San Sebastián 2020: Woody Allen homenajea a los clásicos del cine y a Donostia y François Ozon narra el verano del primer amor

San Sebastián 2020: Woody Allen homenajea a los clásicos del cine y a Donostia y François Ozon narra el verano del primer amor

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Querido Teo:

Ha arrancado la 68ª edición del Festival de San Sebastián marcada por las mascarillas, los geles hidroalcohólicos, las distancias de seguridad, las entradas online y los asientos numerados, el tiempo tormentoso y una sensación de miedo e inquietud, tanto por la situación sanitaria con España como el peor país de Europa en número de casos y con una sociedad a la que se ve triste y derrotada, como por la crítica situación de una industria cultural que estos meses está recibiendo un duro y alargado golpe de gracia en el que San Sebastián se erige como una manera de volver a reavivarlo todo y dar oxígeno y esperanza. "Rifkin´s Festival" ha sido la esperada película de inauguración y también ha sido el día para la proyección de la serie "Patria" y tener ya tres Perlas destacadas como "El padre" de Florian Zeller, "Nuevo orden" de Michel Franco y "La mujer del espía" de Kiyoshi Kurosawa, estas dos últimas premiadas en el Festival de Venecia.

La gala inaugural estuvo marcada por ese deseo de volver a las salas reivindicando el papel del Festival de San Sebastián que ha fomentado en esta crisis pandémica la bandera de la exhibición en cines y la importancia de los festivales como lugar de encuentro. Un año en el que también ha habido más hermanamiento festivalero que nunca, como ya se vio en el Festival de Venecia y que en esta ocasión ha dejado la foto de Thierry Frémaux, director artístico del Festival de Cannes, que ha apoyado la experiencia de vivir el cine en pantalla grande compartiendo emociones y que este año, además, está presente en competición con cuatro películas que recibieron el sello acuñado este año por el certamen francés.

“Rifkin´s Festival” se ha erigido como una buena inauguración aunque sin contar con un Woody Allen que ha tenido que aparecer a través de Zoom desde Nueva York en la rueda de prensa siendo únicamente las actrices Gina Gershon y Elena Anaya las que han representado al reparto de la película. Una película con ese tono de postal nostálgica, este año más acuciada por ver en pantalla el esplendor de lo que es normalmente el Festival de San Sebastián que sirve de marco a la cinta, pero que sirve a Allen para homenajear a los grandes directores clásicos como Fellini, Bergman o Buñuel reivindicando el papel del cine como ensoñación y refugio en tiempos difíciles. La inauguración más esperada pero algo deslucida por las circunstancias.

La apertura de las películas a competición ha correspondido a "Akelarre" de Pablo Agüero teniendo división de opiniones en su recepción. Un proyecto en el que el director argentino ha invertido una década para el estudio y preparación de ese universo local en una historia real de superstición e inquisición en el siglo XVII con cazas de brujas y juicios en el que más que condenar a las mujeres por la presencia del maligno alrededor de ellas lo es por el hecho de su género. El retrato de cómo una época veía el papel femenino en un entorno marcado por la represión y el machismo pero también con demasiado delirio en el que es una película más alabada en su forma y contexto que por el desarrollo de lo que cuenta y cómo lo transmite.

“Verano del 85” es el regreso de François Ozon al Festival de San Sebastián en la que es su quinta participación en la competición habiendo ganado la Concha de Oro por “En la casa” (2012). Con su nuevo trabajo vuelve al cine de sus inicios, tan libre como indómito, para narrar uno de esos veranos iniciáticos y de descubrimientos que valen la pena por todo lo que tienen de imprevistos y reveladores. Ahí vemos como el joven Alex vive a sus 16 años en la Normandía francesa, lugar de vacaciones para muchos y que para él se ha convertido en rutina tras mudarse con sus padres dos años atrás.

El verano pasa entre calor, aburrimiento, quedadas con los amigos y travesías en barco. Precisamente es en una de éstas cuando tiene un accidente en los prolegómenos de una tormenta apareciendo al rescate David, un chico de 18 años que pasa a revolucionar la vida y los sentimientos de Alex durante seis semanas de verano en las que se conocen, se hacen amigos inseparables y experimentan una relación de amor que se antoja que para uno es mucho más revolucionaria que para el otro. La historia de un amor condenado a extinguirse tanto por sus diferentes concepciones de la vida, intereses y clases a las que pertenecen.

