"Huellas. En busca del mundo que dejaremos atrás"

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"Un día, a eso del mediodía, cuando me dirigía hacia donde estaba mi canoa, me sorprendió enormemente descubrir las huellas de un pie desnudo, perfectamente marcadas sobre la arena. Me detuve estupefacto, como abatido por un rayo o como si hubiese visto un fantasma. Escuché y miré a mi alrededor, pero ni oí ni vi nada... Allí estaba muy clara la huella de un pie, con sus dedos, su talón y todas sus partes. No sabía, ni podía imaginar, cómo había llegado hasta allí". El descubrimiento de Robinson Crusoe en la playa de la isla que cree desierta es un momento que ha quedado grabado en la cultura universal, y que usa David Farrier para introducirnos en esta aventura sobre nosotros, fascinante, absorbente, que hará de este libro uno de los ensayos del año.

Título: "Huellas. En busca del mundo que dejaremos atrás"

Autor: David Farrier

Editorial: Crítica

Es tan complejo como interesante predecir que fósiles dejaremos a los que hereden el planeta, y la investigación de Farrier da pie a una de esas lecturas que resulta imposible no compartir con los que nos rodean. "Huellas" ofrece multitud de datos y reflexiones documentadas que condujeron mi imaginación a la imagen de la foto, extraída la versión que hizo Spielberg del relato de Philip K. Dick, "A.I. Inteligencia Artificial" (2001), cuando al final del metraje asistimos a la llegada de una nave extraterreste a un planeta Tierra sin humanidad, pero con los restos de su existencia. Vemos una imagen de Nueva York cubierta por las aguas; no sabemos cuánto tiempo lleva la ciudad sumergida pero es una imagen que David considera tan sólo cuestión de tiempo en el capítulo dedicado al futuro del mar.

Nueva York en concreto se está hundiendo en su inmenso lecho y el agua procedente de la Antártida Occidental queda atrapada en un cuello de botella donde la corriente del Golfo se ralentiza a lo largo de la costa atlántica de Estados Unidos, creando una acumulación de agua alrededor de la ciudad. Nueva York ha propuesto construir la "Gran U", un enorme rompeolas alrededor de la parte baja de Manhattan que protegería el distrito financiero pero que dejaría a cualquiera que viva al norte de la calle 77 Oeste expuesto a las olas. El proyecto Moisés que ha supuesto una inversión megamillonaria, con un porcentaje de corrupción indeterminada en los costes, tan sólo protege a Venecia de una subida del nivel del mar de veinte centímetros.

Frente a la Nueva York que representa la megaurbe de hace unas décadas, Shanghái, que significa «sobre el mar», es otro ejemplo. La extracción incontrolada de aguas subterráneas ha ido socavando el terreno sobre el que se levanta y ya se ha hundido 2,6 metros desde que, en 1921, se dieron cuenta del problema. Toda la tecnología y dedicación china ha logrado elevar en algunas zonas once centímetros; aunque, en 2012, un estudio geológico chino informó de que se tardaría unos diez mil años en rellenar los cien mil millones de metros cúbicos de agua retirados del acuífero desde la década de 1970. Sus rascacielos de aspecto futurista se tienen que construir sobre cimientos de hormigón y acero enterrados en el lodo hasta noventa metros, ya que toda la urbe se levanta sobre una enorme cuña lodosa.

"Si no se hace nada, en el año 2100, entre 72 y 187 millones de personas habrán sido desplazadas debido al aumento del nivel del mar. Es posible que actuemos lo suficientemente pronto para proteger esas vidas y sus formas de ganarse el sustento, pero el mar es paciente y la cantidad de carbono presente en la atmósfera ya implica que se producirá un calentamiento durante varios siglos".

Algunos estudios predicen que por cada grado que aumente la temperatura por encima de los niveles preindustriales, el mar subirá entre uno y tres metros, pero  lo que si se ha calculado con precisión es que hay suficiente agua encerrada en las capas de hielo del planeta y en los glaciares para subir hasta sesenta metros ese nivel. "La pérdida de todo el hielo es una fantasía, pero no lo es el colapso de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida Occidental, y juntas harían aumentar el nivel del mar unos once metros. Un aumento de este calibre tardaría siglos en producirse, incluso decenas de miles de años, pero si llegamos a un punto en el que el colapso sea irreversible, éste sellará el destino de todas las ciudades costeras".

Este periodista neozelandés viaja desde Inglaterra a los países nórdicos o Australia; recrea el viaje de una botella de plástico, visita el espacio subterráneo destinado a enterrar a gran profundidad residuos nucleares, sube a la plataforma de observación de la torre Shanghái y se proyecta hacia un futuro previsible que ninguno de los que vayamos a leer su libro conocerá, pero que va dejando huellas más permanentes que los pies de humanoides marcados sobre el basalto volcánico hace más de un millón de años.

David Farrier me ha inspirado un conteo que nunca habría hecho. Se ha tratado simplemente de contar cuantas veces mis manos tocan plástico en mis primeros 35 minutos de cada día, desde que me levanto hasta que me siento ante el portátil para mi actividad diaria. 37 veces. Mi entorno está compuesto básicamente por dos elementos, cerámica en forma de ladrillos y losas variadas y plástico. Lo primero es casi tan antiguo como la humanidad de sapiens a la que pertenezco, lo segundo no tiene ni un siglo, pero sobrevivirá como fósil de nuestra especie mejor que lo primero.

Carlos López-Tapia

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