In Memoriam: Albert Finney, de la rebeldía de la clase obrera al prestigio del talento

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Querido Teo:

Aunque su presencia en el cine reciente era muy limitada no se puede negar la influencia de un actor como Albert Finney en las últimas décadas de cine. Más cerca del prestigio “british” de nombres como Laurence Olivier, Alec Guinness, Richard Harris o Michael Caine que del estrellato de otros grandes contemporáneos procedentes de Hollywood. Y es que Finney, con ese aire de despreocupado y rudo rebelde, habló por sí mismo gracias a un trabajo incontestable que deja grandes películas y personajes pero sobre todo un legado inmejorable que está por encima de cualquier veleidad de fama. Su carrera se puede resumir en sus 5 nominaciones al Oscar (“Tom Jones” en 1964, “Asesinato en el Orient Express” en 1975, “La sombra del actor” en 1984, “Bajo el volcán” en 1985 y “Erin Brokovich” en 2001). Por el camino un Oscar honorífico que nunca llegó, títulos honoríficos de caballero y comandante de la orden del imperio británico que rechazó a la mismísima reina de Inglaterra, y otros papeles icónicos como los de “Dos en la carretera” (1967), “Muerte entre las flores” (1990) y “Big fish” (2003). Hoy nos ha dejado a los 82 años tras tiempo de lucha contra el cáncer.

Nacido en Salford, en Reino Unido, en 1936, Finney empezó su carrera en la Real Academia de Artes Dramáticas donde coincidió con una generación de intérpretes marcados por su carácter indómito, innegable talento, deparpajo innato fruto de sus orígenes humildes y carisma arrebatador. Gente criada en la calle y en las tabernas entre los que estaban Peter O´Toole, Richard Burton, Alan Bates o Richard Harris. Tras una etapa inicial en el teatro, la mejor cuna posible, “El animador” (1960) fue su primer trabajo en el cine pero, a pesar de ser todavía un novato, ya tenía su carácter y su destino como actor muy claro rechazando el papel de “Lawrence de Arabia” por lo esforzado que ya se presumía el rodaje que iba a encarar David Lean. Ya había sido héroe de la clase obrera en “Sábado noche, domingo mañana” (1960) y estaba a punto de llegar su primer gran papel, el de “Tom Jones” (1963), su primer asalto en la carrera de premios que se saldó con nominaciones al Oscar, al Bafta y un Globo de Oro revelación además de la Copa Volpi del Festival de Venecia. Tony Richardson, que ya había trabajado con él y que ganó el Oscar a mejor película y dirección por esta cinta, encontró al actor perfecto utilizando su carácter y espíritu imprevisible para este personaje vividor y mujeriego en la Inglaterra del siglo XVIII, una especie de versión "british" del mito de Don Juan.

Si hay un papel por el que se recordará a Albert Finney es por su Mark Wallace de “Dos en la carretera” (1967) de Stanley Donen, un verista, emotivo y desesperanzador retrato sobre la vida en pareja a través de un matrimonio que se desmorona y al cual ya sólo le quedan los buenos recuerdos del pasado y los reproches del presente entre adulterios, problemas económicos, choque de caracteres y enredos. La pareja formada por Finney y Audrey Hepburn es una de las que ha entrado en el olimpo del cine a la hora de hablar del desamor con una historia que, a pesar de haber sido rodada hace cinco décadas, sigue eterna y muy pertinente en los tiempos actuales a la hora de reflejar los altibajos de una relación.

Debutó en la dirección con “Charlie Bubbles” (1968), que también protagonizó en una tragicomedia sobre un escritor de éxito junto a Liza Minnelli, y jugó con el cine negro en “Detective sin licencia” (1971), uno de los primeros trabajos de Stephen Frears. Hay que recalar en dos personajes literarios de altura como son el Ebenezer Scrooge de Charles Dickens en “Muchas gracias, Mr. Scrooge” (1970), avejentándose a pesar de no haber cumplido todavía los 40, y el Hercule Poirot (con su inconfundible mostacho) de Agatha Christie en la puramente coral “Asesinato en el Orient Express” (1974). Un detective inolvidable, caricaturesco y que el actor no quiso retomar en su secuela “Muerte en el Nilo” (1978), siendo sustituido por Peter Ustinov ante el hecho de no querer repetir las largas sesiones de maquillaje y más en un entorno tan caluroso como el de Egipto.