El joven Félix Lefebvre está estupendo reflejando todo ese torrente de emociones que le hacen quedar arrebatado por este chico y que, desde ese momento, su vida ya gire en torno a él sin imaginarse un segundo de su vida sin estar a su lado como refleja una voz en off que aporta mucho más de lo que subraya lo que hace que la utilización de este sobado recurso vaya viento a favor. Alex no sólo tendrá el amigo de verano soñado sino que sentará sus principios y su forma de ver la vida de ahí en adelante planteándose cosas que o ni se imaginaba o que bien tenía ocultas, generando con David una relación que explora lo carnal pero también la ambigüedad ante la capacidad arrolladora de uno y la frágil vulnerabilidad del otro siendo definitorios esos dos años de diferencia de edad en una fase de la vida en que eso se antoja un abismo.

François Ozon sorprende una vez más, en este caso adaptando la novela de Aidan Chambers, "Dance on my grave", llevándonos al hedonismo frugal de Éric Rohmer o al reflejo del deseo de André Techiné con ecos freudianos sobre la vida y la muerte, devolviéndonos no sólo a los primeros trabajos del director sino, en parte, llevar a cabo su particular versión de “El talento de Mr. Ripley” sobrevolando la tragedia desde el momento en que la película comienza con Alex a punto de comparecer ante un juez. Ozon no sólo narra un amor de verano con la belleza paisajística y ese de modo de vida despreocupado (pero menos elitista) de “Call me by your name” (2017), sino que maneja la dosificación de la intriga de tal manera que termina sorprendiendo al espectador que no sabe cómo conectará la historia con lo visto en la escena inicial.

Félix Lefebvre, en la película hay incluso un guiño educativo con ese apellido en relación con uno de los personajes, muestra a ese joven que desea respirar amor sintiéndose también querido, abrazando el idealismo propio de las pasiones adolescentes que nos lleva a encumbrar a personas o verlos de una manera más propia de una ensoñación magnificada que de una realidad, pero que también alcanza la madurez cuando el golpe de la fatalidad hace que tenga que asumir que sólo le va a quedar el recuerdo de lo vivido y cómo ese verano apasionado marcará su futuro y lo que él está destinado a ser, además de afrontar celos, culpa e, incluso, su propia condición con la fuerza que le da el sentimiento de libertad tras lo vivido e incluso el conocimiento de un referente que le hace descubrir que su confusión no es tan ajena a todos los que le rodean como él cree.

Un Félix Lefebvre que no tiene nada que envidiar al Timothée Chalamet de “Call me by your name” está acompañado de Benjamin Voisin como David y de tres estupendos secundarios como Melvil Poupaud, el profesor que fomenta que el talento para escribir de Alex le ayude a que esa sea su mejor catarsis para que pueda permitirse dejar volar la historia fuera de él, Valeria Bruni Tedeschi como la madre de David, brillante tanto en la faceta de atolondrada y desbordante ingenuidad como en el rol más dramático, e Isabelle Nanty como la madre de Alex, una de las que comprenden y entienden a los hijos sólo con la mirada sin que éstos tengan que verbalizar nada.

François Ozon sigue sorprendiendo no sólo ante su actividad febril sino en siempre aportar un estilo tan característico como adaptable en cada película, en un buen retrato de personajes que de manera natural y empática lleva a ese verano de cambio y libertad en el que definitivamente la niñez queda atrás y se comienza a asentar el futuro de uno, contando ahora con la perspectiva del retrovisor de la nostalgia y aprovechándose de la ternura que puede aportar el director ante la distancia que da el tiempo.

Una película inteligentemente rodada, desde el punto de vista más paisajístico hasta reflejando el ambiente nocturno de una discoteca, un día en la feria, comprando ropa o sintiéndose en una nube ante la primera vez que se experimenta con el sexo. La cinta, además, redondea su calado con una escena liberadora para el protagonista con un baile tan macabro como necesario para volver a mirar hacia adelante sonando de fondo Sailing de Rod Stewart que entronca a nivel de iconografía con el Wonderwall de Oasis en “Mommy” (2015) de Xavier Dolan, una de las referencias de la película tanto en temática, estilo, reflejo del primer amor, relaciones maternofiliales y una playlist evocadora a golpe de walkman en la que también suena Between days de The Cure. Una película sobre el verano de una vida con un François Ozon que demuestra que sigue siendo uno de los realizadores más interesantes, infalibles y atinados del cine europeo.

Nacho Gonzalo

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