“Hamilton”, un grito musical de libertad, reivindicación histórica y riqueza cultural
Querido Teo:
La industria de Broadway no tiene una difusión como el cine y la televisión usamericana pero, muy de vez en cuando, surgen éxitos que se convierten en fenómenos sociales y trascienden su origen. Es verdad que en los últimos tiempos la industria del musical de Estados Unidos vivía algo acomplejada ante el último gran estreno cinematográfico añorando sus épocas de esplendor tirando de la moda del revival y, en otros casos, de valores seguros como hacer musicales basados en películas conocidas por todos (“El rey león”, “La bella y la bestia” “Billy Elliot”), obras basadas en playlist infalibles (“Mamma Mia!”) y quedando las migajas para pequeñas producciones independientes con halo transgresor que pocas veces lograban hacer ruido. Esa falta de riesgo amenazaba con adormecer una industria que seguía tirando como reclamo turístico de clásicos como “El fantasma de la ópera”, “Los miserables”, “Cats”, “Rent” o “Wicked”. Todo hasta que llegó “Hamilton”, el primer musical puramente original de la era moderna que ya ha entrado en la cultura popular estadounidense haciéndose eco muchas series y películas recientes del fenómeno y de la conocida dificultad para conseguir entradas lo que fomenta que todavía esté en la cresta de su popularidad. Desde este 3 de Julio Disney+ ofrece a sus suscriptores la versión filmada de la representación de la obra en 2016 con el reparto original encabezado por Lin-Manuel Miranda bajo la dirección de Thomas Kail.
“Hamilton” es uno de esos proyectos que surgen por el empeño de una determinada persona y por el hecho de que el destino también se ponga de su lado. Y es que un desconocido Lin-Manuel Mirada, neoyorquino de padres puertorriqueños, logró que un musical que combinaba el rap, la ópera, el drama histórico y la reivindicación racial se convirtiera en el mayor fenómeno de Broadway en décadas. Alejado del aura de los grandes compositores del teatro musical, renovando estilo, forma y logrando que un argumento sesudo sobre los padres fundadores de la nación estadounidense se convirtiera en la más didáctica lección de Historia. Todo ello con romance, dramas, envidias, traiciones y ritmos pegadizos y sugerentes.
Lin-Manuel Miranda consiguió su primer éxito con "En un barrio de Nueva York", un musical en cierta manera autobiográfico sobre el barrio en el que se crió, el Washington Heights de Manhattan. En él, el propietario de una bodega duda sobre si cerrar su negocio y retirarse a la República Dominicana tras heredar la fortuna de su abuela. Tras funcionar bien en el llamado off-Broadway en 2007, los teatros para obras modestas e independientes, “En un barrio de Nueva York” saltó al Richard Rodgers Theatre de Broadway en Marzo de 2008 estando en cartel casi tres años sumando 13 nominaciones en los premios Tony ganando mejor musical, partitura, coreografía y orquestación.
En ese momento Miranda era una gran promesa pero también un chico para todo que fue reclamado por Stephen Sondheim para la traducción de los temas del primer montaje de “West Side Story” en Broadway después de 30 años, y estrenado en Marzo de 2009, o las nuevas canciones que le pidió Stephen Schwartz para la nueva versión de su musical “Working”. Miranda tendría también episódicos en series como “Los Soprano” y “House” e, incluso, volvió a su escuela secundaria como profesor, creó jingles musicales para campañas políticas y ejerció de crítico gastronómico en una publicación de Manhattan. Algo que daba muestra no sólo de la necesidad de subsistir en un mundo en el que pocos destacan y cumplen sus sueños sino de la polivalencia y espíritu inquieto de un artista completo.
Llegaría un nuevo musical como “Bring it on”, escrito y compuesto junto a Tom Kitt y Amanda Green, que sumaría 2 nominaciones a los premios Tony en 2013 en las categorías de mejor musical y coreografía. Más intervenciones en series como “Modern family” o el musical "Tick, tick... Boom!" hasta que en su cabeza ya iba emergiendo el que se iba a convertir no sólo en el musical de la temporada sino en una de las obras más fundamentales e influyentes de toda la cultura popular reciente. “Hamilton”, el musical de Broadway que nació como un rap.