Finney siempre se sintió libre para elegir cualquiera de sus trabajos y, sin renunciar nunca al teatro, su proyecto más alimenticio fue “Annie” (1982) de John Huston, pero también volvió a ser parte de una pareja en extinción en “Después del amor” (1982) junto a Diane Keaton, justo antes de dos nominaciones al Oscar consecutivas (la tercera y la cuarta) por “La sombra del actor” (1983) y “Bajo el volcán” (1984). Si en la primera ofrecía un duelo actoral junto a Tom Courtenay como un actor decadente en la Inglaterra de la II Guerra Mundial intentando mantener a flote su compañía, ganando en el Festival de Berlín por este trabajo, en la segunda protagonizaba un descenso a los infiernos como el cónsul británico en México bañado en alcohol y destrucción ante la inminente amenaza alemana en 1938.

Sus presencias en el cine durante los 80 no fueron muy abundantes pero estuvo en “Un ángel caído” (1987) y, sobre todo, en “Muerte entre las flores” (1990) de los hermanos Coen en ese fascinante triángulo amoroso y gangsteril entre Finney, Marcia Gay Harden (su mujer) y Gabriel Byrne (su mejor amigo). Se lo pasó tan bien en el rodaje que, incluso, los Coen le dieron un extra caracterizado de mujer cuando terminó de rodar sus escenas.

Fue un violador en “Playboys” (1991) que lo hacía pasar muy mal a Robin Wright y Aidan Quinn y en “La versión Browning” (1994) era un estoico profesor que veía que perdía tanto el amor de su mujer como el aprecio de sus alumnos a través de la aparición de un docente más joven con el rostro de Matthew Modine. Agnieszka Holland le dirigió en la adaptación de la novela de Henry James “Washington Square” (1997) y estuvo en la comedia “El desayuno de los campeones” (1999) y en el thriller “Círculo de engaños” (1999).

Quedaba todavía el canto del cisne con la dos películas que estrenó Steven Soderbergh en el año 2000, “Traffic” y, sobre todo, “Erin Brokovich”, que le reportaría su quinta y última nominación al Oscar (ahora como actor de reparto) como el entrañable pero irascible jefe de esa aspirante a abogado y justiciera social que no era otra que Julia Roberts. Ganó el Gremio de Actores (SAG) aprovechándose de que Benicio del Toro (que se llevaría el Oscar) saltó a la categoría protagonista.

Ganó Emmy, Globo de Oro y Bafta por dar vida a Winston Churchill en “Amenaza de tormenta” (2002) (antes de que otros nombres como Brendan Gleeson, John Lithgow o Gary Oldman también se llevaran premios por dar vida al icono político de la resistencia británica) y todavía le veríamos en uno de sus personajes más queridos por el público como ese contador de historias y fantasías que era el Ed Bloom de “Big fish” (2003) de Tim Burton jugando también con el evidente parecido entre el actor y su versión juvenil en la cinta, Ewan McGregor: “Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se  convierte en esas historias. Siguen viviendo cuando él ya no está. De  esta forma, el hombre se hace inmortal”.

Todavía quedaba repetir (vocalmente) con Tim Burton en “La novia cadáver” (2005), ser el tío del personaje de Russell Crowe y Freddie Highmore en “Un buen año” (2006) y que Sidney Lumet volviera a contar con él (33 años después de subirse al tren de sospechosos de Agatha Christie) como el patriarca de esos dos balas perdidas (Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke), que eran capaz de organizar un robo en la joyería de sus propios padres, en la vibrante y solidísima “Antes que el diablo sepa que has muerto” (2007). Una cinta aupada por la crítica con un ritmo endiablado a pesar de ser la última película de un director octogenario que, éste sí al menos, había recibido el Oscar honorífico.

Sus últimos trabajos serían cinco años después como refuerzo de dos franquicias de éxito como la de Jason Bourne (“El legado de Bourne”) y James Bond (“Skyfall”). Sin duda, uno de esos intérpretes íntegros y honestos en su trabajo que desde bien joven siempre demostró su raciocinio a la hora de encarar su trayectoria y la facultad de ser siempre de lo mejor en cualquier película de la que formara parte, algo al alcance de muy pocos.

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Nacho Gonzalo

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David
David
5 años atrás

Fabuloso artículo, Nacho.

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