"Trainspotting", un chute rebelde y rompedor
Querido Teo:
Hay películas que marcan una época y “Trainspotting” surgió como todo un revulsivo demostrando que la realidad de la calle merecía su espacio más allá de los dramas académicos británicos o el cine social de turno. Una juventud perdida, desesperanzada y adicta en esta especie de “La naranja mecánica” de los 90 ambientada en los bajos fondos de Edimburgo en el que la violencia se sustituye por chutes de heroína y dinero sucio. Danny Boyle dio un puñetazo en la mesa con la adaptación de la obra de Irvine Welsh, un escocés que vivió la explosión punk de los 70, y da la impresión de que el director todavía hoy vive de la rentas del éxito. “Trainspotting” cumple 25 años.
“Trainspotting” empieza con el recordado monólogo de Mark Renton, interpretado por Ewan McGregor, mientras él y su amigo Spud corren por Leith perseguidos por unos guardias de seguridad. Renton declara que, a diferencia de la gente que escogió una vida compuesta por hijos, estabilidad financiera y posesiones materiales, él eligió vivir como un heroinómano y abrazando esa libertad y el éxtasis propio del chute.
El círculo cercano de Renton está compuesto por el amoral Sick Boy (Jonny Lee Miller), el atlético Tommy (Kevin McKidd), el ingenuo Spud (Ewen Bremner) y el violento sociópata Francis Begbie (Robert Carlyle). Todos pasan el tiempo entre pintas e inyectándose heroína ofrecida por su amigo Swanney al que en la película da vida Peter Mullan.
“Trainspotting” nació con polémica pero también fue rompedora para su tiempo tanto en estética como en temática ya que no había sido habitual mostrar con tanta crudeza las consecuencias de la droga en la juventud, contando como ilustre predecesora con “Drugstore cowboy” (1989) de Gus Van Sant.
La droga ya no era sólo símbolo de marginalidad sino también de frustración y de un problema sistémico en el que la desesperanza de muchos frente a un destino sin futuro era soportada con agujas y chutes. El título hace referencia tanto al hecho de ver pasar los trenes en la estación en la que los protagonistas suelen hacer sus necesidades y también a la expresión escocesa dedicada a buscar una vena para inyectarse droga.
“Trainspotting” fue una película generacional que marcó la década de los 90 siendo imitada hasta la saciedad y, en parte, precursora de películas que veríamos después a cargo de nombres como David Fincher o Guy Ritchie. Adrenalina y sensación de vértigo a la hora de vivir el momento, sin red y sin límites.
Danny Boyle encontró su pasaporte a la fama y se convirtió en el nuevo fichaje deseado por Hollywood pero ni “Una historia diferente” (1997) ni “La playa” (2000) lograron esa brillantez ya que en ellas había estética irreverente pero en su interior todo quedaba hueco. Tras otros títulos, y sin terminar de encontrar el toque, no fue hasta “Slumdog millionaire” (2008) cuando la industria se volcó en él.
Si hay que recordar una escena de la película es aquella en la que Renton accede a un cubículo de mala muerte en una sórdida casa de apuestas tras las irrefrenables ganas de defecar tras consumir unos supositorios de opio, el nuevo capricho que le da su camello. A pesar de encontrar el peor hueco posible ya se sabe que ocurre cuando el aparato digestivo aprieta por lo que Renton acaba metiendo la mano en la mugrienta taza de water, llena de excrementos y restos de orina, para recuperar esos supositorios que también han salido de su cuerpo.
Esperpéntico pero también reflejo de la dependencia más extrema logrando el director que una escena asquerosa posea un onirismo personal y visual que refleja el mensaje de la película. La heroína como derrumbe psicológico y físico pero también como éxtasis de placer. Eso sí, teniendo en cuenta que la mierda era chocolate la escena no fue en verdad tan aprensiva para el protagonista.
