In Memoriam: Joel Schumacher, del cielo al infierno
Querido Teo:
Joel Schumacher ha fallecido a los 80 años tras largo tiempo de sufrimiento por el cáncer. Uno de esos directores tan generacionales como inefables que, aunque empezó su carrera tarde, fue uno de los nombres más populares en el cine de la década de los 80 y 90 teniendo aún hoy cierta aureola de genio incomprendido a lo largo de sus 23 películas. Inicialmente sus pasos iban encaminados para ser diseñador hasta que el cine se puso en su camino. Comenzó a trabajar encargándose del departamento de vestuario de dos películas de Woody Allen, “El dormilón” (1973) e “Interiores” (1978), mientras estudiaba en la universidad de UCLA y hacía sus pinitos en el mundo de la televisión como realizador y guionista. Escribió varios guiones para la pequeña pantalla, entre ellos el del musical “El mago” (1978), pero su relación con el fracaso no había hecho más que comenzar.
Debutó en el cine con “La increíble mujer menguante” (1981) y, aunque no funcionó en taquilla, tuvo cierto eco en los circuitos independientes. Sería con su tercera película, “St. Elmo, punto de encuentro” (1985), cuando se hizo con el interés de la industria en pleno fervor del llamado Brat Pack, esa generación de rebeldes indomables que fue toda una cantera de jóvenes actores a mediados de los 80. El éxito continuaría con las muy generacionales “Jóvenes ocultos” (1987) y “Línea mortal” (1990), ambas protagonizadas por Kiefer Sutherland y con buenos réditos en taquilla. Eso sí, todo director en algún momento quiere ser tomado en serio y para Schumacher el cambio de fase vino con títulos como “Un día de furia” (1993), presente en la sección oficial del Festival de Cannes y con un magnífico Michael Douglas que se rebela frente a todo queriendo ver el mundo arder.
En la misma línea vinieron dos thrillers judiciales basados en la obra de John Grisham, “El cliente” (1994), con una Susan Sarandon que fue candidata al Oscar protegiendo a Brad Renfro como un niño de 11 años testigo de un crimen de la mafia, y “Tiempo de matar” (1996), un brillante drama sobre un crimen racial y el sentimiento de venganza en un Mississippi segregado con Matthew McConaughey, Samuel L. Jackson y Sandra Bullock.
Todo hasta que se le puso por el camino el regalo envenenado de hacerse cargo de la saga de Batman tras la renuncia de Tim Burton a dirigir más películas. “Batman forever” (1995) fue el mayor éxito de taquilla de su año con Val Kilmer como un Batman enigmático y musculado y la aparición de dos robaescenas icónicos como el Dos Caras de Tommy Lee Jones y el Enigma de Jim Carrey. Todo un fenómeno propio de su tiempo, los 90, tan naif como juguetón, evasivo y perturbador que llevaba al personaje de cómic por otros derroteros más cercanos a la acción que al drama oscuro y psicológico con el que le dotó Burton.
Eso sí, todo tiene su límite y Schumacher forzó demasiado la máquina embelesado con su éxito y “Batman y Robin” (1997) fue un desastre oligofrénico y homoerótico que provocó que la industria se arrepintiera de haberle dado al director las llaves del reino del entretenimiento. Además de las malas críticas, y de la vergüenza ajena que pasó George Clooney visto el resultado lamentando que su salto al cine quizás no había sido tan buena idea como él pensaba, la cinta recaudó 100 millones de dólares menos que la anterior debido al negativo boca-oreja. Algo que fue una losa para Schumacher a ojos de la industria teniendo en cuenta el mayor presupuesto con el que había contado el director para dar rienda suelta a sus fetichismos.
A Joel Schumacher le quedó el thriller para seguir su carrera desde la retaguardia. "Asesinato en 8 mm" (1999), la cual estuvo presente en el Festival de Berlín con un Nicolas Cage todavía en su mejor momento, “9 días” (2002), extraña mezcla de géneros con Anthony Hopkins y Chris Rock, o “El número 23” (2007), intentando sacar de las cenizas a Jim Carrey, son muestra de ello pero de esa época hay que destacar, especialmente, el duelo de Robert De Niro y Philip Seymour Hoffman en la comedia amarga “Nadie es perfecto” (1999), y sobre todo que nos descubriera a un actor como Colin Farrell que se erigió como una de las promesas del nuevo milenio como ese recluta problemático que se entrena para Vietnam en “Tigerland” (2000) o el angustiado protagonista de “Última llamada” (2002), una de las cintas que siempre se pone como ejemplo en el cine reciente a la hora de hablar de cine opresivo y angustioso en espacios cerrados.
Tras dirigir a Cate Blanchett en la lucha periodística que narraba "Veronica Guerin" (2003), cinta que compitió en el Festival de San Sebastián y en la que también contó con Farrell, un osado Schumacher arriesgó pero volvió a perder consiguiendo el clavo definitivo en el ataúd de su carrera con la adaptación del musical "El fantasma de la ópera" (2004) de Andrew Lloyd Webber. Todo un pinchazo para uno de los proyectos de esa temporada que, a pesar de todo su potencial, sólo logró trasladar la parte más verbenera, hortera y ridícula de la historia contando con un reparto con algunas voces dobladas por cantantes profesionales y que, sobre todo, no lograban transmitir nada en pantalla ante unos rostros hieráticos y fríos. 3 nominaciones al Oscar en las categorías de fotografía, dirección artística y canción fue el equivalente de que el reto no había satisfecho las expectativas. Coincidiendo con su proyección en el Festival de Sitges, el director recibió el premio honorífico del certamen.
Las últimas tres películas de Schumacher fueron mucho peor como fue el caso de "Twelve" (2010), de hecho "Bajo amenaza" (2011), protagonizada por Nicolas Cage y Nicole Kidman, se estrenó simultáneamente en los cines y en las plataformas de VOD. Su último trabajo como realizador lo hizo en dos capítulos para la primera temporada de la serie “House of cards” en 2012. Además de dar el primer papel de su carrera a actores como Brad Renfro, Shea Wigham, Octavia Spencer o Hope Davis, y consolidar a jóvenes promesas como Colin Farrell o Julia Roberts, se va un nombre que, tanto en sus mejores como peores momentos, siempre fue él mismo y que deja un buen número de películas que ya querrían en su filmografía otros realizadores muchos más respetados.
Nacho Gonzalo