectual, próximo a la figura de lo que podríamos catalogar de un «Renacentista del siglo XX» –de ahí el subtítulo del libro: sus conocimientos de Historia del Arte, la carrera en la que se licenció, literatura, pintura y música eran apabullantes–, le valió para entrar en contacto con diversos prohombres de las letras angloamericanas, caso de Graham Greene (The Quiet American), Gore Vidal y Tennessee Williams (De repente, el último verano), Anthony Shaffer (La huella) o Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría, cuya adaptación no llegaría a cristalizar). Pero al que, a buen seguro, le hubiera gustado conocer sería a William Shakespeare, al que calificaba sin paliativos como el mejor escritor de todos los tiempos. De su admiración por el bardo inglés surgiría Julio César (1953) y Cleopatra (1963) –que se nutriría parcialmente de algunas de sus obras en el collage de narraciones que conformarían el guión definitivo–, además de numerosas citas o referencias que se pueden advertir en los diálogos y monólogos de la práctica totalidad de sus films.
Aunque no tan poderosa como la influencia que ejerció la obra del genio de Stratford Upon-Avon en la formación intelectual de Joseph Mankiewicz, el libro camina en la dirección de constatar no pocas «coincidencias» entre la obra de éste y la de Orson Welles, en una propuesta que esquiva la propia ortodoxia a la hora de plantearse el análisis de una determinada trayectoria artística, adentrándose en los meandros del psicoanálisis para entender el porqué de algunas percepciones que convergerían en la confección de obras maestras del calibre de Eva al desnudo (1950). Es sobre todo en la primera etapa de Mankiewicz como director bajo la égida de la Fox en la que el cine de Welles cobra un peso si no determinante, significativo, aunque su desarrollo posterior nos permite visualizar un hombre de miras mucho más amplias, a ese demiurgo del cine, con ínfulas de «autor» que tuvo la virtud –para otros, el vicio– de sellar su prematuro testamento cinematográfico con un film, evaluado a modo de ajuste de cuentas, Mujeres en Venecia (1967), que acabaría obteniendo una «moratoria » en forma de dos nuevos films, El día de los tramposos (1970) y La huella (1972). Esa «trilogía del cinismo» que pudo llegar a conformar contra todo pronóstico, cerraría una filmografía excelsa. Aun a pesar de que pocos de sus films se estrenaron con el metraje para el que había dado su aprobación en la mesa de montaje (Sam Peckinpah podría tener un serio competidor en este terreno: las versiones amputadas se elevan a la decena), ha sobrevivido una obra de incalculable valor; gemas incrustradas en el gran mosaico que conforma la historia del cine que Mankiewicz, que con su insobornable compromiso por el Arte, contribuyó a situar en los lugares más altos de exigencia creativa.
LahistoriadeCleopatra.doc
Hola.
Lo compré hace poco y acabo de leer todo el libro de Christian Aguilera ya que me ha interesado siempre el cine de Mankiewicz. la verdad, es un libro magistral.
http://prensa.ugr.es/prensa/campus/pdfs/pdf21419.pdf