Inspirado en la biografía de Ron Chernow sobre Alexander Hamilton, Miranda escribió un rap que interpretó por primera vez en un encuentro cultural organizado por la Casa Blanca el 12 de Mayo de 2009. Desde luego en Europa el hablar de Hamilton evoca al piloto de Fórmula 1 e incluso en Estados Unidos, hasta la llegada del musical, este nombre no dejaba de estar oculto entre la maraña de estadistas y economistas que formaron parte de la etapa fundacional del país. Alexander Hamilton fue un economista, estadista, político, escritor, abogado, y el primer Secretario del Tesoro de los Estados Unidos. Fue uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y un influyente intérprete y promotor de la Constitución de los Estados Unidos, así como el fundador del sistema financiero de la nación, el Partido Federalista, la Guardia Costera de Estados Unidos y del periódico The New York Post. Como el primer Secretario del Tesoro, Hamilton fue el autor principal de las políticas económicas de la administración de George Washington. Lideró la financiación de las deudas de los estados por el gobierno federal, así como el establecimiento de un banco nacional, un sistema tarifario, y unas relaciones comerciales amistosas con Gran Bretaña.
12 canciones de rap y hip hop integraron el Hamilton Mixtape que Lin-Manuel Miranda presentó en 2012 en el Lincoln Center y que fue el embrión de la obra que, tras unos meses en el Public Theather del off-Broadway, se estrenaba con un rotundo éxito de crítica y público el 6 de Agosto de 2015 en el Richard Rodgers Theather. El positivo boca-oreja inicial, y la expectación que logró crear, provocó que en la primera noche de preestrenos, más de 700 personas hicieron fila en la puerta del teatro para ganar una entrada por sorteo. Era sólo el comienzo de una ola que nadie hubiera imaginado ni en sus mejores sueños.
El musical de “Hamilton” está dividido en dos actos y en el primero vemos como el protagonista llega a Nueva York como inmigrante en 1776 gracias una beca universitaria quedando fascinado por un prominente graduado en Derecho de la Universidad de Princeton, que se convierte en su primer amigo. Con el paso del tiempo pasarán a ser rivales ante las diversas formas con las que abordan su sentimiento de común de revolución y de cambiar las cosas para construir un gran país. La obra cuenta sus vidas paralelas tanto en ideales y profesión como convirtiéndose en padres de familia pero si bien Hamilton se aprovecha de su labia y pasión, Burr es metódico y reflexivo naciendo en él sentimientos como la envidia cuando ve hasta donde llega la ambición de un Hamilton que es nombrado Secretario del Tesoro de los Estados Unidos por parte de un George Washington absorbido por la guerra que se mantiene con Inglaterra con el fin de quitarse el estigma de ser la gran colonia de los ingleses y que derivaría en la victoria de 1783 constituyéndose como país y conjunto de estados con la posterior constitución de 1787.
En el segundo acto se produce la llegada de Thomas Jefferson a Virginia tras ser embajador en Francia, los encendidos debates en la Asamblea, la limitación de dos mandatos por parte de Washington que provoca la llegada a la presidencia de John Adams o el cambio de partido de Aaron Burr ganándose un puesto en el senado frente al padre de las Schuyler ante la imposibilidad que ve de avanzar teniendo a Hamilton quitándole todo margen de proyección. El chantaje y posterior escándalo a raíz de una infidelidad con una mujer casada, las elecciones a la presidencia de 1800 que convierten a Jefferson en el tercer presidente de los Estados Unidos, frente a un Burr que se siente traicionado por no contar con el apoyo de Hamilton, y dos duelos a muerte marcan el devenir de un país que daba sus primeros pasos como civilización democrática marcado por temas como el esclavismo y el posicionamiento ideológico y político de unos hombres que, con su venencia y persistencia, se sentían destinados a ser los que marcaran el futuro del país como nación sintiéndose cada uno de ellos el más idóneo para tal empresa. Todo ello a través del discurrir paralelo de las vidas y carreras políticas de Hamilton y Burr, esos rivales a los que, en verdad, les unen más cosas que lo que dejan traslucir sus diferencias.
En “Hamilton”, a lo largo de dos horas y media y 46 canciones, está presente el espíritu revolucionario de “Los miserables” y el duelo de egos y talentos de dos genios en lo suyo de “Amadeus”, salpicado de ritmos eléctricos y piezas que recuerdan a la tradición operística, sobre artimañas políticas, traiciones, obsesiones a la hora de anteponer el estatus a la propia familia, triángulos amorosos y duelos al amanecer. Todo en una obra que, inspirándose en sucesos históricos reales, crea una versión libre y en cierta manera "millennial" que incluso presenta a un paródico rey Jorge III de Inglaterra y a las hermanas Schuyler, motores emocionales de la obra (Eliza se convertirá en la mujer de Hamilton y Angelica en su secreta enamorada) al ver desde su perspectiva femenina el auge y caída de un Hamilton que quiere ser valorado, respetado y conocido pero que también probará los sinsabores de una política desagradecida con los desvelos de uno y repleta de intereses y gente ladina alrededor.
