"Leaving Neverland", de la excentricidad del genio a las acusaciones de abuso
Querido Teo:
"Leaving Neverland" ha avivado estos días la polémica a raíz del documental de 4 horas que pudo verse en el Festival de Sundance y que ya dejó claro en ese momento que no dejaría indiferente. Movistar+ ha emitido este pasado fin de semana el trabajo de Dan Reed y en plena oleada revisionista del #MeToo, que desde que destapó el caso Weinstein no ha dudado en reabrir esos casos mal cerrados propios del conformismo de la época y de la tendencia de mirar a otro lado para que el mito no dejara de lucir, ha habido posicionamientos encendidos que provocan, sobre todo, que ya nunca más veamos a Michael Jackson como ese icono, extravagante, pero prodigioso del siglo XX. Ahora la opinión pública parece moverse entre sus cerriles fans, que no hacen pábulo de las acusaciones y de las incongruencias de las mismas, los inquisitivos que piensan que por no escuchar nunca más sus canciones el asunto queda cerrado como si él nunca ha existido, y los más moderados que adoptan una posición equidistante y que concluyen que no hay blancos ni negros sino muchos grises en este asunto.
El saber que siempre hubo algo extraño en su forma de actuar y relacionarse con los demás no sirve como excusa para que, después de encumbrarlo, ya haber pasado la justicia, y con él muerto desde hace casi una década, las acusaciones de dos treintañeros (víctimas de Michael Jackson, bien físicamente o bien psicológicamente, pasara lo que pasara) son tan efectistas como débiles a la hora de meternos en los muros de Neverland, esa mansión de cuento que de paredes hacia dentro si no fue una pesadilla no le estuvo muy lejos en el mejor de los casos, aunque sólo fuera por el hecho de tener por los pasillos a gente insatisfecha y falta de cariño.
“Leaving Neverland” no duda en ponerse del lado de las víctimas, primero por el hecho de que es la opinión que cambia nuestro paradigma y que indaga (o al menos lo intenta) en la verdad de los eclipsados por el deseo de marketing, acuerdos extrajudiciales o, en cierta manera, desdén de una opinión pública que sin la propagación de confidenciales y de redes sociales calificaba a cualquier acusación de interesada pudiendo poner en peligro a "la gallina de los huevos de oro". Segundo porque un nuevo documental que hiciera loa al tributo musical de Michael Jackson no hubiera tenido el morbo de un trabajo que, al margen de la calidad que pueda tener, no se preocupa de ello, lo que quiere es dar luz (en el caso de que sea ésta la versión correcta) sobre algo que da la sensación (al igual que cuando se destapó el caso Weinstein) que todo el mundo sabía pero que nadie quería admitir. Un Michael Jackson siempre rodeado de niños considerados como sus amigos, fruto de una inmadurez y un infancia truncada que Jackson, como un vampiro, pretendía revivir en cierta manera aunque nunca se pensara antes de ver el documental que lo que allí sucedió sería tan crudo, impactante y propio de una mente enferma que seguía los pasos del abusador de manual.
Wade Robson y Jimmy Safechuk son los dos treintañeros que entre lágrimas, recuerdos y declaraciones destapan esa olla a presión emocional con la que han tenido que lidiar toda su vida pasando de la fascinación y gratitud por el ídolo a la admisión de que las taras psicológicas que han marcado posteriormente su desarrollo como personas, en su relación con los demás, así como en el papel de amantes y padres, no tiene otro nombre que el del icono musical cuya contribución artística y social en los últimos 35 años es incalculable. Precisamente eso hace más difícil que nos olvidemos de él, y que el impacto emocional del documental sea mayor, ya que esto no se soluciona desterrando a Harvey Weinstein, eliminando las escenas de Kevin Spacey o dejando en el cajón a la última película de Woody Allen. De momento, "Los Simpson" ha eliminado de su círculo de emisiones el capítulo en el que aparece Jackson y varias cadenas musicales de todo el mundo han tomado la decisión de vetar sus canciones.
El rancho de California se convirtió en una sucesión de niños que, como la fábrica de chocolate de Willy Wonka, no tardaron las comparaciones cuando Johnny Depp en cierta manera se inspiraba a él en la película de Tim Burton, son los muros en los que reside un inadaptado que sólo encuentra la paz rodeado de críos que, como en la corte de mujeres de Ana Estuardo, lo único que quieren a su vez es el favor del rey, vestirse, bailar vivir como él y convertirse en su favorito. Michael Jackson los iría sustituyendo cada 12 meses en su orden de preferencias, en pro de sangre fresca y maleable, mientras los padres (en un gran número de casos embobados por el honor de que Michael Jackson optara por sus hijos como “los elegidos”) participaban en ese circo mientras, sin apenas darse cuenta, sus vínculos emocionales eran absorbidos por el cantante compartiendo Jackson cada vez más tiempo con los críos e incluso durmiendo con ellos, algo que nunca se ha negado incluso por el círculo del cantante y que formaba parte de su “excéntrica personalidad”, considerado así en ese momento en el que parece que todo lo que haga un genio, cuando está en la cresta de la ola, está permitido.
