"La corrupción de la carne"
Ambrose Parry es el seudónimo que emplea un matrimonio escocés; el escritor Chris Brookmyre y su esposa, Marisa Haetzman, anestesista en un hospital de Edimburgo. Marisa tuvo la idea de escribir "La corrupción de la carne", que será la primera de una serie de thrillers históricos que pronto serán adaptados como serie de TV por Benedict Cumberbatch.
Título: "La corrupción de la carne"
Autor: Ambrose Parry
Editorial: Salamandra
Esta pareja nos lleva a 1847 y su historia gira en torno a un personaje real, de los que merece nuestro agradecimiento, James Simpson, un tocólogo de Escocia con aspecto de troll, que deseaba aliviar el dolor del parto a sus pacientes. La anestesia aún no recibiía nombre, pero se experimentaba en esa dirección. Un médico de Georgia, Crawford Long, había usado el éter en 1842 para extirpar dos tumores de una espalda, y también había amputado el dedo de un niño esclavo. Para Simpson, que también lo conocía, funcionaba demasiado lentamente, su olor provocaba vómitos y requería dosis altas.
La manera de buscar una alternativa de Simpson, era tan valiente como poco científica. Diluía en agua caliente unas gotas de un producto químico escogido al buen tuntún y luego aspiraba los vahos hasta que notaba alguna reacción, por lo general aturdimiento y estupendos dolores de cabeza. Un historiador califica el método más propio de un adolescente que esnifa pegamento que de un verdadero científico; por eso un amigo solía presentarse a la hora del desayuno para confirmar que había sobrevivido.
Por fin, en 1847, Simpson dio con el cloroformo. ¡Qué maravilla! ¿No? Pues no. Y el rechazo moral que provocó forma parte de la trama de "La corrupción de la carne", porque muchos temían contravenir la voluntad de Dios, que había condenado a Eva a parir con dolor por haber traído el pecado al mundo. Unos pocos médicos incluso propusieron negar el bautismo a los niños nacidos con anestesia; otros sostuvieron que las madres no establecerían un vínculo con sus hijos si no experimentaban el dolor suficiente. A otros les preocupaba que de algún modo la anestesia convirtiera el dolor en placer, como si de repente el parto fuera a convertirse en un orgasmo tremendo.
Simpson respondía apoyándose también en el Génesis: para crear a Eva, «Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán» antes de tomar una de sus costillas, lo que le parecía una clara referencia a la anestesia. El debate quedó resuelto cuando John Snow (el primer rastreador de epidemias), con su «mapa fantasma», administró cloroformo a la reina Victoria durante el parto del príncipe Leopoldo, en 1853. A partir de entonces, a los médicos les faltó tiempo para cantar las virtudes del cloroformo.
El Edimburgo al que nos lleva esta pareja es una ciudad áspera, fría, con la parte vieja convertida en una red de casas pobres, donde la prostitución funciona con naturalidad oculta. La ley ha terminado con el robo de cadáveres, y los médicos son tenidos por seres superiores, con frecuencia ya aquejados por el llamado “Complejo de Dios". Las mujeres muertas no parecen tener ninguna relación.
Una de ellas, prostituta, tiene como cliente/amigo a Will Raven, cuya tabla de salvación es ser aceptado para formarse con el Doctor Simpson, que atiende por igual a ricos y pobres. Sarah Fisher, la criada y asistente del eminente doctor, está muy lejos de conformarse con el papel que la época le asigna como mujer. Con todo el atractivo que ofrece el victorianismo y la época de descubrimientos que le acompaña, me ha ofrecido una inmersión muy atrapante en esta Escocia y sus habitantes.
Carlos López-Tapia