Uno de los elementos que está muy presente en la obra, y que le ha dotado de una inusitada universalidad y conexión con el público a pesar versar sobre un personaje para muy cafeteros de la Historia fundacional de Estados Unidos, es el tema de una emigración sin la que se entiende la riqueza cultural de un país como éste y que, a pesar de todo, sigue teniendo políticos a su cargo que anteponen muros frente a la diversidad y el carácter acogedor que siempre ha tenido una nación que hizo acuñar ese término de esperanza en un mundo mejor llamado “el sueño americano”. No es por ello casualidad que la principal digresión histórica pero valor diferenciador de la obra sea el que gran parte del reparto sea interpretado por negros y latinos, precisamente los sectores más desfavorecidos y maltratados en el llamado país de las oportunidades pretendiendo mostrar que, incluso los que formaron parte de los cimientos de la nación, procedían, en su mayoría, de otros lugares o contaban con orígenes distintos a los caucásicos.
“Hamilton” es una obra que juega con el valor de la música en todos sus frentes y matices en una conjunción de géneros e influencias reivindicando la figura del leitmotiv que hace que cada uno de los personajes tenga el suyo propio con expresiones que se repiten como Look around, My shot, Satisfied o That would be enough que define a cada uno de ellos provocando que, incluso cuando no están en el centro de la escena, el hecho de que aparezcan sus sombras, recuerdos o menciones les evoca jugando con los coros y creando sinergias que van desde un dúo hasta encendidos sextetos en el que todos los personajes confluyen en un desborde de genialidad caótica e inspiradora en una obra, por otra parte, muy propia de la época de su concepción, la de Obama como presidente en la Casa Blanca.
Alexander Hamilton es una figura obstinada y que adopta un rol casi mesiánico a la hora de tener claro la necesidad de dejar un legado para el futuro de la nación mientras que Aaron Burr se mueve en el rap afroamericano y atropellado, las hermanas Schuyler evocan a un trío de soul e, incluso, el paródico rey Jorge III tiene en sus intervenciones claras referencias a la música de The Beatles. Eso ayuda no sólo a hacer muy contemporánea la obra, en un crisol de ritmos e influencias, sino en que ésta cobre alma por sí misma a través de su música superando el lado más farragoso de una historia enciclopédica con muchos personajes, subtextos y episodios atropellados en apariencia desconexos.
Y es que “Hamilton” es un anacronismo continuo, una anarquía musical digna del jazz más pasional y, a la vez, el mejor homenaje a una época y a los grandes nombres influyentes para la Historia que ésta, a pesar de su capital importancia, deja ocultos sin mayor reparo. Una obra sobre el sacrificio, la determinación, la reivindicación de las minorías y el papel de la mujer como testigo de las narrativas que deja la Historia. Sólo la falta de tiempo, que tanto añora durante la obra, y un disparo al aire truncaron el legado de un Alexander Hamilton al que Lin-Manuel Miranda ha hecho justicia por siempre, siendo ahora mucho más que esa figura que aparece en el anverso de los billetes de 10 dólares, convirtiéndole en símbolo de la lucha real por un país que es más fuerte enriqueciéndose de sus diferencias y nutriendo la libertad tanto de los suyos como de los que son acogidos en esa tierra en busca de su papel en el destino.
“Hamilton” ganó 11 premios Tony en 2016 (uno por detrás del record de “Los productores” pero siendo el musical más nominado con 16 candidaturas) y 7 premios Laurence Olivier en 2018 (empatando con el registro de “Matilda” pero también batiendo record de nominaciones con 13). Miranda perdió el premio al mejor actor (lo ganó Leslie Odom Jr. por hacer de Aaron Burr) pero ganó los premios a mejor partitura y mejor libreto.
A falta de una futura adaptación cinematográfica, quién sabe, ahora la obra amplía sus fronteras a la espera de que más gente pueda disfrutarla en teatro cuando todo lo que estamos viviendo en 2020 pase. Ganadora también del Grammy y el premio Pulitzer, “Hamilton” es una de las pocas obras artísticas de lo que llevamos de siglo que han logrado trascender a todos los niveles conectando con espectadores de todo tipo en un grito común de rebelión, unión y fe en uno mismo. Un musical para la Historia y para el legado de ese Broadway que tantos buenos momentos ha dado en el pasado pero que todavía es muy capaz, con gente como Lin-Manuel Miranda, de seguir creciendo y evolucionando introduciendo nuevas voces, temáticas y mensajes para los tiempos que están por venir. Un grito unánime de libertad que como dice Miranda "es la historia de la América de entonces, contada por la América de ahora".
Nacho Gonzalo