La frustración venía después cuando Michael Jackson les sustituía por otros críos a pesar de que Safechuck revela que cuando éste tenía 10 años hicieron en la habitación del cantante un simulacro de boda, con anillo incluido, entre algunos de esos episodios en los que se habla en el documental de tocamientos, masturbaciones, posturas eróticas y sexo oral (siendo explícito a la hora de expresarse en el documental pero nunca hablando de penetraciones o violaciones directas) mientras los padres, de ruta turística por Colorado y cuyas estancias cada vez estaban más alejadas de las de su hijo y el cantante, incluso con un sistema de campanillas para avisar si alguien se acercaba a la habitación del cantante, vivían en el engaño de no saber lo que estaba pasando realmente mientras fantaseaban y se frotaban las manos ante el futuro artístico que se les presentaba a sus vástagos.
Ante la denuncia de uno de los padres de esos críos, concretamente el de Jordan Chandler en 1993, Michael Jackson se vio obligado a llegar a un acuerdo extrajudicial por valor de 25 millones de dólares con la familia de su presunta víctima, y en 2005 (en un nuevo juicio), tras una década de investigaciones infructuosas por parte del FBI, el acusado fue absuelto y los dos protagonistas del documental (ya veinteañeros) declararon bajo juramento ante la corte que jamás fueron sufrieron abusos por parte de Jackson. Lo curioso del caso es que Wade y Safechuck ya declararon a favor del cantante en el juicio de 1993 siendo, seguramente presionados, pero convirtiéndose en cómplices por el hecho de que en ese momento consideraban que su relación con Michael era un acto de gratitud, amor sin ninguna connotación negativa por muy escalofriante que a priori se vea la relación de amistad entre un treintañero y un niño al que aún le queda tiempo para ser adolescente. Ahora se justifican diciendo que en ese momento tenían una gran presión y que incluso confiaban en que, protegiendo de esta manera al cantante, podrían volver a ganarse su favor teniendo en cuenta que se afirma que el cantante les metió la idea en la cabeza desde pequeños de que en el caso de que dijeran la verdad tanto ellos como él acabarían en la cárcel, separados de su familia y con sus vidas destrozadas.
"Michael Jackson fue una de las personas más amables que he conocido. Me ha ayudado enormemente con mi carrera y mi creatividad. También abusó sexualmente de mí durante siete años". Estas son las demoledoras declaraciones de Wade Robson, demostrando grandes dotes para ser bailarín desde los 5 años, que entró en contacto con Jackson cuando ganó un concurso de imitadores y que posteriormente se convertiría en un destacado coreógrafo. Por su parte, Safechuck (que coincidió con el cantante en un anuncio para Pepsi) recibía promesas por parte del cantante de que le convertiría en el nuevo Steven Spielberg. El “modus operandi” sería el mismo ganándose la confianza de ellos y de su familia, pasando temporadas en el rancho de Neverland y, posteriormente, siguiendo cada uno sus vidas pero con el daño psicológico sembrado en el interior y manifestado como ellos declaran años después. Precisamente lo que más enarbolan los detractores del documental, y de esta corriente de acusaciones hacia el cantante, es no sólo la absolución judicial de Jackson sino que se hayan desdicho ahora sobre sus versiones anteriores. Robson y Safechuck comparten historia pero en ningún momento hacen lo propio físicamente en el documental, saltando entre las declaraciones de ambos y llegando a ese punto inquietante de unión ante la coincidencia de sus versiones en las que, no sólo hubo esos abusos, sino regalos, cartas románticas y declaraciones fervorosas e infantilizadas de amistad devota.
Eso sí, el cinismo de nuestro tiempo lleva a dos hechos tan contrarios como complementarios. Una es la condena “post-mortem” del cantante cayendo sobre él todo el peso del repudio de la sociedad y la opinión pública, como si ahora este documental pretendiera abrir los ojos a los que han vivido ciegos o mirando a otro lado durante todo este tiempo (ya en el documental “Living with Michael Jackson” de 2003 había algún momento más que perturbador), mientras que es evidente la falta de evidencias del caso (más allá de la extraña personalidad del cantante y las declaraciones a flor de piel de las víctimas y sus familias) a lo largo de los años lo que no deja de ser una mirada sesgada, provocadora y morbosa. Ello no quita para que tengamos que reflexionar sobre el populismo desmitificador en el que vivimos sin remedio y es que, sin negar que esto haya sucedido y que el dolor de las víctimas sea real, este documental no admite ninguna presunción de inocencia del cantante, tampoco critica el cuestionable papel de los padres dispuestos a dejar a sus hijos en manos de quien fuera (“quizás podré perdonar algún día a Michael Jackson pero nunca a mí misma”, dice la madre de Robson), por muy famoso y talentoso que fuera, tomando la palabra o quedando casi fuera de plano en contrapicados propios de la vergüenza que en su interior sienten por haber dejado a sus hijos de 7 años a merced de un tipo de 33, ni el posible interés económico (aunque se haya afirmado que no hayan recibido nada por participar en este trabajo) o de notoriedad que puedan tener Robson y Safechuck.
El director ha conseguido lo que quería y esa no es otra cosa que estar en todos los papeles con un documental que de lo que pretende hablar en realidad es de las víctimas de los abusos y las fases de negación, frustración y dolor que encierra todo el proceso, contando con el factor mediático de que aquí el presunto culpable sea toda una estrella como Michael Jackson, víctima al fin y al cabo de un maltratador en su momento (su propio padre) al que el tiempo podría haberle transformado en ser él el abusador para otros. Ahora la pregunta queda para el espectador, no por el hecho de tomar partido, sino por, ante la dificultad de erradicar una figura que ha trascendido la figura de la música para ser todo un pilar de la cultura social contemporánea… ¿cómo vamos a ser capaces de ver y considerar a Michael Jackson a partir de ahora?
Nacho Gonzalo