El escritor Irvine Welsh aparece en la película interpretando al narcotraficante que le da al personaje de Renton los supositorios y volvería a explorar el universo de estos personajes en “Porn”, hablando del cambio generacional de los mismos. “Trainspotting” supuso el salto al estrellato de Ewan McGregor aunque, como después se demostraría en su carrera, lo hemos visto más en personajes siempre solventes que en los puramente de carácter como parecía apuntar con este trabajo.
Y es que el actor propuso al director probar la droga para así sentir la misma sensación que su personaje, a lo que Danny Boyle se negó, perdiendo más de 10 kilos para ser Renton, un paria de la calle que quiere cambiar su suerte braceando frente a los oleajes de la vida y la adicción. También fue muy minucioso a la hora de mostrar cómo se inyecta la droga, estudiando para ello a los adictos de las calles de Glasgow, usando para ello glucosa en vez de heroína sobre brazos protésicos.
En lo referente al resto de personajes cabe destacar a Ewen Bremmer dando vida a Spud que, curiosamente, fue el único que formó parte de la adaptación teatral previa a la película encargándose sobre las tablas del papel de Renton. Robert Carlyle interpreta a Begbie al cual le dio un matiz de homosexual reprimido para justificar sus ataques de violencia como fruto del miedo a ser descubierto, algo que fue aprobado por el propio escritor que estuvo de acuerdo con la visión del actor. En la cinta también nos encontrábamos con una joven Kelly Macdonald que, a pesar de tener ya 20 años, daba el pego como adolescente de 14.
Danny Boyle, que venía del éxito de “Tumba abierta” (1994), contó con un presupuesto limitado para la cinta tirando mucho de improvisación pero también del hecho de la espontaneidad de los actores en cada una de sus tomas. Un millón y medio de libras para siete semanas de rodaje en esta historia sobre jóvenes heroinómanos y escoceses que corren por las calles entre suciedad y también momentos propios de esas barriadas con cadáveres que son descubiertos cuando es el olor el que alerta de ellos.
La estética de videoclip, en un momento de modernidad y eclosión, está muy presente en la película, mezclando realidad y fantasía, pesadillas y alucinaciones, y también atmósfera de club nocturno. A ello contribuyó una banda sonora que fomentaba ese espíritu de “carpe diem” y de evadir las responsabilidades de todo tipo. Iggy Pop suena en el mítico Lust of life del comienzo y también se escuchan temas de Blondie, Brian Eno, Lou Reed, New Order o Blur. Los que se negaron fueron Oais porque no querían participar en una película de gente que miraba trenes, confusión debido a su título de la cual se arrepintieron una vez vista la película.
La cinta se convirtió en todo un éxito a pesar de que las críticas hablaban de que la película era una apología del consumo de drogas. En Estados Unidos tuvo que ser doblada en sus primeros 20 minutos debido al fuerte acento escocés pero eso no impidió que sumara 71 millones de dólares en todo el mundo, la recopilación de su banda sonora recibiera elogios de las revistas especializadas y su poster colgara las paredes de muchas habitaciones.
Todos los artífices encontraron su momento de gloria, especialmente Danny Boyle y Ewan McGregor, que entraron en conflicto posteriormente cuando el primero prefirió al más mediático Leonardo DiCaprio a la hora de hacer “La playa” siguiendo las sugerencias de los productores.
La secuela de 2016 no llegó ni por asomo al mismo éxito, ni como chute de nostalgia ni como reflejo social de unos cuarentones amargados que se reencontraban contando como habían intentado rehacer sus vidas, pero la original, la auténtica “Trainspotting”, sigue viva y moderna 25 años después como reflejo de una juventud que, dentro de las paredes de su propio mundo, huye hacia adelante sin saber que en realidad está en un laberinto en el que lo más difícil es encontrar la salida. Toda una irreverencia visual que a base de frenesí y nervio es una de esas películas que consiguen el estatus de culto desde el mismo momento de su estreno.
Nacho Gonzalo