“La apariencia de las cosas”, relación tóxica, deudas del pasado y terror gótico

“La apariencia de las cosas”, relación tóxica, deudas del pasado y terror gótico

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Querido Teo:

"La apariencia de las cosas" es un nuevo título original de la plataforma Netflix teniendo ese empaquetado tan propio, cintas dignas de buen envoltorio y de consumo rápido. Esas que aparecen bien alto la primera semana de estreno dentro del ranking pero que a los pocos días terminan echando polvo ante la amplia oferta. Ya sin la presión de los premios, y esperando épocas mejores para superar los 7 Oscar que se ha llevado Netflix este año, llega este drama pasional y paranormal que adapta la novela de Elizabeth Brundage y que cuenta con Amanda Seyfried y James Norton como un joven y atractivo matrimonio que ve erosionada su felicidad porque, como dice el título, no es oro todo lo que reluce.

George (James Norton) y Catherine (Amanda Seyfried) son una pareja de treintañeros que llevan varios años casados y que representan la felicidad usamericana a inicios de la década de los 80. Guapos, talentosos, simpáticos y con una hija de 4 años, Franny, por la que se desviven. Él es profesor y ella es artista y restauradora pero, cuando él recibe una oferta importante para llevar a cabo una sustitución en la universidad dentro del departamento de Historia del Arte, se trasladan de su vida cómoda en Manhattan a un pueblo en el valle del Hudson en el que todos se conocen, quedándose con una casa abandonada en la que el único rastro de los antiguos dueños es un retrato en las paredes, un libro con inscripciones familiares, un piano desafinado y un anillo que conforme pase el metraje irá teniendo más simbolismo. Un lugar idílico en apariencia al que pronto se imprime una atmósfera malsana ante las sensaciones que empieza a experimentar Catherine, la cual no se siente feliz desconectada de lo que era su vida en la gran ciudad y supeditada al ascenso profesional de su marido.

Presencias espirituales, un olor a gas en el garaje y efectos sonoros alertan tanto a la madre como a la hija de que allí puede estar pasando algo mientras el marido está más preocupado por alternar en la universidad, hacer amigos e incluso tontear con algunas jóvenes o alumnas que surgen a su paso, convirtiéndose en poco tiempo en el profesor más popular mientras su mujer tiene que adoptar el rol de ama de casa devota. Poco a poco se irá descubriendo no sólo la verdadera naturaleza y pasado que encierra el sitio sino la personalidad de cada uno de los miembros de la pareja, ella marcada por su soledad y sus problemas bulímicos regados de alcohol y él porque debajo de su sonrisa y bonhomía puede haber alguien no tan amable y sí más ambicioso y calculador de lo que parece.

“La apariencia de las cosas” se sostiene en el trabajo de ambos protagonistas y en sus interacciones con los habitantes del pueblo. Él es un niño de familia bien traumatizado por la muerte de su primo artista y que representa el elitismo por unos padres que le han dado todo, estando acostumbrado a salirse siempre con la suya y sin grandes esfuerzos tirando de planta y simpatía, mientras ella es la típica mujer que intenta convencerse de que lo mejor para su marido también será lo mejor para ella aunque desde el momento perciba que no es así y que algo raro está ocurriendo.

Una sensación que se acrecentará cuando entre en contacto con Floyd (F. Murray Abraham), jefe del departamento universitario de su marido y organizador de sesiones de espiritismo, Justine (Rhea Seehorn), una de las escasas amigas que hace Catherine y de las primeras en sospechar que algo raro pasa, la casera Mare (Karen Allen) e incluso los jóvenes Eddie Vayle (Alex Neustaedter) y Cole Vayle (Jack Gore) que se prestan a trabajar en la casa como jardinero y canguro y que tienen una relación pasada con el inmueble que se intenta ocultar.

“La apariencia de las cosas” es un thriller entretenido que funciona más que en los sustos conforme se va oscureciendo la historia y se van atando cabos, no sólo por el pasado maldito que rodea a la casa sino por la deriva de un George que parece sacado de una película de Hitchcock por todo lo que encierra y por todo lo que es capaz de hacer por mantener el estado de la imagen que ha ido cultivando. Un buen trabajo del director de fotografía Larry Smith da empaque a una propuesta en la que tanto James Norton como Amanda Seyfried tienen una oportunidad para explorar un rol de personajes heridos y dañinos que, hasta ahora, no ha sido habitual en la filmografía de ambos.

Ellos sostienen el interés de una cinta que no decae y que va de menos a más, primero por la extrañeza que provoca la adaptación a una nueva vida por parte de esta pareja y después por la espiral en la que uno y otro se acaban metiendo cuando las cartas se ponen sobre la mesa, unos abriendo los ojos a una realidad que se ha intentado ocultar y otros desbordados y en caída libre hablando por ellos más el mal como consecuencia de sus actos que el amor que pudo haber en algún momento.

Todo hacia un desenlace consecuente que se une al desconcertante inico y que cobra de halo tan desolador como artístico el lúgubre final al que sólo le queda como esperanza un mensaje de justicia y empoderamiento aunque más allá de la muerte ya que, como se menciona en la película, el bien siempre triunfa ante la implacabilidad del destino y las olas del infierno y el valor pictórico representado en las obras de Thomas Cole y George Innes.

Tras una carrera errática, de la que se sigue recordando “American Splendor” (2003), el tándem formado por Shari Springer Berman y Robert Pulcini lleva a cabo esta cinta que recuerda a un Hitchcock funcional y también al ambiente de desmoronamiento malsano que tenían recientes series como “Heridas abiertas” (2018), “Little fires everywhere” (2020) o “The undoing” (2020) con mucho que esconder por parte de unas personas tan triunfadoras como erosionadas por su pasado y entorno. Hasta el momento la pareja de directores poco se había prodigado más allá de las comedias “Diario de una niñera” (2007), “The extra man” (2010) y “Casi perfecta” (2012) y el 2x04 de la serie “Succession” (2019). Ahora abrazan la oscuridad en una propuesta efectiva pero alejada de toda perdurabilidad.

Una cinta entretenida más centrada en el drama de pareja que en esos espíritus con cadenas que no pueden abandonar el mundo de los vivos, aunque sólo sea por las potenciales víctimas de un mundo que siempre tiende a sorprendernos para mal y en el que detrás de una sonrisa amable puede estar la mayor de las perturbaciones de una mente desequilibrada. “La apariencia de las cosas” lleva el concepto de sororidad a otro nivel en el que la unión fantasmal se enfrenta también a los que dejan a las mujeres como meros adornos de estatus social por encima de todo vínculo afectivo.

Esa fachada frente a los demás que, en verdad, está bañada de egoísmo intolerante por parte de unos y de sufrido conformismo por los otros, sólo percibido por aquellos que realmente están dispuestos a ayudar y comprender al que tienen delante. La empatía y el apoyo frente a la apariencia de una jaula de oro en un mundo que valora a unos y otros a merced de lo que se entiende como una buena casa o un buen matrimonio, siendo lo que sea eso.

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Nacho Gonzalo

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